Crisis político-institucional en El Salvador

El presidente salvadoreño, Nayb Bukele, es un típico líder populista y autoritario, pero defensor del libre comercio con EE.UU.

Nayib Bukele presidente de El Salvador / Foto: Gentileza
Nayib Bukele presidente de El Salvador / Foto: Gentileza

La crisis político-institucional de El Salvador tiene lugar en un pequeño país centroamericano, pero de importancia relativa para Estados Unidos. Este país integra el llamado “Triángulo Norte” de América Central, situación que comparte con Guatemala y Honduras. Después de México, es el área más crítica de América Latina para Estados Unidos por su proximidad geográfica, el accionar del crimen organizado, el narcotráfico y sobre todo por el problema de las migraciones. Desde estos tres países surge el flujo migratorio que atravesando México de sur a norte, se acumula en la frontera mexicano-estadounidense. Los tres países están entre los de más bajo ingreso per cápita de la región y tienen mayores niveles de pobreza, lo que junto con la violencia explica la migración.

Pero el caso crítico es El Salvador. El país tiene 6.5 millones de habitantes, pero casi 4 millones de salvadoreños están viviendo en Estados Unidos de forma legal e ilegal. Es el país de América Latina que depende más de las remesas provenientes de los Estados Unidos para su funcionamiento económico y social.

La crisis institucional en El Salvador muestra las claves de la política regional hoy: populismo y polarización. El país es gobernado desde hace algo más de dos años por Nayib Bukele. Es el presidente más joven de América Latina que da prioridad para su comunicación a las redes sociales, por lo que es apodado “el presidente 2.0”. Es un “outsider” de la política que se enfrentó desde el inicio con los partidos tradicionales de El Salvador: Arena de centroderecha y el FMLN, la guerrilla que se desmovilizó a principios de los 80.

Tras un breve pasaje por esta fuerza en su juventud, Bukele desarrolló una intensa actividad exitosa en el ámbito de la publicidad digital y fue electo alcalde de la capital del país por una fuerza política independiente creada alrededor de su persona.

A comienzos de 2019 fue electo presidente. Los primeros dos años gobernó sin mayoría en el Congreso unicameral, pero en las elecciones legislativas realizadas a comienzos de 2021 logró el control parlamentario, obteniendo 58 de los 84 diputados. Desde sus inicios se enfrentó con el Congreso, en el cual se presentó con policías armados para forzar decisiones. Los choques con la Justicia también fueron intensos, al intentar ponerle límites al poder del presidente. Pero lo cierto es que durante la reciente crisis salvadoreña, la policía se desplegó en apoyo de Bukele. El presidente salvadoreño se fue constituyendo así en un típico líder latinoamericano populista, pero en el terreno económico es partidario de mantener el libre comercio con Estados Unidos, que es muy intenso. Puede ser caracterizado también como un “populista de centroderecha”. Cabe recordar que con la democratización regional de los años 80, el primer líder populista en la política latinoamericana fue Alberto Fujimori en Perú a comienzos de los 90.

Ahora el presidente salvadoreño ha removido la Cámara Constitucional de la Suprema Corte y al Procurador con su nueva mayoría parlamentaria. El partido de Bukele se llama “Nuevas Ideas” y a sus 56 diputados suma 8 más de partidos aliados (Concertación Nacional y Democracia Cristiana). Con esta mayoría de 64 sobre 84, el Congreso dispuso la remoción de los 5 integrantes de la Cámara Constitucional -que determina la constitucionalidad de las leyes y los decretos del Ejecutivo- y también lo hizo con el Procurador, quien lleva adelante las acusaciones. Los nuevos legisladores asumieron el sábado 1° de mayo y al día siguiente el presidente salvadoreño terminó con la división de poderes, estableciendo un populismo autoritario. También con esta medida ha dado un golpe de gracia a la política tradicional, representada sólo en el Congreso por 14 legisladores de Arena y 4 del FMLN. La reacción de Estados Unidos se manifestó a través del secretario de Estado, Antony Blinken, quien llamó a Bukele para expresarle la preocupación existente en Washington respecto a sus recientes medidas, en especial destacando la importancia que tiene la división de poderes para Estados Unidos. También reclamó por la destitución del Procurador, Raúl Melara, a quien el Departamento de Estado considera un aliado en la lucha contra la corrupción y el crimen organizado. Cabe señalar que la relación de Estados Unidos con Honduras (otro integrante del “Triángulo Norte”) también es mala. Su presidente Juan Orlando Hernández, de centroderecha, tiene a su hermano detenido en Estados Unidos por tráfico de drogas y está acusado de ser encubierto por el presidente.

Mientras esto sucedía en El Salvador, concentrando la atención internacional, en la Argentina el presidente Alberto Fernández decía que iba a tomar las medidas que debía tomar, pese a las sentencias que dictara la Corte, y la vicepresidenta Cristina Kirchner denunciaba el fallo autorizando la presencialidad en la Ciudad de Buenos Aires como “un golpe a las instituciones democráticas”.

Cuando se produce un enfrentamiento de poderes, las crisis políticas escalan al plano institucional, como pasó esta semana en El Salvador, y la Argentina debería tomar conciencia de que enfrenta ese riesgo.

*El autor es Consultor y Escritor.

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