El cumpleaños de Nicolás

Extremadamente culto y dueño de una prosa casi poética, Nicolás Avellaneda al llegar a la presidencia solía convertir reuniones de gabinete en charlas literarias.

Nicolás Avellaneda al llegar a la presidencia solía convertir reuniones de gabinete en charlas literarias.
Nicolás Avellaneda al llegar a la presidencia solía convertir reuniones de gabinete en charlas literarias.

Aquél tres de octubre Nicolás cumplió cuatro años. Ajeno a los sangrientos conflictos políticos, su diminuta humanidad exploraba el mundo dentro de los límites de un hogar tucumano cuando su madre tomó en brazos al futuro presidente para escapar. Acaban de fusilar al patriarca de la familia y de huir dependía la vida de todos.

Marco Avellaneda, además de ser el padre del pequeño era gobernador de Tucumán. Desde hacía algunos meses su oposición a Juan Manuel de Rosas era contundente y por órdenes del mismo fue ultimado. Señalan algunos testigos que el verdugo realizó lentamente su trabajo, procurando a la víctima un dolor innecesario y cruel. Otros advierten que el cuerpo no dejó de moverse durante varios minutos, volviendo todo más dantesco. La horrenda escena se completó con su cabeza expuesta en la plaza principal durante días. Fue rescatada por una mujer y entregada a los franciscanos en custodia.

Marco tenía entonces solo tenía veintisiete años. Su muerte valió para que además de “chingolo” o “taquito”, al pequeño Nicolás lo apodaran como “el hijo del degollado”.

La familia Avellaneda se exilió. En 1850 regresaron a Tucumán y poco después nuestro protagonista se trasladó a Córdoba donde comenzó sus estudios de abogacía. Terminó radicándose en Buenos Aires, allí actuó como periodista y finalmente se doctoró en Leyes. Fue legislador bonaerense hasta que en 1866, Adolfo Alsina —por entonces gobernador bonaerense— lo nombró ministro de Gobierno. De allí pasó al Ministerio de Culto e Instrucción Pública en la administración de Sarmiento.

Avellaneda fue un hombre muy especial. En su vida cotidiana reinaba el caos, jamás llevaba dinero en los bolsillos y era sumamente distraído. Era impaciente hasta el punto de comer de pie. Extremadamente culto y dueño de una prosa casi poética, al llegar a la presidencia solía convertir reuniones de gabinete en charlas literarias. Su secretario personal, Manuel Zorrilla, comentó que al comienzo de una reunión con todos los ministros, don Nicolás “echó mano al bolsillo y sacó un legajo de papeles que los presentes tomaron por algún proyecto de mensaje al Congreso o algo parecido. Pero (…) era un estudio sobre Jorge Isaacs, que el autor se puso a leer inmediatamente, sin introducción ni aviso de ninguna clase”. Alsina —flamante ministro de Guerra— fue el primero en retirarse y expresó: “Creo que este será el primer caso de un novelista ensalzado y de un poeta condenado en acuerdo de ministros”.

La sombra de Marco jamás lo abandonó. Llamativamente uno de los regalos que recibió al asumir fue la cabeza de su padre y junto a sus hermanos la sepultaron en la Recoleta.

Señala Rogelio Alaniz, que por motivos diplomáticos asistió a una función de gala en Montevideo y se encontró cara a cara con Mariano Maza, el mismísimo asesino de su padre. Maza se hallaba refugiado en Uruguay tras la caída de Rosas y jamás regresó a Argentina, donde hubiese sido ejecutado.

Como vemos la nuestra es una historia llena de grietas dolorosas en donde el poder pasa de un lado a otro y la única constante parece ser el sufrimiento.

*La autora es Historiadora.

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