El regreso de la doctora Frankenstein

La doctora K creó a Amado vicepresidente, Aníbal gobernador, Alberto presidente y ahora acaba de votar en contra del mismo gobierno que inventó.

Es cierto que Alberto está políticamente muy débil por sus propias torpezas pero hoy Cristina, con su decisión, se puso tan débil como él. / Foto: AP
Es cierto que Alberto está políticamente muy débil por sus propias torpezas pero hoy Cristina, con su decisión, se puso tan débil como él. / Foto: AP

De manera bastante explícita, en una carta pública del 27 de noviembre de 2021, Cristina Fernández de Kirchner anticipaba su posición ante el arreglo con el FMI. Posición que cumplió a rajatablas aunque eso significara incumplir absolutamente con el gobierno que ella misma construyó.

Allí decía que su silencio no importaba porque el que tenía la lapicera era el presidente. Y la oposición no podía borrarse de la responsabilidad por la deuda que ellos contrajeron. Por lo tanto ellos y no ella debían arreglar el entuerto. Pero a la vez no se privaba de advertir muy claramente sobre lo que pensaban firmar: “Es un momento histórico de extrema gravedad y la definición que se adopte y se apruebe, puede llegar a constituir el más auténtico y verdadero cepo del que se tenga memoria para el desarrollo y el crecimiento con inclusión social de nuestro país”. Y ese cepo contra el pueblo (el acuerdo con el FMI) ella no lo avalaría jamás aunque debiera ponerse en contra de todos y de todas.

Mas claro imposible. Cristina hizo pública ya en noviembre su decisión política más crucial: en vez de apoyar un acuerdo que ella cree que fracasará y aunque no fracase será malo para el pueblo, optó por dejar solo a su gobierno en la votación más trascendente en lo que va de la gestión. Decidió dejarlo solo para eventualmente salvarse sola si las cosas van mal. O al menos ella cree que con esta decisión al borde de la traición logrará despegarse si las papas queman. Lo que Cristina no dice es que una cosa es votar a conciencia un tema como el aborto lo cual está muy bien, pero muy otra es rechazar una política de Estado de esta importancia. Y menos que eso lo haga una dirigente política de la envergadura de Cristina. Es casi un abandono de su función.

Sin embargo, así como le resultará muy difícil a la oposición no quedar comprometido con el programa económico pactado con el FMI aunque insista mil veces que no autorizó eso sino solo evitar el default, a Cristina le resultará aún más difícil que le crean que ella no tendrá nada que ver con el eventual fracaso de un gobierno que ella creó, aunque haya sido al modo frankensteiniano. La creadora de criaturas monstruosas como Boudou vicepresidente o Aníbal gobernador, será una gran política pero sus creaciones son las más terribles de las que se tenga memoria. Una puede ser casualidad, más de una es un modo de ser.

La táctica que esta vez usó Cristina para desarrollar su estrategia fue la siguiente: Dejó a Alberto sin opción de elección. En todos las oportunidades anteriores en que pensaban distinto -todas- Alberto se rindió hasta en lo más nimio aunque lo afectara políticamente o lo humillara personalmente. Y no es que esta vez no hubiera querido hacer lo mismo, sino que ella se lo impidió. Con esta bandera del no al FMI me quedo yo sola, decidió. Invirtió para ello gran parte del poder que tiene acumulado. Se quedó con menos poder porque perdió la votación por mucho, pero es que no quería ganarla porque sabía que no había otra opción. Sabía que ella en lugar de Alberto no podría haber hecho nada distinto a lo que hizo él y casi toda la clase política. Pero no estaba en su lugar e hizo lo contrario. Cristina sabe que gastó capital pero piensa que no fue un gasto sino una inversión a futuro para preservarse del desastre en que caerán todos los que aceptaron pactar con el diablo del fondo. Hay algo de ideologismo y algo de mala intención en su enrevesado pensamiento.

Vale decir, ella no quería que se votara en contra del FMI, lo que no quería era votarlo ella. Hizo, tal cual recién dijimos, otro experimento frankensteiniano más, como lo fue haber inventado a un hombre que no estaba capacitado para ser presidente, que no lo estuvo nunca y ella lo sabía. Entre camaleones que la habían traicionado, preparado para ser presidente delegado estaba Sergio Massa, como lo demuestra todos los días con su oportunismo inteligente, pero ella no quería un potencial traidor sino un ex traidor rendido y vencido. Fue una irresponsabilidad pero ella elige así, es su forma de ser y de hacer política.

Es cierto que Alberto está políticamente muy débil por sus propias torpezas pero hoy Cristina, con su decisión, se puso tan débil como él. Por eso es para Alberto el mejor momento para desempatar. Pero Alberto no es Néstor Kirchner que enfrentó a Duhalde aún a riesgo de perder. Alberto hasta ahora nunca se animó a apostar. Aunque hoy tenga todos los elementos objetivos para ello: una oposición que no está dispuesta a dejar de serlo pero que es constructiva, no destructiva y un peronismo que al menos en la coyuntura se alejó de Cristina. Sin embargo, Alberto no parece saber cómo transformar eso en capital político. Por lo cual con un presidente sin saber usar el poder y con una vicepresidenta con su poder invertido a futuro, hoy tenemos un vacío político en la Argentina, difícil de llenar.

Recapitulemos, es evidente que Cristina buscó diferenciarse de Alberto y de todos los demás aún sabiendo que ella no podría haber hecho nada distinto. Ya acordó, y hasta peor, cuando en su presidencia arregló con Repsol y el Club de París con inexperticia de principiante, ejecutado por su discípulo Kicillof. Sin embargo, ahora actuó con la irresponsabilidad que da el saber que ni el resto del peronismo ni la oposición dejarán caer a Alberto. Por ende, ante la claudicación de ella es la oportunidad histórica de él, pero él sigue flotando en la nada declarando guerras imaginarias y apoyándose en seres patéticos como Cafiero.

Bastaría con lo que le dijo el diputado albertista Leandro Santoro con lucidez a los chicos de la Cámpora: Que abandonen sus cajas y sus cargas. lo cual no es una cuestión de hacerles pagar la traición, es una necesidad política frente a una vicepresidenta kamikaze que está dispuesta a jugar el todo por el todo para garantizar no solo su eventual poder futuro, sino su impunidad judicial.

Porque al tomar esa decisión Cristina no solo “supone” que a Alberto le va a ir mal, sino que además “necesita” que le vaya mal para recuperar el poder invertido a costa de su actual debilidad. Por eso es irracional mantener en sus cargos a los laderos de Cristina. Tiene al enemigo adentro como bombas humanas preparadas para explotar cuando sea el momento.

Que siga en el gobierno gente que no comulga con lo que de ahora en adelante será la política económica central de este gobierno, además de una falta ética grave, es un peligro porque se verán tentados a obstruirla. No obstante, aunque más no fuera por una mera lógica de sobrevivencia política, sería raro que Alberto -quien no se animó nunca en dos años- ahora se anime, pese a que esta provocación de Cristina es la peor de todas, porque no se limitó a retarlo u ordenarle, sino que lo dejó solo, lo abandonó en el momento clave de su gestión, en su política más importante. Frente a esa evidencia todas las explicaciones, por más sofisticadas que sean, son meras e inútiles palabras. El hecho es que lo abandonó cruel e implacablemente.

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