Eclipse de Lula

Va contra el sentido común creerle a Nicolás Maduro y no a Michel Bachelet y las investigaciones del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Derechos Humanos. ¿De verdad el presidente de Brasil cree más la versión que da Diosdado Cabello blandiendo un garrote en cámara, que los informes de Human Right Watch y Amnistía Internacional?

Lula da Silva aseguró que está en las manos de Maduro "que Venezuela vuelva a ser un pueblo soberano, donde solo su pueblo, a través del voto libre, diga quién va a dirigir el país". Foto: Gentileza Redes
Lula da Silva aseguró que está en las manos de Maduro "que Venezuela vuelva a ser un pueblo soberano, donde solo su pueblo, a través del voto libre, diga quién va a dirigir el país". Foto: Gentileza Redes

¿De verdad cree Lula que “una construcción narrativa” puede causar una diáspora de dimensiones bíblicas?

¿Pudo un relato “simplista” que deforma la realidad generar la migración de más de seis millones de venezolanos?

Es absurdo pensar que un océano de gente se convirtió en una ola que inundó Latinoamérica motivada, no por lo que estaba viviendo en Venezuela, sino por lo que afuera se decía que se estaba viviendo en ese país. Demasiado absurdo para que no resulte inquietante.

También va contra el sentido común creerle a Nicolás Maduro y no a Michel Bachelet y las investigaciones del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Derechos Humanos. ¿De verdad el presidente de Brasil cree más la versión que da Diosdado Cabello blandiendo un garrote en cámara, que los informes de Human Right Watch y Amnistía Internacional?

Parece imposible que Lula crea en lo que dijo ante los presidentes que asistieron al encuentro en Brasilia y de los cuales los dos más jóvenes, Luis Lacalle Pou y Gabriel Boric, le señalaron la gravedad de sus afirmaciones.

También fue oscuro que eludiera reunirse con Volodimir Zelenski en la cumbre del G-7, y qué mintiera diciendo que fue el presidente ucraniano quien no quiso tener esa reunión. Es imposible creer en la versión de Lula, porque está a la vista del mundo entero que Zelenski, obligado por la situación que le impone la guerra, todo el tiempo está reuniéndose y pidiendo encuentros con gobernantes del mundo entero, además de que llevaba tiempo solicitando un encuentro con el presidente brasileño y también invitándolo a Kiev.

Lo que hizo con Zelenski en Hiroshima y con Maduro en Brasilia muestra una fase inquietante, con una política exterior alineada de la peor manera con el bloque de autocracias que se está formando y, en particular, con quien articula un vínculo entre Moscú, La Habana y Caracas, vertebrado por los aparatos de inteligencia: Vladimir Putin.

Las dos gestiones anteriores de Lula, aún con corrupción y con opacidades en su política exterior, fueron claramente democráticas y exitosas en sus resultados económicos y sociales. Pero la versión actual del líder centroizquierdista está generando dudas inquietantes.

Que “la exigencia que el mundo occidental le hace a Venezuela, no se la hace a Arabia Saudita”, es cierto. El régimen que impera en Venezuela no es la única dictadura que aplasta Derechos Humanos y tratar con algunas de ellas es algo que la mayoría de los países occidentales hace sin ruborizarse.

Lula tuvo razón al señalar esa doble vara para responder las críticas hechas a su defensa de la dictadura venezolana. Pero señalar acertadamente la hipocresía occidental frente a regímenes represivos como las monarquías del Golfo Pérsico, no da la razón a lo que dijo sobre Venezuela.

Fue aberrante que defendiera un régimen esperpéntico y lo que dijo al respecto es falso.

Ingresando en la dimensión del estropicio, Lula da Silva afirmó que las violaciones de DD.HH. por parte del régimen residual chavista “son una construcción narrativa”, y que esa “lectura sesgada y simplista” deformó la imagen que el mundo tiene sobre Venezuela.

Se pueden discutir sus propuestas de sacar al régimen venezolano del aislamiento y presionar por el fin de las sanciones, pero tales demandas tienen su lógica y sobran argumentos para defenderlas. Lo que no se puede defender es la negación lisa y llana de los crímenes cometidos para sofocar a sangre fuego las masivas manifestaciones que la enfrentaron en las calles, ni se puede negar la censura y la persecución a dirigentes de la disidencia.

El jefe del Planalto no puede ignorar que la represión contra las protestas masivas del 2019 dejó más de un centenar de muertos y cárceles militares, como Ramo Verde, abarrotadas de presos políticos. Tampoco puede ignorar las decenas de ejecuciones extrajudiciales que han sido denunciadas y las torturas que se cometieron en las mazmorras del Helicoide, siniestra mole de cemento donde el SEBIN (Servicio Bolivariano de Inteligencia) encierra en condiciones infrahumanas a los activistas disidentes y a los militares que se apartaron del régimen denunciando autoritarismo, corrupción y sociedades con el narcotráfico.

Una cosa es haber tenido una relación estrecha con Hugo Chávez y otra muy distinta es ser cómplice de la dictadura lisa y llana que quedó como régimen residual, tras la muerte del exuberante líder caribeño.

La pregunta es por qué Lula puso la defensa y reinserción de Nicolás Maduro en el centro del encuentro entre presidentes de la región que realizó en Brasilia. Por la razón que fuere, lo que hizo el presidente brasileño fue un acto de complicidad con la nomenclatura represora y corrupta que hundió una economía que flota en petróleo, generando una ola migratoria sin precedentes.

* El autor es politólogo y periodista.

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