El doble espía, vengador de Dresde

Heinz Felfe fue uno de los agentes secretos que más datos le pasaron a la Unión Soviética. Tenía un motivo: los aliados habían destruido su ciudad y matado a sus padres.

Pocos hablan de él, pero algunos expertos de espionaje creen que fue el más eficiente agente soviético que actuó en la República Federal Alemana durante la Guerra Fría.

En ese dilatado período de casi medio siglo, cuando la humanidad vivió constantemente asomada al abismo infernal de una guerra nuclear, lo que quedaba del territorio alemán tras el colapso del nazismo fue dividido en dos repúblicas inconciliables: la República Federal Alemana (RFA) u occidental, y la República Democrática Alemana (RDA) u oriental.

Una incorporada a la Otan, la otra al Pacto de Varsovia, y ambas convertidas en teatro de operaciones de la más intensa guerra subterránea de la historia.

Berlín, la excapital alemana, también dividida en dos zonas, era el principal frente de operaciones del espionaje y del contraespionaje de los dos grandes bloques ideológicos y militares que contendían por la hegemonía mundial.

Bajo las bombas

Heinz Felfe había nacido en Dresde, una de las más bellas ciudades de Europa, llamada con justicia “la Florencia del Elba”.

Durante la Segunda Guerra Mundial, Dresde fue víctima de un horrendo bombardeo angloestadounidense. El ataque se basó sobre el principio del “bombardeo terrorista”, ideado por Winston Churchill, Charles Portal y Arthur Harris (llamado “el carnicero Harris”, que en esa oportunidad honró vastamente a ese apelativo).

Básicamente, consistía en desencadenar ataques violentos y sistemáticos contra las poblaciones civiles, no objetivos militares, para quebrar la retaguardia moral del enemigo.

En la noche del 12 al 13 de febrero de 1945, exactamente a las 22.15, 1.400 bombarderos aliados iniciaron la “Operación Trueno”.

Bombas de 2.000 y 4.000 kilos encendieron los fuegos del infierno.

Dresde carecía de defensa antiaérea porque no era un objetivo militar y además estaba superpoblada con más de 100 mil refugiados que huian del avance del Ejército Rojo.

Es decir, un objetivo indefenso, ideal para un bombardeo terrorista.

Llamas de 100 metros

En esa noche atroz fueron descargadas sobre la ciudad inerme 650 mil bombas incendiarias. Dresde se transformó en el gigantesco cráter de 65 kilómetros cuadrados de un volcán en llamas, que lo consumía todo, comenzando por la razón y la piedad.

Un piloto de la RAF que volaba a cinco mil metros de altura informó a su base que la cabina de su avión estaba iluminada, como por la luz del día, por el resplandor del incendio.

Las llamas se elevaban a 100 metros de altura, eran visibles desde 100 kilómetros de distancia y en el centro de la ciudad la temperatura sobrepasó los 1.000 grados centígrados.

Las vías del servicio de tranvías se derritieron y corrieron calle abajo como ríos de plata. Nada permite visualizar mejor las pavorosas dimensiones de la tragedia gratuita que este dato: en Hiroshima, el ataque atómico causó 95 mil muertes.

El vengador secreto

En Dresde, entre las 125 mil víctimas se contaban los padres de Heinz Felfe.

El joven odió hasta el día final de su vida a quienes destruyeron a su familia y a su amada ciudad. Y decidió vengarlas.

Durante la guerra, había sido agente de inteligencia exterior de las SS.

Al final de la contienda, los aliados y los soviéticos se lanzaron a una cacería de servidores de los servicios secretos nazis, no tanto para aplicarles el rigor de la ley como para rescatarlos en servicio propio.

Los estadounidenses lograron al mejor de ellos: Reinhardt Gehlen, el llamado “General Gris”, que había tenido la precaución de ocultar gran parte de los archivos secretos alemanes sobre la Unión Soviética y el resto de Europa Oriental.

Gehlen reconstruyó el servicio reclutando a los agentes que habían sobrevivido a la guerra y las depuraciones. Felfe fue uno de ellos, pero se incorporó no para luchar contra los comunistas sino contra los estadounidenses y británicos, los verdugos de Dresde y de su familia.

Doble espía

Inteligente y decidido, ganó prontamente la confianza del “General Gris”, quien terminó por encomendarle nada más y nada menos que la división soviética del contraespionaje alemán occidental.

Desde esa posición y durante años pasó al KGB información de suma importancia acerca del papel de la RFA en la estrategia global occidental.

En poco más de una década, entregó al espionaje soviético unas 15 mil fotografías de mapas con la ubicación de bases militares secretas, especialmente las plataformas de misiles occidentales, informes sobre las redes que estaban operando detrás de la Cortina de Hierro, armamentos, diagramas de movilización, organigramas de los servicios secretos dirigidos por Gehlen.

Craig R. Whitney, de The New York Times, expresa en su obra Traficante de espías que “Felfe redujo a la nada la mayor parte de la obra realizada hasta 1961” por el BNB (la “Organización Gehlen”).

Traidor y héroe

El 6 de noviembre de ese año fue detenido por cometer un error explicable en un mediocre ratero, pero inconcebible en un espía de primer nivel, como en verdad lo era él: espléndidamente pagado por los rusos, sucumbió a su vanidad.

Aunque cobraba menos de 800 dólares mensuales en el BNB, adquirió un chalé de 10 habitaciones y un Mercedes Benz último modelo, amén de vestir trajes y zapatos italianos a medida y otros excesos del consumismo occidental y cristiano, que, obviamente, no podían ser pagados con ese discreto sueldo.

La CIA había advertido a Gehlen que tenía infiltrado un espía soviético en los escalones más altos de su organización. Su extravagante nivel de vida le permitió identificarlo rápidamente.

Estaba quemado, muerto como espía.

Pidió radicarse en la RDA, donde lo destinaron al Departamento de Criminología de la Universidad Humboldt. Para llegar a su oficina debía usar la misma puerta que conducía a la morgue.

* Este texto fue publicado originalmente por La Voz. Se reproduce aquí con la autorización correspondiente.

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