El enojo

Es ese estado que todos vivimos alguna vez, pero por el que no vale una vida.

Imagen ilustrativa
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¡Me enojé, me enojé, me enojé!”. Son expresiones que denotan que el tipo está jodido, algo lo sacó de las casillas y lo puso a ladrar al frente.

Puede ser un hecho circunstancial, momentáneo, el que lo haya alterado, o puede ser un entripado que viene evolucionando dentro de él desde hace mucho tiempo.

Una situación que lo disgusta sobremanera y le hace llegar el enojo de frente fruncida, de trompa y de algunos improperios que llenan el ámbito en el que está enojado.

El enojo puede ser expresivo o elegir el mutismo para manifestarse. El expresivo tiende a levantar la voz, usa argumentos que muchas veces son falaces, acusa, señala, levanta el índice, maldice. Y otros eligen no hablar del tema, guardan esos silencios hoscos que no pueden ser alterados, aunque uno les hable. Se guardan en su frustración y no están dispuestos a decir monosílabo alguno que atienda la circunstancia.

Los enojos pueden acarrear circunstancias graves, difíciles de resolver, y alteran la buena atmósfera de distintos círculos, laburo, amigos, familia. Es más, a veces son tan agudos que llevan a que dos personas se separen por un tiempo prolongado.

El tipo estalla de bronca y no hay curitas para detener esta herida. Se manifiesta de una manera explícita y ostentosa y vocifera en contra de aquello que lo molesta o lo indigna.

A veces son circunstancias menores que nos llevan a este estado y eso es más fácil de solucionar. La solución pasa por la charla. Si tenemos un entripado con alguien, lo más sano es hablarlo con ese alguien, a ver si las cosas entran a encajar dentro del lado bueno del juego.

Una pequeña conversación puede arreglar una disputa, con el “dis” incluido. Puede solucionar días de bronca y de malos gestos, puede volver a poner a la amistad del lado que le corresponde, el buen lado de la vida.

Durar con el conflicto adentro es arruinar las horas que pasan estando uno en este estado, y eso es perder trozos de vida importantes.

Cuando ocurre este tipo de circunstancias se dice que “el tipo está caliente”, o sea tiene la temperatura enojística en estado de ebullición, y cualquier cosa que tenga que ver con el asunto lo altera.

No vale la pena vivir “caliente”, aunque el término se use para definir situaciones sexuales. Yo me refiero a caliente de enojo, porque no hay banda de agua que haga bajar la temperatura.

Analizarse en el accionar también está bien, revisar los hechos con la debida ecuanimidad como para saber cómo se originaron o desarrollaron, porque a lo mejor la raíz del problema somos nosotros mismos.

Claro que vale enojarse con uno mismo, está permitido, pero eso también tiene solución, al acostarse, al apoyar su cabeza en la almohada, charle con usted, tal vez encuentre caminos que antes no tenía en consideración y se acerque a una placidez que lo haga dormir con paz.

No hay enojo que valga una vida. Eso es perder dos vidas en un solo intento.

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