El periodismo, fase superior del imperialismo

En los años 90 periodistas e intelectuales criticaron juntos a la corrupción menemista desde un liberalismo republicano y democrático. Luego los Kirchner rompieron esa unidad entre intelectuales y periodistas cooptando a los primeros y declarando la guerra a los segundos.

Los Kirchner no lograron terminar con la prensa libre, pero sí romper la unidad que se formó en los 90 entre intelectuales progresistas y periodistas profesionales. / Gentileza
Los Kirchner no lograron terminar con la prensa libre, pero sí romper la unidad que se formó en los 90 entre intelectuales progresistas y periodistas profesionales. / Gentileza

Todos los días, a través de una ley, un inciso, una regulación o una amenaza, Cristina Kirchner intenta convencer a Alberto Fernández que si desea mantener su gobierno debe librar la misma lucha que ella libró contra el periodismo. Y, como en casi todas las cosas, el presidente está cediendo, con lo cual el déjà vu se va completando.

Para Néstor Kirchner esa guerra contra los medios fue central porque estaba convencido de que era él o la gran prensa quien se adueñaría del país, en esa concepción feudal que él tenía por la cual el país era una propiedad a conquistar. Su señora luego amplió el tema, pero ya no en clave de posesión material sino ideológica.

Los Kirchner no lograron terminar con la prensa libre, pero sí romper la unidad que se formó en los 90 entre intelectuales progresistas y periodistas profesionales, ya que ambos contribuyeron aliados a criticar las miserias del poder menemista.

Néstor fracturó esa unión: a los periodistas profesionales se los puso en contra porque él quería periodistas militantes pero a los más prestigiosos no logró hacerlos oficialistas porque el periodista sabe que cuando se pega al poder de turno, pierde toda credibilidad. Pero a los intelectuales los cooptó en masa, logrando que del progresismo salieran los principales soldados de la guerra contra los medios.

Néstor de intelectual no tenía nada, sin embargo fue lo suficientemente inteligente para valorar el papel de las ideas. La izquierda es mucho más eficaz que la derecha para construir relatos inmunes a la realidad y él eso lo estimuló mucho. Él les dio poder simbólico y se apropió de sus ideas sin robárselas. Y la prensa se convirtió en el enemigo central de ambos. O se era militante o se era la contra.

En otras palabras, los ’90 fueron un tiempo en que intelectuales y periodistas se unieron para criticar al menemismo y sus corrupciones desde un liberalismo democrático y republicano. Pero en los 2000 el progresismo viró al antiliberalismo a través de los Kirchner que los convocaron con las ideas que tenía de la prensa el primer peronismo (por derecha) y el peronismo setentista (por izquierda). El periodismo no militante, en cambio, es usualmente liberal, porque la existencia de la prensa libre solo existe en los países liberales, en el resto suele estar en guerra con el poder.

Esa operación funcionó y los enemigos principales de los Kirchner devinieron los medios y los periodistas, ni siquiera digamos independientes u objetivos (dejemos esa discusión para luego) sino simplemente no militantes, o no militantes del gobierno.

Les bastó con un sofisma dialéctico para ganarse la voluntad del intelectual progre y separarlo del periodista en su crítica al poder: Sostuvieron que el kirchnerismo tiene el gobierno pero no el poder, por eso se lo puede defender sin defender al poder, sino atacando al verdadero poder, el global, el capitalista, el imperial, el del campo oligárquico, etc. etc. Ellos dicen estar ocupando formalmente las oficinas del gobierno (y ya que está, cobrando su sueldos y gozando de sus privilegios) pero para luchar contra el poder real que está oculto en otro lado.

Esa genialidad de quitarle todo el sentido a las palabras los kirchneristas lo saben hacer muy bien: la de gozar de la totalidad de las mieles del poder pero a la vez asegurar que no tienen el poder, que están luchando contra él. Ser oficialismo y a la vez tener todos los laureles victimizantes de la oposición. La prensa en cambio, expresaba los intereses del auténtico poder en las sombras, mientras que los intelectuales venían a ayudar al gobierno popular a construir el poder desde el gobierno. La prensa era la vocera del imperialismo, y el gobierno era la voz del pueblo. Entonces ser oficialista y ya no el crítico del poder pasó a ser el nuevo espíritu del intelectual K, aunque dijera que no lo era.

Un hombre que vivió en los dos mundos fue Horacio Verbitsky quien en un libro de los 90, “Un mundo sin periodistas”, rescataba brillantemente al periodismo al decir que el rol del periodista es siempre “criticar a todo y a todos… decir el lado malo de cada cosa que del lado bueno se encarga la oficina de propaganda”.

Incluso rescataba a los medios que luego serían sus enemigos diciendo: “Los medios históricos como la Nación, y los más recientes como Clarín, Ámbito Financiero, Crónica o Página 12, se iniciaron con recursos escasos y fueron creciendo a medida que satisfacían necesidades sociales de información y opinión, que constituyeron su objetivo principal. No como apéndice de otros negocios mayores, a los que se subordinara su tarea informativa”.

Es cierto que estaba naciendo en los 90, al calor de menemismo, un nuevo tipo de medios: el del periodismo de otros negocios, que no tenía como centro de sus actividades la prensa sino comprar o crear diarios para defender intereses empresarios extraperiodísticos como el imperio que intentó crear Raúl Moneta. Contra ellos, Verbitsky defendía a los medios tradicionales, aún criticándolos por “capitalistas” porque su principal negocio era el periodismo, no poner el periodismo al servicio de otros negocios. Sin embargo, una década después terminaría defendiendo al periodismo de otros negocios (C5N) y al periodismo oficialista en contra de los medios tradicionales e incluso sus periodistas, a los ahora definió como los principales enemigos porque así lo indicaron los K.

Vale decir, Verbitsky en los 90 era un periodista investigador e informaba lo que el poder ocultaba, pero luego devino un intelectual al servicio de la corona. Así, con el tiempo, su anterior lugar de crítico del poder lo ocuparon gente como Jorge Lanata y Carlos Pagni. Lanata investigando los secretos del poder. Y Pagni mostrando información pura que el poder no quería mostrar. Lo que Verbitsy decía que debía hacer todo periodista que se precie de tal y luego olvidó.

Otro ideólogo K del periodismo fue José Pablo Feinmann, el filósofo que escribió un mamotreto de más de mil páginas para explicar el “sujeto mediático”, que según él es la continuidad del viejo sujeto capitalista al monopolizar la información buscando dominar el mundo. O sea, el periodismo es la nueva cara del imperialismo. Creyó con esa idea ser el continuador de la crítica que a los dueños de los medios hacía Orson Welles en “El CIudadano”, pero lo único que logró fue reproducir una caricatura de ello, algo que se acercaba más que a Welles a lo que ocurría en la película de James Bond, “El Mañana nunca muere”, donde el actor Jonathan Pryce (el que hacía de Perón en el film donde Madonna hacia de Evita) era un villano llamado Elliot Carver, dueño de un imperio comunicacional con el cual se proponía generar la tercera guerra mundial y apoderarse del mundo entero. Esa es la imagen grotesca que el kirchnerismo hace de los medios. Y contra esa caricatura del periodismo está luchando esta gente. Una forma maniquea de dividir entre el bien y el mal, que Alberto Fernández supo describir muy bien cuando era un crítico de Cristina, pero que ahora está a punto de asumir la caricatura como suya. Y vamos por más.

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