El dólar de la desconfianza y la guerra del santoral

Cuando la sociedad percibió que Cristina se metía de lleno con la gestión económica -poniendo en jaque el principio de propiedad- la confianza social comenzó a ceder.

Imagen ilustrativa / Archivo
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El Gobierno permanece entretenido en una guerra de onomásticos mientras el país se pregunta en qué momento de su breve gestión perdió la confianza. Alberto Fernández no consiguió que Cristina lo acompañara el 17 de octubre en su evocación del momento fundacional del peronismo. La Vicepresidenta suspendió la liturgia. Diez días más hasta recordar la muerte de su esposo. El momento inicial de su propio mito. Son santorales insuficientes para exorcizar la realidad. La economía se desbarranca con un vértigo irrefrenable en un contexto de grave crisis sanitaria.

El descontrol se expresa en la volatilidad del dólar. El equipo económico ensayó en un plazo breve rumbos opuestos: un cepo absoluto a la compra por menudeo y un beneficio a grandes inversores mediante la dolarización garantizada de sus acreencias en pesos. Un nuevo compromiso frenético, a días apenas de haber renegociado la deuda anterior.

Nada funcionó. Los bonistas que entraron al canje emitieron un comunicado implacable. La confianza en esos despachos de Wall Street es la misma que se le dispensa a un ludópata reincidente, con una afición compulsiva al pagadiós.

Pero la desconfianza también corroe en la base. El Gobierno no podría abrir el cepo sin que los ahorristas más pequeños corrieran a cambiar sus pesos por divisas, para defenderse de la devaluación. Ante la prohibición, se inclinan por adquirir “cuasidólares”. Productos en cuyo precio incide la cotización del dólar. Una dinámica que dispara otros aumentos, como esquirlas desbocadas.

El ministro Martín Guzmán niega una devaluación a cada paso. Hace declaraciones en ese sentido hasta cuando abre la puerta y se prende la luz de la heladera. Bien mirado, lo que está prometiendo es que no habrá una espiral descontrolada de inflación. El Gobierno presiente que ese estallido sería el paso previo al caos social.

Los economistas disienten sobre ese riesgo cuando hablan de la emisión monetaria. Para algunos, la inundación de pesos sin respaldo promete inflación sin límite. Otros opinan que antes debería cotejarse ese dato con los de oferta y demanda. Todos coinciden en la alarma por las reservas del Banco Central. Dicen que están en el umbral del nivel negativo o que ya cayeron al foso. No por demora en la liquidación de exportaciones, sino por anticipo y pago de importaciones. Los compradores de 200 dólares apenas inciden en esos grandes números.

En la Fundación Mediterránea, el economista Ricardo Arriazu explicó la novedad de esa disrupción cambiaria. No se desprende de la correlación entre la cosecha y el producto bruto. Tampoco obedece a un rezago del tipo de cambio real, si se evalúa su evolución reciente contra la inflación. “La brecha cambiaria es pura desconfianza”, sentenció.

Esa descripción conecta con la administración del clima político. La confianza es el insumo político por antonomasia. Por eso cobra relieve detectar el punto reciente en el cual el Gobierno comenzó a perder ese activo. El único modo autocrítico para recuperarlo. Si se analizan los sondeos de opinión, se observa una correlación sugestiva: el punto de equilibrio a partir del cual la credibilidad del oficialismo comenzó a caer fue el momento Vicentín. Hasta entonces, la gestión de la pandemia primaba sobre la preocupación económica. Y la aprobación del oficialismo soportaba incluso la embestida kirchnerista sobre el Poder Judicial. Cuando la sociedad percibió que Cristina se metía de lleno con la gestión económica -poniendo en jaque el principio de propiedad- la confianza social comenzó a ceder.

El segundo momento clave se registra un mes después. Cuando pierde sustento la gestión sanitaria. El economista Alfonso Prat Gay -de los primeros en objetar el modelo de contención de la pandemia- lo recordó en la Bolsa de Comercio de Córdoba. El fracaso de la gestión sanitaria corroyó el núcleo de la credibilidad del Presidente. Derramó desconfianza en el manejo de la economía y promovió una demanda novedosa de reforma judicial, pero en sentido inverso: contra las aspiraciones y la injerencia del kirchnerismo.

El grotesco episodio de usurpación protagonizado por el delegado papal Juan Grabois en Entre Ríos subsume lo peor de ambas circunstancias: reproduce el momento Vicentín -en una escala descendente, cada vez más cercana al ciudadano común-, y pone en evidencia para qué quiere el oficialismo manejar los jueces.

En ese contexto, el equipo económico intenta tender un puente hacia un nuevo puente. Un by-pass hasta el acuerdo con el Fondo. Que a su vez sería un by-pass hasta que la economía argentina recupere su capacidad de pago. Un experimento de prestigitación antes que de ingeniería.

Lo más probable es que el FMI responda, con alguna lógica, que un préstamo de facilidades extendidas requiere de algún horizonte de equilibrio fiscal. Y especialmente de consenso político. El Presupuesto 2021 que está en el Congreso Nacional ya perdió su condición de diseño fiscal. Prevé un dólar para diciembre del año próximo que es la mitad de lo que el mercado ya está pagando hoy.

Guzmán promete armonizar las variables en desequilibrio: que la tasa de interés sea mayor que la tasa de retorno del dólar y ésta a su vez mayor que la inflación.

Un mundo ideal donde lo respalda un sólido acuerdo político. Algo que no existe en la cima del poder, ni para coincidir en las efemérides.

*El autor es de Nuestra Corresponsalía en Buenos Aires.

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