El peronismo entró en convocatoria de acreedores

Ante el riesgo de quiebra, los peronistas quieren dividirse las acciones de la empresa de la que formaron parte por 40 años, aunque ésta haya resultado fallida.

Alberto Fernández junto a la familia Moyano
Alberto Fernández junto a la familia Moyano

En 1985, el año del juicio a las juntas, el peronismo pasaba el peor momento de su historia. Nunca como en 1985 sacó tan pocos votos. Parecía que no sobreviviría a la muerte de su líder. Pero imprevistamente renació como el ave fénix haciendo realidad la profecía de Perón de que sólo la organización vence al tiempo. Tanto que hoy, a casi 40 años de democracia ininterrumpida, el peronismo post-Perón lleva gobernando más de 26 años. El problema es que el tipo de organización que creó para vencer al tiempo fue muy raro y cada vez lo es más.

En 1987, cuando el peronismo renovador le ganó en casi todas las provincias al radicalismo, parecía que la historia seguiría un curso racional. El alfonsinismo había fortalecido mucho la democracia naciente, pero el nuevo peronismo parecía ser capaz de continuar casi en los mismos términos la tarea iniciada por Alfonsín. Todo se democratizaba, todo se republicanizaba, todo se constitucionalizaba a pesar de la crisis económica. Pero....

Lo cierto es que en 1989 murió 1985 y 1987 y el peronismo comenzó su transformación de un modo imprevisto que nada tenía que ver con las ilusiones ochentosas. El pasado que parecía haber muerto a fines de 1983, asumía la conducción del presente. Y el peronismo era el vehículo.

Así, Carlos Menem, que le ganó a toda la renovación en 1989, intentaba la modernización económica del país que se esperaba que los alfonsinistas y peronistas renovadores hubieran encarado juntos a la manera española del Pacto de la Moncloa y el socialismo liberal de Felipe González. Sin embargo de las entrañas de la Argentina profunda, renació el Facundo que Sarmiento describió mejor que nadie.

Menem hizo la modernización a su estilo aluvional convocando para ello a los viejos peronistas que se opusieron en los 80 al alfonsinismo y la renovación, cambió la doctrina peronista clásica por un programa avalado por Álvaro Alsogaray, abrazó a Isaac Rojas y puso a los peronistas renovadores como meros Ceos sin poder político para que lo ayudaran con sus privatizaciones. La institucionalidad de los años 80 comenzó a decaer mientras que el peronismo iba creando una clase política sui generis, un clero, una suma de obispos que sobreviviría a todas las mutaciones del movimiento por más contradictorias que fueran.

Así, cuando el menemismo se agotó, surgió una nueva hegemonía, que venía a negar al riojano pero incorporando en su seno a todos los que apoyaron al sucesor de Facundo. Sólo que pusieron al frente un sector que había sido excluido: los setentistas, los que seguían defendiendo las banderas que levantaron contra el último Perón, pero que aún así se seguían llamando peronistas. Con Kirchner los setentistas se hicieron cargo del gobierno y los viejos menemistas fueron sus gerentes. La renovación ya no existía más. Esa utopía de un peronismo a imagen y semejanza de la nueva democracia en contra del anterior peronismo, moría por inanición, aunque -claro- todos sus cuadros se hicieron primero menemistas y luego kirchneristas.

La metamorfosis se cumplía espectralmente: todos unidos los peronistas triunfaban tanto en privatizar el país como en volver a estatizarlo. Ambas cosas con una transparencia inexistente y una corrupción estructuralmente creciente. Pero con éxito político, aunque económicamente el pueblo fuera cada vez más pobre. El mito renacía sin Perón con nuevos sustitutos que reconstruían el culto a la personalidad y la censura mediática como formas de acumular poder.

Así como Menem disfrazó su poder con la vestimenta liberal de Alsogaray, Kirchner disfrazó el suyo con las ideas montoneras adaptadas al tiempo presente vía las plumas de Laclau y Verbistky: hacer lo mismo que en los 70 pero ya no a los tiros, aunque la lucha por la hegemonía política (en vez del pluralismo) y el enfrentamiento entre enemigos (en vez de adversarios) siguen incólumes. Esa concepción bélica para tiempos de paz, genera agresiones cualitativamente superiores, divide a la sociedad como no fue dividida desde el primer peronismo.

Otro déjà vu mutacional: recuperar la ideología de los setentistas combatientes con el estilo políticamente faccioso del primer peronismo. Pero sin lograr nada lo que hizo ese primer peronismo por las masas trabajadoras y los más humildes. Ahora tenemos peronismo con sus viejos defectos pero sin movilidad social, o más bien movilidad social hacia abajo.

Hasta aquí quedó demostrado que en lo que se refiere al peronismo y a los peronistas la organización vence al tiempo, pero algo distinto parece estar pasando ahora. Incluso el apotegma de Perón tienen sus límites cuando se fuerza tanto la realidad. Que los mismos peronistas hayan privatizado y reestatizado el país, que los mismos peronistas hayan indultado a todos los militares cuando eran poderosos y luego condenado a todos cuando habían perdido su poder, son contradicciones que la realidad soportó. Pero cuando la Doctora Frankenstein sacó de la galera su último invento, hasta Perón se revolvió en su tumba y la realidad explotó. Como símbolo de este fin de fiesta tenemos a Alberto Fernández, que en su vida fue un segundón al servicio de todos: alfonsinista, menemista, cavallista, kirchnerista, anticristinista, cristinista y ahora nada. Metáfora de la trayectoria de ese peronismo que se chupó a sí mismo hasta quedar en virtual estado de quiebra.

Hoy el debate aparentemente metodológico por las PASO explica incluso filosóficamente esto que narramos. Todas las facciones peronistas, viendo la debacle que ellos mismos produjeron, quieren salvarse quedándose cada una con una parte del peronismo en quiebra. La no realización de las PASO son como una convocatoria de acreedores para dividir los beneficios que quedan de esa deforme criatura transformista construida a lo largo de 40 años. Si hubiera PASO habría que consultar al pueblo quien se queda con cada parte, pero ellos solo quieren dividirse lo que queda del botín a a través de pactos internos. Salvo Alberto porque es el único al que no le quieren dar nada y entonces amaga con hacer las PASO y con su reelección a ver si así le dan algo.

He aquí el estado de situación, el peronismo sobrevivirá o no (tal vez por medio de otra mutación) pero los peronistas necesitan sobrevivir todos ya y por eso quieren su parte de las acciones por haber formado parte de la empresa durante 40 años, aunque ésta resultara fallida y no lograse ninguno de los objetivos que se propuso.

Quienes mejor entienden esto son los miembros de la familia Moyano. Sabedores del caos existente en el peronismo, Pablito Moyano se alió con Máximo y la Cámpora, Facundito Moyano salió a atacar a la Cámpora y Hugo -el pater familis- apoya la reelección de Alberto. A cambio de aliarse con todos a la vez, lograron más de 100% de aumento de sueldos para su sector. Son los primeros que están cobrando de la convocatoria de acreedores, a cuenta de la herencia.

* El autor es sociólogo y periodista. clarosa@losandes.com.ar

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