Eclipse de Alberto

La pregunta es hasta dónde está dispuesta a llegar Cristina para imponer su visión conspirativa como versión oficial de la realidad. ¿Atravesará las líneas rojas de la institucionalidad?

Imagen ilustrativa / Archivo.
Imagen ilustrativa / Archivo.

La vicepresidenta avanza hacia los límites. La sigue por detrás el presidente. No está claro si intentará detenerla o si traspondrá con ella esos límites institucionales. Lo que está claro es que ella avanza y él va por detrás.

En la semana del eclipse solar que hizo la noche en pleno día, se produjo también un eclipse presidencial. Alberto Fernández quedó ensombrecido por Cristina Kirchner. Un fenómeno político que produce oscuridad institucional.

Por suerte para el gobierno al que por momentos le viene la noche, en la galaxia opuesta está Mauricio Macri, un cometa menor que se superpone a los astros con brillo propio en su espacio, ensombreciendo el paisaje opositor.

En un país que necesita y reclama centrismo y moderación, el ex presidente interrumpió sus partidos de golf para proponer alianzas con dirigentes de marcada posición ideológica que, con retórica agresiva, insultan y descalifican a diestra y siniestra.

Sería una ayuda al kirchnerismo (otra más) que Macri volcara la coalición opositora hacia una banquina ideológica. Pero el sector al que quiere sumar respondió diciéndole, con razón, que el único mandato que Macri tenía era evitar que vuelva el kirchnerismo, y fracasó.

A la oposición la fortalece el silencio de Macri del mismo modo que al gobierno lo ayuda el silencio de la vicepresidenta. Pero Cristina pasó del mutismo a la catarsis epistolar con la que lanzó su ofensiva contra la Corte Suprema.

Elisa Carrió reclamó juicio político contra ella por atacar a los jueces supremos. Pero Lilita es la menos indicada para cuestionarle eso, porque pasó años insultando a Ricardo Lorenzetti y tratando de derribarlo.

La abstinencia de la vice terminó. Su vocación histriónica regresa al centro del escenario, relegando al presidente a deslucidos segundos planos. Como actor de reparto, Alberto pierde protagonismo. Se convierte en un eco de su vicepresidenta balbuceando justificaciones a lo que ella dice cuando avanza hacia los límites. Con cada justificación, el presidente borra lo que él mismo ha sostenido sobre el Estado de Derecho.

Cristina acusa a la Corte de posibilitar el “lawfare” y moviliza agrupaciones kirchneristas a reclamar la libertad de los “presos políticos”.

Llamar presos políticos a Amado Boudou y Julio De Vido suena absurdo para la mayoría de los argentinos. Parece claro que uno intentó adueñarse de Ciccone y el otro “cartelizó” la obra pública, como había denunciado Roberto Lavagna. También cabe pensar que, como De Vido, Boudou no actuó por su cuenta, sino cumpliendo órdenes de Néstor Kirchner. Esa es, precisamente, la bala de plata que les queda para obligar a Cristina a usar su fuerza política para liberarlos.

Durante los meses del silencio, Cristina esperó que el hombre al que convirtió en presidente se encargara de que juzgados, cámaras y Corte Suprema desactivaran los procesos por corrupción. También es posible suponer que, si del silencio pasó a los pronunciamientos epistolares y a la ofensiva contra los jueces supremos, es por considerar que Alberto no hizo lo que ella quería que haga.

Este no es un dato menor. En un tema crucial, Alberto no es títere de Cristina. Al menos hasta ahora.

Embistiendo contra la Corte, Cristina expone su debilidad y la del gobierno. Lo que está haciendo, exhibe frustración por sus fallidos intentos de que la propia Justicia enterrara las causas en su contra.

Le preocupa que Boudou termine diciendo que su plan para Ciccone fue por encargo de Néstor. Nadie cree, salvo los que necesitan creer, que un funcionario se atreviera a semejante tramoya por su cuenta y a espaldas del omnisciente ex presidente. Creerlo sólo es posible desde la fe política que profesa la feligresía cuya sacerdotisa es Cristina.

La mayoría no cree que Boudou y De Vido sean presos políticos ni que las principales causas contra Cristina sean invenciones de medios y magistrados que se confabulan para destruirla.

La pregunta es hasta dónde está dispuesta a llegar para imponer su teoría conspirativa como versión oficial de la realidad.

¿Atravesará las líneas rojas de la institucionalidad? Si lo hace ¿de qué lado se colocará el presidente?

A la deriva de Venezuela no la inició Nicolás Maduro. Al perder el apoyo mayoritario, el régimen residual chavista convirtió en dictadura lisa y llana lo que con Hugo Chávez era un “mayoritarismo” autoritario. Pero Chávez había cruzado las líneas rojas en 2004, al agregar doce jueces al Tribunal Supremo para dominarlo.

Seguramente, Cristina no quiere calcar el esperpéntico régimen venezolano. Pero puede ocasionar una deriva autoritaria.

Alberto lo sabe. Por eso crece la pregunta a medida que su protagonismo es opacado por Cristina: ¿Obedecerá a la vicepresidenta o se atreverá a defender lo que antes defendía?

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