El dulce de leche

Si la vaca merece un lugar en nuestra Bandera, el dulce que sale de su producto principal merece un espacio en el escudo

No seríamos lo mismo los argentinos sin el dulce de leche.
No seríamos lo mismo los argentinos sin el dulce de leche.

Los animales nos acompañan en este tránsito de vida por este planeta, y no solamente nos acompañan: nos dan sustento para la alimentación, ya que muchos de los productos que consumimos habitualmente tienen origen animal.

Hay organizaciones que se encargan de cuidarlos, de preservarlos, pero generalmente tenemos un trato poco considerado hacia ellos. Salvo las mascotas, que sí cuidamos y a veces con verdadero celo. Gatos y perros, entre ellos, que son los animales que más pueblan los hogares de los argentinos.

Pero si hay un animal dócil, noble, generoso, ese animal es la vaca. La vaca nos da de todo: la carne, la leche, las pezuñas, y encima le sacamos el cuero. La vaca debería estar en nuestra bandera, como un símbolo que nos identifica plenamente.

Ahí están en los prados argentinos, alimentándose de pasto. Ni siquiera tenemos que molestarnos en darles alimentos, ellas lo encuentran por actitud propia.

Como dijimos, la vaca nos da la leche. Entre los mamaos mendocinos no tiene mucha importancia, pero para el resto, y sobre todo los niños, es un elemento indispensable para un buen crecimiento. La leche es un alimento que no puede faltar en un hogar sano.

Ha dado lugar a emprendimientos enormes que bien pueblan las pantallas de nuestros televisores con las propagandas de sus productos. Debe de ser uno de los alimentos más vendidos.

Pero la leche nos provee de algo que, a los glotones, amantes de lo dulce, los colma de satisfacción: el dulce de leche.

Qué sustancia tan agradable al gusto, al placer de un buen bocado. El dulce de leche forma parte de la repostería argentina de manera abusiva; hay postres, tortas, yogures, flanes, alfajores y un gran número de productos alimenticios que lo tienen en su constitución.

Dicen que fue un invento que produjo una esclava de Rosas en el campamento del Restaurador, y que lo obtuvo por un olvido. Había llegado al campamento Lavalle, enemigo acérrimo de Rosas, a conferenciar con él, pero de tan cansado que estaba se tiró a dormir sobre el catre de su rival. Allí lo descubrió la esclava, de nombre Tomasa, y le entró tal pavura que se olvidó que en la cocina del campamento estaba calentando leche, y eso derivó en lo que hoy conocemos como dulce.

El dulce de leche acompaña a muchos postres de la comida criolla. El flan con dulce de leche debe de ser uno de los postres más pedidos en los restaurantes del país. Pero va más allá: ahí está el helado de dulce de leche, que no es conocido en todo el mundo, un privilegio casi exclusivamente argentino.

El dulce de leche puede comerse con cuchara, pero también el dedo sirve: un dedo lleno de dulce de leche es un dedo no para agarrar, sino para chupar.

Es un elemento especial del cual gozamos plenamente. No seríamos lo mismo los argentinos sin el dulce de leche. Hay diferentes marcas y muchas se arrogan la cualidad de ser las mejores, pero en general, cualquier dulce de leche nos llena de una impecable satisfacción.

Si la vaca debería estar en nuestra bandera, el dulce de leche, por lo menos debería figurar en nuestro escudo nacional.

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