La construcción del Prócer y las conmemoraciones centenarias

Su campaña militar fue la propaganda de la Revolución, sembrando ideas de libertad y comunidad con sentimientos compartidos.

Manuel Belgrano - Imagen ilustrativa / Archivo
Manuel Belgrano - Imagen ilustrativa / Archivo

Manuel Belgrano murió olvidado el 20 de junio de 1820, en una Buenos Aires convulsionada por las guerras civiles. Extraña coincidencia entre la muerte del emblemático “hijo de la patria”, como se autodenominaba, y el fin del ciclo revolucionario. El olvido y maltrato que recibiera en vida, contra el cual él mismo se propuso combatir al escribir sus Memorias, será una sombra que amenazó su reputación, aún después de su muerte.

Su reconocimiento tuvo que esperar a la obra del patriarca de la historiografía argentina, Bartolomé Mitre, quien a través de las sucesivas ediciones de La Historia de Belgrano y de la independencia argentina, (1856/58-59; 1876 y 1886), lo colocaría definitivamente en el panteón de los héroes nacionales; aunque su imagen quedara un poco debilitada, frente a la fortaleza sanmartiniana y su epopeya americana.

La trayectoria del letrado, publicista, cónsul, miembro de la Primera Junta y militar, le serviría a Mitre para explicar los destinos revolucionarios de la Nación Argentina preexistente. En ella destacaría como momentos políticos relevantes las desobediencias de Belgrano. La más importante, sería la decisión de enfrentar al enemigo en la célebre batalla de Tucumán (24 y 25. IX. 1812), en vez de retrotraerse a Córdoba, como mandaba el Triunvirato; lo cual derivaría en que las provincias del Norte, no se perdieran para la nación, como si sucedió con el Alto Perú, Paraguay y la Banda Oriental.

De esta clave interpretativa se desprende que sea Belgrano quien decidiera el modo y alcance de la nacionalidad argentina. No sólo por sus aciertos militares, sino por sus aciertos políticos.

Son las decisiones de los protagonistas, las que le darían un contenido libertario y democrático a la revolución, y no la idea jurídica de retroversión de la soberanía del pueblo, acuñada en las jornadas de mayo de 18101.

He aquí el interés por Belgrano, como diría José María Paz en sus Memorias, pues mientras San Martín formaba soldados, Belgrano formaba ciudadanos. Su campaña militar fue la propaganda de la Revolución, pues a través del paso del Ejército del Norte por el interior, se sembraría la idea de libertad y se crearía la idea de comunidad con sentimientos compartidos.

Ciertamente el otro hecho político revolucionario emblemático, fue la creación de la bandera en Villa del Rosario (27.II.1812), pues a pesar de la prohibición de su uso por parte de Triunvirato, la misma serviría como símbolo de la patria, no sólo para identificar la tropa, sino para crear una voluntad política unificada, donde los sujetos pudieran configurarse como pueblo, con una identidad colectiva distintiva.

La historia mitrista se convirtió así en un contenido central de las políticas de “pedagogía patriótica”, con las que se construyó el imaginario nacional. En los festejos del Centenario de la Revolución de Mayo en 1910 y en la conmemoración de los 100 años de la muerte de Belgrano en 1920, convergerían tanto radicales y conservadores, civiles y militares, como liberales y nacionalistas; para consagrar la veneración de su figura, identificada con los orígenes revolucionarios de la Patria.

El “decreto de exaltación del sentimiento nacional” (4.V.1919) dictado por Hipólito Yrigoyen, propuso exaltar las virtudes cívicas de Belgrano, ponerlo como ejemplo de la lucha por la Libertad y la Independencia y convertirlo en emblemas de la nacionalidad. Así lo haría la “Oración a la Bandera” de Joaquín V, Gonzáles, leída en la inauguración del Arco de Triunfo donde se realizó la Apoteosis de la bandera, en Plaza de Mayo. Y el discurso de Ricardo Rojas, en el homenaje realizado por la universidad, donde asumió el arrepentimiento que en los argentinos existía al recordar la injusticia con que fue tratado. Rojas definiría los valores belgranianos en la clave mitrista con que el nacionalismo cultural emergente en los años veinte, continuaría tejiendo la relación entre el presente y el pasado. La ruptura vendría diez años más tarde, con el golpe cívico militar de 1930.

El Bicentenario de Mayo en cambio, evidenciaría nuevas confrontaciones en los usos del pasado, y de la imagen del héroe.

Por un lado, Belgrano La Película, retoma la imagen del héroe atribulado en su lecho de muerte, por la confrontación de sus decisiones, frente a un momento en que la Revolución parecía haber llegado a su fin. El paralelismo entre el pasado rememorado y el presente que vivía la Argentina de 2010, apelaba a la reivindicación de valores patrióticos asociados a la retórica libertaria e igualitaria, como estrategia cultural capaz de remontar cualquier coyuntura crítica, tanto la del pasado, como la del presente.

Por otro lado, en un sentido inverso, el último libro de Halperín Donghi, el historiador más renombrado de la academia, trata de desplazar al héroe del panteón, asignándole una total incompetencia para llevar a cabo el papel que se le había asignado, pretendiendo crear un paralelo entre el fracaso de Belgrano, y el fracaso del país.

En este Bicentenario de su muerte, en un contexto ciertamente difícil, tal vez podamos sortear la disputa en torno a los reconocimientos o denostaciones, para volver a pensar cómo los actos políticos que protagonizan los sujetos, pueden generar sentidos colectivos transformadores, más allá de sus defectos o virtudes personales.

*La autora es Profesora de Historia de la Universidad Nacional de Cuyo

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