El Papa en Canadá: en la misa de Quebec pidió por una sociedad más inclusiva

Francisco, en uno de sus últimos actos, presidió el oficio religioso en la basílica de Santa Ana de Beupré. Expresó que deseaba que la solicitud de perdón no fuera un final sino un comienzo.

El Papa en Canadá: en la misa de Quebec pidió por una sociedad más inclusiva. / Foto: AP
El Papa en Canadá: en la misa de Quebec pidió por una sociedad más inclusiva. / Foto: AP

El pasaje del Papa Francisco por Quebec, en su Peregrinaje Penitencial, se cerró con una misa comunitaria en la deslumbrante Basílica de Santa Ana de Beupré, a unos 50 km de la Capital Nacional, la ciudad de Quebec.

El último acto del pontífice será muy al norte del Mundo, en la ciudad de Iqaluit, capital de Nunavut, el territorio federal de los Inuit (mal llamados “esquimales”).

Los quebequenses distinguen la capital de esta provincia, a la que llaman “Capital Nacional” por considerar que Quebec es una nación, de la capital del Canadá, Ottawa, a la que llaman “Capital Federal”.

Por una afortunada coincidencia, se cumplieron exactamente veinte años de la misa de cierre de las Jornadas Mundiales de la Juventud rezada por Juan Pablo II en la ciudad de Toronto, el 28 de julio de 2002.

Francisco dio un impresionante discurso en español en la ciudad de Quebec al cierre de las deliberaciones con las autoridades federales canadienses, las provinciales quebequenses, los jefes de las Primeras Naciones de Quebec y la gobernadora general del Canadá.

Destacó los valores de los pueblos de las Primeras Naciones, especialmente su laboriosidad, su enorme espiritualidad expresada en su contemplación de la naturaleza e hizo una hermosa analogía entre la hoja del érable o maple, al que llamó arce, presente en la bandera del Canadá, y la sociedad canadiense.

“El arce se muestra multicolor, así ha de ser esta sociedad, inclusiva”.

Pudimos verlo de cerca pues se dio un tiempo para desfilar entre las aclamaciones de los fieles por uno de los lugares históricos más importantes del Canadá, Las Llanuras de Abraham.

Hubo que madrugar, y mucho, para estar presente a tiempo en Santa Ana de Beaupré. El ingreso era estrictamente por invitación y el dispositivo de seguridad, como durante toda la visita, impresionante.

Desde un buen rato antes, dos helicópteros y dos drones sobrevolaban el sitio.

El Papa Francisco en Canadá.
El Papa Francisco en Canadá.

Un miembro de la policía Provincial se me acercó y mantuvimos un breve diálogo durante la espera (llegué muy temprano y estaba en primera fila). Imaginé que su jornada era muy larga y así se lo comenté: “Estamos aquí desde el lunes” fue su respuesta.

Estaban presentes la Policía Municipal, la Provincial y la Federal (Gendarmería Real del Canadá), además de varias agencias privadas de seguridad y los famosos hombres de negro que rodeaban al Papa.

A la salida conté cuarenta y dos vehículos grandes, negros y de vidrios oscuros. El convoy era escoltado por autos y motos de seguridad, se veían alrededor también muchos policías en bicicleta y a caballo (en los imponentes equinos canadienses).

Pensé, en mi simpleza, que era una estrategia para despistar posibles atentados pues nadie podía saber en cuál de todos esos vehículos se desplazaba el Pontífice. En eso pasó Francisco, en un simple Fiat 500, de un muy visible color blanco, con la ventanilla baja, sonriendo y saludando con la mano.

Muy pancho.

Integrantes de pueblo originarios se reúnen para ver al Papa Francisco en su visita a Canadá.
Integrantes de pueblo originarios se reúnen para ver al Papa Francisco en su visita a Canadá.

A la misa asistieron, en el interior del templo, autoridades civiles y eclesiásticas y numerosos miembros de Primeras Naciones. Antes de empezar, Francisco se paseó entre el público asistente en el predio recorriendo una “S” para que mayor cantidad de gente pudiera apreciarlo de cerca. Lo tuve a dos metros y pude ver que advirtió mi casaca azulgrana.

La misa fue concelebrada. Francisco dio el sermón, otra vez en español, pero rezó la misa en un excelente francés con muy buen acento.

El sermón fue muy bueno. Empezó diciendo que se había referido durante todo su peregrinaje a los tristes hechos del pasado pero que iba a centrarse en ese momento en el futuro.

Dejó algunos pensamientos destacables: “Lo opuesto al amor no es el odio, es la indiferencia. Lo opuesto a la vida no es la muerte, es la indiferencia por la vida y por la muerte”.

Señaló la misma idea que yo había expresado en notas anteriores, que el encuentro de dos Mundos en América fue una enorme oportunidad de enriquecimiento muto que tristemente se desperdició por soberbia.

Otra vez llamó a la sanación y al reencuentro y otra vez reconoció que el daño es grande y por eso para muchos será tarea muy difícil.

Citó las palabras de uno de los jefes presentes: “El pedido de perdón no es un punto final”. Francisco respondió: “Estoy totalmente de acuerdo. Deseo y aspiro que sea un comienzo”.

Leí en mi juventud una extraordinaria novela, “Rojo y Negro”, de Stendall, ambientada en la Francia de 1820, gobernada por un rey Borbón en medio del tremendo debate monarquía vs república.

Dedica un capítulo completo a la visita real del protagonista al pueblo de Julián. Con todo detalle describe los preparativos, las rencillas por figurar, los espacios de poder, la pompa, el despliegue, etc. Termina en una sentencia tremenda: “Un día como ése podía destruir el trabajo de un año de un periódico liberal”.

La analogía cobra realidad al ver esa misma escena en versión siglo XXI.

El Papa Francisco reza en un cementerio en la antigua escuela residencial, en Maskwacis, cerca de Edmonton, Canadá.
El Papa Francisco reza en un cementerio en la antigua escuela residencial, en Maskwacis, cerca de Edmonton, Canadá.

Me refiero a lo había visto el día anterior, es decir la bellísima ciudad de Quebec al ritmo implacable de un día laboral, y pensaba que el mensaje del Papa llegaba apenas a una porción de la población. El resto se mantenía indiferente.

¿Valdrá la pena tanto dispositivo, tanto esfuerzo organizativo, todo lo que implica semejante visita? ¿Para qué?

Pues, creo que sí. El Mundo seguirá su marcha, no hay duda. Incluso muchas personas que se emocionaron olvidarán sus sentimientos de ese momento casi completamente al retomar su rutina.

Pero creo que la respuesta se encuentra en esa diminuta palabrita: casi.

Es como cualquier gesto que podamos aportar en favor de la vida. Es tanta la necesidad, tanta la miseria, tantos y tan grandes los males del mundo, que fácilmente podemos creer que no valdría nada.

No es así. El peregrino predica como el labriego siembra. Muchas semillas se pierden, pero un solo fruto justifica el esfuerzo.

Algo bueno queda en el corazón de alguien.

La tarea de la integración es enorme, ciclópea. El Papa ha dado un paso, “un comienzo”, como él mismo lo expresó.

Sepamos marchar en la buena dirección hacia el perdón y la reconciliación porque es cierto que el sendero es larguísimo y espinoso pero es imprescindible recorrerlo hasta el final.

*El autor es mendocino radicado en Sherbrooke, Quebec.

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