El populismo contra la democracia

Si se pretende superar la manipulación anti-política del populismo se debe abandonar para siempre el relato de un gobierno hegemónico y uniforme.

"La propuesta que elaboran los populistas para sustituir ese modo de gobernar (no es propiamente una forma de gobierno) es el caudillismo". / Foto: Gentileza Historia y Presente
"La propuesta que elaboran los populistas para sustituir ese modo de gobernar (no es propiamente una forma de gobierno) es el caudillismo". / Foto: Gentileza Historia y Presente

Hace unos meses, la prestigiosa editorial Valenciana Tirant lo Blanch publicó un relevante y original libro del investigador español (residente en Buenos Aires) Pedro Rivas Palá (En los márgenes del derecho y del poder. Crisis de la representación, clientelismo y populismo, Tirant lo Blanch, Valencia 2019, 136 pp.), en el que se abordan varias de las cuestiones disputadas de la filosofía política y jurídica contemporánea. Ellas son: el principio de la representación política, sus presupuestos teóricos y los principales problemas que plantea; el clientelismo político y los inconvenientes que provoca a la democracia; las raíces y supuestos del fenómeno populista contemporáneo, en especial en Latinoamérica; y, al final, el problema de la soberanía y las aporías que presenta en el debate contemporáneo.

De estas cuestiones todas centrales se analizará (i) la referida a la conceptualización del populismo y (ii) a sus relaciones con la idea y la vigencia de la democracia, que acosan a los argentinos en estos días.

Respecto de la primera, Rivas pone de relieve las enormes dificultades existentes para la conceptualización del populismo, debido a la multiplicidad de formas que adquiere en la realidad y a las diferentes tendencias políticas que intentan justificarlo. Pero leyendo atentamente el texto, es posible extraer algunas notas comunes al populismo, aunque dotadas de una notable amplitud significativa; ellas son: (i) su carácter reactivo frente a un núcleo de demandas sociales y económicas insatisfechas, nota considerada central por Ernesto Laclau; es cierto que, como apunta Rivas, son muchos los movimientos políticos que revisten ese carácter, pero en este caso la reacción del populismo es contra el sistema mayoritariamente vigente después de la Segunda Guerra Mundial: la república democrática con economía de mercado. En efecto, en general los populismos rechazan la institucionalidad republicana, con sus componentes de periodicidad de las funciones políticas, gobierno sujeto al derecho, pluralidad de opiniones en el ámbito público y desconcentración del poder.

Y la propuesta que elaboran los populistas para sustituir ese modo de gobernar (no es propiamente una forma de gobierno) es (ii) el caudillismo, que es un modo de gobierno autoritario, que supone una relación política directa e inmediata (y de carácter cuasi-mágico) entre el pueblo gobernado y el caudillo gobernante, y que implica la eliminación mayor o menor de las formas habituales de representación política y de las instituciones que la vehiculizan. Pero para establecer esa relación caudillo-pueblo, es necesario (iii) la construcción discursiva de un pueblo (Chantal Mouffe), que no será el pueblo real, sino uno ideado imaginativamente, y que se compone solo de quienes piensan como (y actúan a favor de) el caudillo y su secuaces. Por supuesto esta construcción de un pueblo adicto supone la construcción también discursiva de un antipueblo (medios hegemónicos, empresarios concentrados, neoliberales, ciertas instituciones (“la justicia es un cáncer”, dijo Hebe de Bonafini), y varios grupos más.

De este modo, (iv) se construye una ideología difusa y esquemática (Rivas no concuerda en este punto), que supone que la política radica en la confrontación del pueblo (intrínsecamente bueno) con el antipueblo (intrínsecamente malo) y no, como sostiene el pensamiento clásico, en la coordinación equilibrada de la actividad de los ciudadanos para alcanzar o realizar ciertos bienes humanos comunitarios. Además, esa ideología parte de una concepción unitaria y homogénea del pueblo, razón por la cual se opone tanto al pluralismo de la democracia liberal, como a la subsidiaridad propuesta por la politología realista clásica, y se encierra en una hegemonía completa del pueblo populista. Por supuesto que esa hegemonía supone una gobernación de carácter despótico y la eliminación (o reducción radical) de los partidos o grupos políticos que no comparten la ideología populista.

Ahora bien, esta breve conceptualización del populismo, lleva directamente a la afirmación inequívoca de que se está en presencia, en su caso, de una forma de manipulación o utilización de los hombres a modo de títeres, y que por lo tanto no parece que se trate de una forma “política” de gobierno en sentido propio, la cual, según escribe Lon Fuller, ha de incluir en su concepto el gobierno del derecho, el respeto de la dignidad humana y la prosecución con justicia del bien común. Y ello porque, tal como lo explica y comprueba rigurosamente Rivas en el último capítulo de su libro, todos los intentos de sustituir el gobierno político (en sentido propio) de ciudadanos libres y responsables, por el arreo de militantes fanatizados y sumisos, tienen como único objetivo el incremento, la consolidación y la ejecución impune del nudo poder estatal en beneficio primordial de una nomenklatura cruel y todopoderosa, en la que la autoridad política es sustituida por un mero poder irracional y despótico.

De lo que se trata, por lo tanto, si se pretende superar la manipulación anti-política del populismo, es de abandonar para siempre el relato de un gobierno hegemónico y uniforme, de un pueblo inventado para ser manipulado, del enfrentamiento como fin de la actividad política, y poner en su lugar la realización colectiva de las dimensiones comunes del bien humano, de concebir a la autoridad política no como un medio para el ejercicio despótico del poder, como comenzó pensándolo Hobbes, y recuperar los datos y principios centrales de la Tradición Central de Occidente (Isaiah Berlin) : gobierno limitado por el derecho, participación política efectiva, ordenación de toda la comunidad política a la realización coordinada de las dimensiones comunitarias de los bienes humanos, compromiso libre de todos los ciudadanos para con la mejor realización participativa del bien común. Por eso resume bien Rivas su propuesta cuando escribe que “tomarse en serio los populismos presentes es precisamente considerar su desafío a las democracias liberales actuales”, y recomenzar la ardua tarea de la reconstrucción de una vida política republicana y razonable.

*El autor es Abogado.

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