¿Es urgente el regreso a clases? Sí y no; depende…

Hemos transitado casi todo un año lectivo y sabemos que el tiempo en educación es importante, pero la calidad de los procesos formativos lo son aún más.

Imagen ilustrativa / Archivo
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Tiempos tan atípicos necesitan también respuestas infrecuentes, las que vamos descubriendo con lentitud. Sin seguridades, el desequilibrio que originó esta extensa cuarentena por pandemia, provocó desconcierto, tensiones, miedos, agudizó brechas sanitarias y ya nos alerta de una nueva pandemia de salud mental.

Así como la saturación de los sistemas de salud mostraron, a quienes lo desconocían, su crónica precariedad, lo experimentado en educación no fue menor. Dos derechos fundamentales a los que durante décadas se les continúa mezquinando ideas y presupuesto. Si bien la pandemia aceleró muchos procesos que veníamos planteándonos y no terminaban de concretarse, aplicarlos sobre la crisis, haciendo muchas veces “ensayo y error”, no es el camino correcto en asuntos tan sensibles al desarrollo personal y social de los estudiantes.

Debemos, necesitamos volver, pero no de cualquier manera. Ese regreso podrá resolver algunas cuestiones, pero no muchas, no necesariamente sustentables, de una calidad tal que provoquen esa revolución que cada nuevo gobierno promete. Será política de reseteo para aquellos que piensan que este apagón educativo permitirá mágicamente colocar en su lugar aquel currículum, estrategias, tiempos y espacios que ya no funcionan. O, más de lo mismo sazonado con tecnología. En este último caso, la experiencia indica que el resultado será de una mala educación con tecnología. Si bien reconocemos que nos encaminamos, muy lentamente, hacia un modelo híbrido obligado a ser plural, sabemos que abordar la brecha tecnológico-digital es necesario, pero no será suficiente.

Para las políticas educativas ya no es posible el largo plazo. Pero para el corto, necesitamos liderazgo político e institucional y en esto tenemos problemas. Convertir nuestros débiles sistemas en resilientes, poder elevar su capacidad para manejar la incertidumbre, precisa no sólo de más recursos, más dinero, sino del liderazgo profesional de los docentes, la capacidad y autonomía de las escuelas y la confianza de que los responsables de las políticas saben lo que hacen.

Contando nuestro gobernador con parámetros sanitarios que le permitirían decidir según la “Guía de análisis epidemiológico”, cuándo es posible gestionar un regreso, es evidente que aún no estamos solucionando aquellos aspectos que hacen a la profiláctica condición que necesitará cada escuela para recibir estudiantes, sean de los últimos años de cada nivel, sean los desconectados. Faltan presupuestos para poder cumplir con los protocolos, con las guías o con la buena y solidaria voluntad.

En consecuencia, para regresar a la escuela: Sí y no, “depende”. Quienes puedan resolver las dificultades, sean sanitarias, tecnológicas, didácticas, de hábitat educativo, distancias, presupuestarias, de clima social, pues adelante. De lo contrario, prioricemos. Hemos transitado casi todo un año lectivo y sabemos que el tiempo en educación es importante, pero la calidad de los procesos formativos lo son aún más.

Una pregunta para los apresurados en regresar, preocupados por el impacto generacional, sobre todo de los más desfavorecidos: ¿Qué es peor: a) perder un año en el caso de los desconectados, b) haberlo realizado a media máquina en casa, o c) transitar la obligatoriedad educativa, 10 años en la escuela, con una educación que no responde a las demandas que nuestros hijos, hijas, estudiantes, necesitan para construir su proyecto personal y social de vida?

*El autor es Director general del Observatorio de la Convivencia escolar de la Universidad Católica de Cuyo.

Edición y producción: Miguel Titiro

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