De los pobres será el reino de Grabois

Grabois da autoestima a los pobres pero no con movilidad social sino diciendo que de ellos será el reino de los cielos (y la revolución) solo por ser como son.

Imagen ilustrativa / Archivo.
Imagen ilustrativa / Archivo.

En su libro “¿Qué es esto?” -editado en 1956 a poco de la caída del peronismo- Ezequiel Martínez Estrada decía que Perón llevó a la superficie del país, a los “habitantes del sótano”. Él afirma que el peronismo elevó socialmente no al obrero, al empleado o al campesino ya medianamente integrados, sino básicamente al “lumpenproletariado”, a los que estaban fuera o en los márgenes del sistema, los que no recibían ningún beneficio por parte del Estado ni de sus leyes.

Martínez Estrada los identifica como “jornaleros, trabajadores desclasados, pobres, desamparados, reclutas, rateritos sin domicilio”. Y afirmaba que eran nuestros hermanos desconocidos, los que no veíamos ni queríamos ver, como si fueran dos mundos opuestos a los que el peronismo convirtió en uno solo desde el punto de vista social, aunque para ello generó otras grandes diferencias políticas, muchas que aún persisten.

Lo cierto es que luego de su integración a la producción y al trabajo, pero básicamente a la movilidad social, el lumpenproletariado como categoría social casi desapareció de la Argentina. Sin embargo, desde los 70 en adelante un sector social muy parecido se fue conformando hasta llegar en estos momentos a la mitad de la población. Son los nuevos pobres, tan pobres o peor que los viejos pobres, quienes luego de décadas de existencia han gestado modos de sobrevivencia económica e incluso culturales muy diferentes a los de las clases integradas. Gente que ni siquiera el peronismo hoy representa salvo en cuanto contención social, vale decir, para que no avancen como lo hicieron en 1945. Este nuevo peronismo nunca ha tenido ningún plan para sacarlos de la pobreza ni del “sótano”, entre otras cosas porque no sabe cómo hacerlo, pero además, el estar donde están le aseguran un voto cautivo.

Ahora bien, para incluir dentro del relato esa nueva pobreza que fueron incapaces de superar, se ha reactualizado una vieja ideología: la de que en los pobres se encuentran virtudes sociales que las contraponen con los supuestos vicios egoístas de los integrados, vale decir, de lo que queda de esa clase media que fue el producto final de un siglo de movilidad social.

La idea de fondo que expresa el pobrismo es la sustitución del proletariado o la clase obrera como sujeto revolucionario por el pobre. Querer hacerlo burgués es quitarle su potencialidad para cambiar el sistema por otro, transformándolo además en un individualista que cuando progresa cree que llegó por el mérito propio. Que eso es lo hizo el primer peronismo pero que rechaza el último peronismo. El pobrismo es una nueva mezcla de cristianismo y marxismo, más cristiano que marxista, inclinado a la austeridad, a la vida monacal, una comunidad de iguales aunque sean todos pobres, a la que solo se puede llegar mediante una revolución que elimine al burgués, tanto el de afuera como el que tenemos dentro. Y eso deben hegemonizarlo los pobres que son quiénes menos burgués tienen adentro. Conducidos, claro está, por los que no siéndolos de origen deciden vivir como pobres por vocación.

Juan Grabois es hoy por hoy el evangelizador más avanzado de esta nueva ideología que puede formar parte del kirchnerismo, pero que lo excede porque busca (posiblemente con sinceridad) representar a esos nuevos pobres que nadie, incluso el gobierno, sabe o quiere representar porque los sienten como ajenos, igual que ocurría en los años preperonistas.

Grabois, en cambio, cree que esos pobres son los que están más cerca de la sociedad ideal. Por eso no quiere que devengan parte de la clase media (a la que culturalmente desprecia aunque sea parte de ella) sino que creen una sociedad nueva aunque su utopía se base en el pasado, una especie de comunidad jesuítica, un retorno a la naturaleza, tierra para todos, solidaridad revolucionaria que es la solidaridad de los pobres, etc., etc.

Dijimos recién que el pobrismo es muy distinto al peronismo clásico. El peronismo quería integrar al marginal y luego que éste estuviera integrado como obrero que tuviera aspiraciones burguesas mediante el ejercicio de la movilidad social. Ir a Mar del Plata a los hoteles exclusivos de la clase media y aspirar a todas sus aspiraciones. No le prometía reivindicaciones por ser pobres, sino reivindicaciones para dejar de ser pobres. Aunque con ello el pobre perdiera ese espíritu que se supone superior que tienen los pobres por el solo hecho de ser pobres, según explican hoy los no pobres que idealizan a los pobres.

Para el pobrismo, los pobres son la sal de la tierra y deben seguir siéndolo. Hay que organizarlos y armarles una sociedad con la lógica de ellos, en realidad de los intelectuales como Grabois que decidieron vivir como pobres siendo ricos. Sin darse cuenta o no queriendo darse cuenta que son dos cosas muy distintas vivir lo que se puede y vivir lo que se quiere.

En realidad esta ideología era absolutamente minoritaria en un país con un dígito de pobres como tenía la Argentina hasta los 70, pero en un país con un 50% de pobreza y con nulas respuestas para superarla, es inevitable que surjan aquellos que en nombre de los pobres -que son mayoría- los reivindiquen como tales, porque otra cosa no pueden hacer, no pueden darle movilidad social y ni siquiera pareciera interesarles demasiado que la hubiera. De lo que se trata es de explicar la virtud de la pobreza. Luego, dicen los ideólogos, la reivindicación plena ocurrirá cuando venga la revolución, donde el pobre será el sujeto social y no habrá ricos, sino que todos serán iguales y se cambiará la pobreza por la austeridad digna. Una especie de pobre ya no a lo argentino sino a lo cubano.

El pobrismo es la santidad del pobre y por lo tanto su eternización ya que se deduce que por ser pobre su mentalidad no está corrompida por los valores burgueses y en cambio mantiene algo de la humildad de Cristo que el capitalismo arrancó a todos los que cedieron a sus tentaciones. En cambio para esos pobres que no se integraron, de ellos será el reino de los cielos y el de la tierra prometida.

Grabois quiere ser ese profeta, el que llegue a las bases donde el kirchnerismo llega solo con operadores y punteros pero no con doctrinarios. Predica algo así como un kirchnerismo franciscano, vale decir con la doctrina del Papa Francisco y la actitud vivencial de San Francisco de Asís.

El pobrismo es una consecuencia colateral de esa imposibilidad de eliminar la nueva pobreza estructural que arrasó con ese siglo de movilidad e integración sociales que supo ser la Argentina, pero tiene su fuerza porque la base de maniobra está.

En la “nueva Argentina”, por debajo ha aparecido una marginalidad popular mayoritaria por el empobrecimiento general de la sociedad mientras que por arriba se ha fortalecido un capitalismo prebendario sostenido por un Estado corrupto e ineficiente que puede como máximo satisfacer la ambición de poder y riqueza de sus miembros y aliados, pero no las necesidades de una sociedad (ni siquiera por derrame) que se deteriora cada día un poco más mientras observa como las elites progresan cada día más. Una especie de revolución solo para revolucionarios, el resto que lo mire por tevé o que se haga consolar por Grabois, el encargado de darles autoestima pero no con movilidad social sino diciéndoles que de ellos será el reino de los cielos (y la revolución), solo por ser como son. Pero que jamás deben aspirar a ser como esa clase media condenada al infierno por su egoísmo individualista.

Grabois es el militante principal de esta nueva religión laica,. El producto de una sociedad partida en dos. Guste o no, lo suyo no es para desdeñar. Es más profundo y complejo que el vacuo relato oficial, solamente dedicado -en lo sustancial- a poner todo el aparato del Estado en sacar chorros políticos de la cárcel o evitar que entren otros de similar calibre. Y a cubrir con una épica revolucionaria esta fuga de Alcatraz.

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