El fantasma que rodea Armenia

Fantasmas del pasado deambulan por Transcaucasia ya que el conflicto entre Armenia y Azerbaiján podría tener consecuencias impredecibles.

Fantasmas del pasado deambulan por Transcaucasia ya que el conflicto entre Armenia y Azerbaiján podría tener consecuencias impredecibles. / Gentileza
Fantasmas del pasado deambulan por Transcaucasia ya que el conflicto entre Armenia y Azerbaiján podría tener consecuencias impredecibles. / Gentileza

La sombra de Erdogán llegó al Cáucaso. Su eufórico respaldo a Azerbaiján en la guerra contra Armenia despierta oscuros presagios.

Turquía vuelve a proyectarse hacia el norte de Anatolia. Procura incorporar Transcaucasia a su hinterland (espacio de influencia). Y los armenios recuerdan las masacres ordenadas por el sultán Abdul Hamid a fines del siglo XIX, y el genocidio que perpetró el régimen de Los Jóvenes Turcos en 1915.

En Azerbaiján, Ilham Aliyev lleva 17 años construyendo una autocracia y acercándose al primer presidente turco con ínfulas otomanas desde que Atatürk creó la república.

Para Armenia es crucial que el mundo detenga la guerra y restablezca el statu quo imperante desde 1994, porque la memoria histórica les dice que, de triunfar Azerbaiján con el respaldo de Turquía, los armenios de Nagorno Karabaj podrían ser expulsados de esas tierras como lo fueron de Najichevan entre finales del siglo XIX y principios del siguiente.

El fantasma de una limpieza étnica recorre el Cáucaso meridional. Cristianos y musulmanes están combatiendo, como en el pasado lo hicieron cosacos y tártaros en el norte del Mar Negro y los reinos armenios y turcomanos del sur de la cordillera caucásica.

En esta oportunidad, se trata del conflicto que estalló en la última década del siglo XX y quedó congelado sin acuerdo de paz.

Los azeríes quieren restablecer su dominio en Nagorno Karabaj, clausurando la autonomía que ese enclave mantuvo desde el armisticio impuesto por Rusia en 1994.

Los azeríes y los turcos llaman Nagorno Karabaj al territorio que los armenios llaman con el nombre de la décima provincia del antiguo reino de Armenia: Artsaj.

El mapa de Azerbaiján empezó a rasgarse en la década del ’80, cuando la KGB apresó a Gorbachov en Crimea. Aquel golpe de Estado fracasó por la resistencia de Boris Yeltsin, pero inició el final de la URSS.

La mayoría de los habitantes de Nagorno Karabaj son armenios y no quisieron quedar bajo soberanía de un Estado turcomano y musulmán, sin un paraguas soviético. Por eso declararon la separación y la integración con Armenia.

La guerra duró varios años, dejó unos 30 mil muertos y enfrentó directamente a los archirrivales transcaucásicos. El armisticio impuesto por Rusia impidió a los armenios la anexión de Nagorno Karabaj, pero el resultado no fue mejor para los azeríes, que perdieron el control del enclave.

Desde entonces, Nagorno Karabaj tiene una similitud con Taiwán, que en el Derecho Internacional es una “provincia china en rebeldía” pero, en los hechos, un país independiente. Armenia y el pueblo karabajsí creen que, si Azerbaiján recupera el control, puede ocurrirle a Nagorno Karabaj lo que le está ocurriendo a Hong Kong: quedar a merced de una potencia que viola acuerdos y avasalla identidades culturales.

Por eso el reclamo va más allá de ese enclave. En Najichevan y las montañas de Zangezur los armenios eran parte de la población. El Genocidio de 1915 y la ocupación otomana implicaron limpiezas étnicas que redujeron su presencia. Y en 1921, Lenin puso esos territorios bajo la soberanía de Azerbaiján. A renglón seguido, también Nagorno Karabaj fue entregada a los azeríes.

Que Armenia y Azerbaiján integraran la Unión Soviética atenuaba peligros, pero la desaparición de la URSS generó el temor armenio a nuevas limpiezas étnicas. Por eso estalló aquel conflicto, que ahora resurge por lanzó la ofensiva azerí para reconquistar Nagorno Karabaj, recuperando primero los territorios adyacentes que habían sido ocupados como “zona de seguridad”.

La guerra es desigual. Azerbaiján es rica por el petróleo. Armenia es pobre, pero cuenta con que sería apoyada por Rusia, que tiene una base militar en su territorio, si la entente turco-azerí se lanzara a destruirla para crear un gran Estado musulmán caucásico aliado de Ankara.

El nacionalismo ruso considera su hinterland a las tierras que se extienden entre el Mar Caspio y el Mar Negro. Además, el cristianismo eslavo conducido por las iglesias ortodoxas, y el cristianismo armenio conducido por la iglesia gregoriana apostólica, implican un vínculo cultural fuerte, como el que establece el Islam entre Turquía y Azerbaiján. Pero no está claro qué estaría dispuesta a hacer Rusia. Tampoco si la OTAN se involucraría. Por membrecía, es Turquía el país que debería contar con su apoyo, pero razones culturales y políticas podrían colocarla del lado de Armenia.

Lo único claro es que el conflicto podría tener alcances impredecibles. Y que fantasmas del pasado deambulan por Transcaucasia.

*El autor es Politólogo y Escritor.

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