Hablarse encima: una necesidad imperiosa

Alberto Fernández no es un pensador de la política. Tiene los modos discursivos del operador, finge complicidad, busca negociar, chicanea y/o amenaza.

Presidente Alberto Fernández / Gentileza
Presidente Alberto Fernández / Gentileza

En el libro I de la Política, Aristóteles explica que la razón por la cual el hombre es un animal político es que es un ser dotado de lenguaje. Así, como quien no quiere la cosa, el gran filósofo vincula de modo sustancial el ser social del hombre con su capacidad de comunicación.

No es posible concebir la política si se prescinde del lenguaje: por eso los clásicos estimaban tanto la retórica como habilidad política.

Catón el Viejo definió al orador público como vir bonus dicendo peritus: el hombre bueno experto en la palabra.

Cicerón aplicaría esta definición al jurista. Podría extenderse al ideal del político. Para ser un buen político no alcanza con ser bueno. Pero tampoco es suficiente con dominar el arte de la palabra.

Uno de los rasgos más característicos del Presidente Alberto Fernández es su compulsión a hacer declaraciones. La mayoría de ellas innecesarias, imprudentes, contradictorias, que lo dejan expuesto a críticas e impugnaciones. Muchos se han preguntado por qué lo hace y le han aconsejado limitar sus contactos con los medios y las redes sociales.

¿Se trata de una tendencia personal u obedece a una necesidad más profunda?

En la sociedad de la comunicación gobierna quien impone la agenda. Este principio lo ha entendido a la perfección el presidente Andrés Manuel López Obrador, quien con sus “mañaneras” (conferencias/rondas de prensa) rigurosamente diarias ha conquistado la centralidad absoluta del escenario público mexicano.

¿Por qué el presidente argentino habla tanto, se contradice frecuentemente y hace declaraciones desafortunadas?

Quizá siga la máxima de su líder principal, Néstor Kirchner, que acostumbraba decir a quienes se sorprendían por sus declaraciones, “miren lo que hago, no lo que yo digo”. Difícilmente pueda considerarse a Kirchner un modelo de liderazgo, pero cada uno tiene los referentes que se puede permitir.

Sin embargo, Fernández no puede “hacer”, sencillamente porque contrariamente a López Obrador y Kirchner, no detenta el poder real. Posee un margen de acción extremadamente limitado. Le marcan la agenda en forma constante, lo hacen incurrir en frecuentes contradicciones, no tiene capacidad para confrontar con la base de su poder.

Esto es efecto directo de la operación de desdoblamiento entre gobierno formal y poder real. Se observa que el ámbito de la comunicación gubernamental no coincide ni está sincronizada con el ámbito de la toma de las decisiones: son dos esferas diferentes, con referentes diversos.

Sin capacidad de decisión, Fernández se ve obligado a sostener una actividad permanente en medios y redes sociales.

Impedido de gobernar, la única alternativa que le queda de no perder totalmente la centralidad política y que se desdibuje su autoridad por completo es efectuar declaraciones, dar entrevistas, tuitear, generar acontecimientos comunicativos.

Alberto no es un pensador de la política. Tiene una capacidad teórica bastante limitada. No puede desplegar lecturas ni conceptos elaborados o complejos. Resulta un poco raro tratándose de un profesor universitario, que es la parte de su currículum con la que elige presentarse en público.

Tampoco es un gran orador. No está acostumbrado a hablar en público. Tiene los modos discursivos del operador: finge complicidad, busca negociar, chicanea y/o amenaza. Lo suyo es el corto y el privado.

El contenido es lo de menos. El criterio es uno solo: no decir siempre lo mismo, variar, hablar de cualquier tema porque de lo contrario sus alocuciones pierden todo interés público y termina siendo De la Rúa.

Alberto mantiene su centralidad a fuerza de generar constantemente acontecimientos comunicacionales. No puede hacer otra cosa. O como decía Salvador Dalí: “que hablen bien o mal, lo que importa es que hablen de mí. ”Si el propósito servía para un artista que hizo de la autopromoción una nueva forma de arte, no parece una que sea muy adecuado para quien supuestamente debe decidir sobre la vida, las libertades, los derechos y los bienes de millones de argentinos.

*El autor es Profesor de Filosofía Política.

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