¿Existe el plan A de quien era el plan B?

Desde el reemplazo de los ministros Ginés González García y Marcela Losardo y sus instrucciones públicas al ministro Martín Guzmán, la vicepresidenta se subió al escenario. Si lo tiene, es turno de que ejecute su plan.

Martín Guzmán y la vicepresidenta se subió al escenario. Es turno de que ejecute su plan.
Martín Guzmán y la vicepresidenta se subió al escenario. Es turno de que ejecute su plan.

Aunque el país lamenta la enfermedad del Presidente, el contagio de coronavirus le simplificará al Gobierno las dificultades que venía observando en su intención de comunicar a la sociedad la gravedad de la segunda ola de la pandemia.

El mensaje es claro: nadie está ajeno al riesgo del contagio. Ni aun las personas que están más protegidas por la representación institucional que invisten. Tampoco con la doble dosis de vacunación.

El Presidente está pagando con el alto precio de su salud la severa simplicidad de ese mensaje. Que también tiene un reverso, no menos ingrato: el temor que actualiza este contagio refresca la memoria de los graves errores cometidos por el Gobierno en la gestión de la emergencia sanitaria.

El horizonte del regreso a la normalidad ha vuelto a neblinarse. La sociedad lo enfrenta con sus fuerzas exhaustas. Después de enterrar 56 mil muertos, el país se enfrenta otra vez a la posibilidad de nuevas restricciones. Con una economía que se derrumbó casi 10 puntos el año pasado, el desempleo que desbordó los dos dígitos, la pobreza destruyendo a 4 de cada 10 argentinos y una inflación tan indiferente como el virus que se apresta a sellar 12 puntos de aumento en sólo un trimestre.

El Presupuesto que esgrime el Gobierno (con el cual negocia su deuda externa) prevé un déficit de 4,5 puntos del Producto. Pero no contempla ninguno de los planes de emergencia que el Estado desplegó durante la primera ola, cuando la economía tenía (escasas, pero) mejores reservas para aguantar.

Las dudas frente a esta realidad tan hostil ya no son aquellas de la primera ola pandémica. El desgaste de un año obliga a preguntar qué estará pensando en la encrucijada Cristina Kirchner, la conducción real del Gobierno. Durante el primer año de gestión, la Vicepresidenta se mantuvo distante de la administración. Fustigando a los funcionarios del Presidente alimentó la expectativa, sino de un gobierno de las segundas líneas, al menos de la existencia de algún plan alternativo.

Desde el reemplazo de los ministros Ginés González García y Marcela Losardo y sus instrucciones públicas al ministro Martín Guzmán, la vicepresidenta se subió al escenario. Si lo tiene, es turno de que ejecute su plan. Así de compleja es la ingeniería que inventó para regresar al poder: es hora del Plan A de quien se decía Plan B.

Por el momento, Cristina Kirchner sólo disparó un esbozo de ese programa. Una acción virulenta -y apoyada en carpetazos de inteligencia- para disciplinar a jueces y periodistas que investigan e informan sobre las causas de corrupción en las que está involucrada.

Les atribuye una desgracia: la que lee en su despacho cada vez que le acercan sondeos de opinión. El rechazo social no cedió un ápice desde que volvió al poder. La señora Kirchner no olvida los años en que tuvo una popularidad de casi el 70 por ciento. Eso le garantizó en 2011 un triunfo con el 54% de los votos. ¿Qué plan aplicó entonces? Concentró todos sus esfuerzos en diagramar una estrategia de sucesión.

El historiador Marcos Novaro recuerda que tenía tres opciones: su vice Amado Boudou; el gobernador bonaerense Daniel Scioli y una propuesta del juez Raúl Zaffaroni para reformar la Constitución.

A Boudou lo perdió pronto con el caso Ciccone. A Scioli lo destrató mientras pudo, aunque al final lo hizo candidato (con la curiosa convicción de que ningún desgaste ajeno la afectaría). De la propuesta de Zaffaroni sólo quedaron los retazos que hoy nutren la versión más fanatizada de una reforma judicial.

Restaba un detalle: para llegar al momento de la sucesión, primero tenía que gobernar aceptablemente bien. “A principios de 2012, era fácil advertir que el único recurso antiinflacionario que le quedaba al gobierno era retrasar el tipo de cambio, los sueldos, o ambas cosas. El margen para hacerlo era pequeño y declinante en un contexto de aumento del gasto público que exigía una fuerte expansión monetaria y más inflación”, recuerda el economista Eduardo Levy Yeyati.

A diferencia de entonces -y en una situación harto peor- lo único que tiene resuelto ahora la vice es su estrategia de sucesión: Máximo Kirchner. Pero no sabe qué hacer con la emergencia sanitaria. Menos aún con la economía.

La oposición percibe esa fragilidad. Y le subraya al oficialismo que la agenda de persecución judicial le obtura de entrada un consenso con sus adversarios. Apuesta a mantenerse unida frente a la táctica inmediata que ensaya el Gobierno: postergar las elecciones.

Si la vicepresidenta consigue fisurar a sus adversarios, podría superar el escollo electoral con un porcentaje exiguo de votos. La oposición no cuenta en el estratégico territorio bonaerense con un liderazgo establecido como el de Cristina. Carece de los recursos del presupuesto nacional.

Tiene a favor un argumento central. Macri y Cristina representaron siempre una mirada opuesta: el mundo como oportunidad; el mundo como amenaza.

La pandemia vino a darle una razón parcial a Cristina, de la peor manera. Cuando hay una crisis global, el mundo es un riesgo. Pero la pandemia también desnudó a los aislacionismos: no existe ningún refugio para esconderse del mundo.

No queda otra alternativa que explorar adentro la furtiva ventana de la oportunidad.

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