El gobierno gira sobre un disco rayado

Alberto Fernández tiene como opciones dos “Lugares” contrapuestos, pero recurrentemente elige permanecer en su “No Lugar”, el espacio sin identidad en el que se convierte en “no presidente”.

Alberto Fernández tiene como opciones dos “Lugares” contrapuestos, pero recurrentemente elige permanecer en su “No Lugar”, el espacio sin identidad en el que se convierte en “no presidente”.
Alberto Fernández tiene como opciones dos “Lugares” contrapuestos, pero recurrentemente elige permanecer en su “No Lugar”, el espacio sin identidad en el que se convierte en “no presidente”.

Alberto Fernández sigue chapoteando en las medias tintas a pesar de su evidente naufragio. Insiste en intentar lo imposible: ser independiente de Cristina Kirchner, sin enojarla. Reincide en esa cuadratura de círculo mientras continúa hundiéndose.

Por cierto, la vicepresidenta no es la única causa del hundimiento de quien ella convirtió en presidente. La caída de Boris Johnson muestra el alto precio que debe tener la inconducta y la mentira en tiempos de pandemia.

El premier británico tuvo que renunciar presionado por su propio partido, no sólo por las fiestas violatorias de la cuarentena realizadas en el 10 de Downing Street, sino porque la primera vez que le preguntaron sobre esas reuniones, él negó que hubieran ocurrido. Por eso, cuando la investigación mostró las pruebas que lo desmintieron, los tories entendieron que no podía continuar en el cargo.

También Alberto mintió al negar que hubiera ocurrido la fiesta en la Quinta de Olivos. Igual que Boris Johnson, quien tiene antecedentes de faltar a la verdad, el mandatario argentino exhibe en su pasado falsificaciones inaceptables. Por caso, o mintió cuando acusó a Cristina Kirchner de faltas gravísimas, como operar para que quede impune la masacre de la AMIA, o mintió después cuando sostuvo todo lo contrario.

Pero la patética deriva de Alberto Fernández tiene que ver con su rendición en cuotas ante Cristina. Por situarse en un “No Lugar”, Alberto Fernández se convirtió en un “no presidente”.

Para entender la extraña situación del gobierno es útil recurrir al concepto de Marc Augé, adaptándolo al caso argentino. El antropólogo francés recurrió a la noción de “No Lugar” para explicar los espacios transitorios, impersonales, por donde la gente pasa de manera circunstancial. Los ejemplos clásicos son los shoppings y los aeropuertos.

Como contracara, Augé habla de “Lugar” como espacio antropológico. El Lugar tiene identidad, por lo tanto, se habita y se vivencia en lugar de meramente transitarse. En las antípodas del “Lugar” antropológico, el “No Lugar” carece de identidad y personalidad.

Alberto Fernández tiene como opciones dos “Lugares” contrapuestos, pero recurrentemente elige permanecer en su “No Lugar”, el espacio sin identidad en el que se convierte en “no presidente”.

Las opciones son la emancipación total o la sumisión total, pero él insiste en convertir la “o” en “y”, que implica optar por la nada porque se trata de un oxímoron, un imposible porque no se puede ser emancipado “y” sumiso al mismo tiempo. Se es una cosa “o” la otra.

El grupo de leales que lo acompañó en la gestión y que Alberto fue tirando por la borda cumpliendo sucesivas órdenes de la vicepresidenta, tenía la esperanza de que se atreviera a emanciparse totalmente de ella, expulsando a los ministros, secretarios y subsecretarios designados por Cristina, formando un gabinete propio con funcionarios que le respondan exclusivamente a él, para gobernar buscando acuerdos puntuales con las distintas bancadas del Congreso.

Al comenzar la pandemia ensayó con notable éxito un lugar propio al consensuar políticas sanitarias con Horacio Rodríguez Larreta y con los gobiernos provinciales. Ese lugar propio era un puente de entendimientos supra-partidarios. Y Alberto Fernández lucía bien sobre ese puente, lo que se reflejaba en las encuestas con altísimos niveles de aprobación en la sociedad. Pero sintiéndose amenazada por ese brillo propio que lucía el presidente, Cristina le ordenó dinamitar el puente de consenso donde posaba con Rodríguez Larreta. El material explosivo que lo destruyó fue la quita de coparticipación federal al gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, gobernado por la oposición.

Desde entonces, la autoridad de Alberto fue desgarrándose a girones ante cada embestida de la vicepresidenta, convertida en una suerte de Pac-man dedicado a devorar el poder del presidente. Y Alberto fue entregando cada porción reclamada por ese ente equiparable al videojuego diseñado por Toru Iwatani.

El último tarascón le devoró lo único que le quedaba como vestigio de autoridad: el ministro de Economía. Para defender su último bastión, tenía que darle a Martín Guzmán los instrumentos que éste le pedía para ejercer su función. Pero como echar a los funcionarios puestos por Cristina para que saboteen al ministro habría implicado emanciparse, el mandatario mantuvo a Guzmán en la trinchera, pero sin armas para defenderse del bombardeo kirchnerista.

Lo que hace Alberto Fernández desde que cumplió la terrible orden de dinamitar la política pontificia que instrumentó al comenzar la pandemia, es capitular ante cada ataque de Cristina. En lugar de emanciparse del todo como le reclaman los “albertistas” y el peronismo no kirchnerista, o someterse totalmente como le exigen Cristina y el kirchnerismo, elige rendirse en cuotas.

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