Brillos y sombras en Moscú y Pekín

Lo que motivó las sobreactuaciones del presidente en Rusia y China fue quizá querer compensar haber desoído a Cristina en la negociación con el FMI.

Alberto Fernández participó de un almuerzo en China junto a otros Jefes de Estado. / Archivo
Alberto Fernández participó de un almuerzo en China junto a otros Jefes de Estado. / Archivo

Para excitar la libido geopolítica de Washington, el menemismo recurrió a una metáfora denigrante y de mal gusto: las “relaciones carnales”. Aunque sin usar semejante imagen, parecía eso lo que ofrecía Alberto Fernández en Moscú y en Pekín, cuando se salía del libreto y derrapaba en parrafadas controversiales.

Tanto en Rusia como en China, el presidente sobreactuó para agradar a sus anfitriones, descarrilando en estropicios que, en un caso, complicó los esfuerzos de su propio equipo para acordar con el FMI, y en el otro implicó una apología insensata y oscura.

Su sola presencia en Rusia resultaba funcional a Vladimir Putin en medio de la pulseada que mantiene con la OTAN con los codos apoyados sobre Ucrania. No hacía falta nada más para que el anfitrión atendiera positivamente sus pedidos de inversiones. Sin embargo, quizá deslumbrado por los bronces del Kremlin y por el poder que irradia el presidente ruso, Fernández quiso seducirlo insinuando promesas de rompimiento con Estados Unidos y ofreciendo la Argentina “como puerta de entrada de Rusia a Latinoamérica”.

Después de tantas conversaciones con Kristalina Georgieva, de tanta pose en reuniones con Antony Blinken y de tantos teléfonos que hicieron sonar en la Casa Blanca, Martín Guzmán, Santiago Cafiero y Gustavo Béliz habrán quedado estupefactos escuchando al presidente “hablarse encima”, como dice Jorge Asís, ante la mirada gélida de su anfitrión.

Semanas antes, Putin había advertido que desplegaría fuerzas en Cuba y Venezuela, para que Washington sepa que si se mete en “el patio trasero” de Rusia, Rusia se le meterá en su “patio trasero”. El sólo hecho de recibir a un presidente latinoamericano en medio de semejante escalada militar, le servía al jefe del Kremlin.

El ofrecimiento del país como puerta de ingreso al continente, fue una yapa exorbitante.Tampoco parecía necesario hacer un elogio del régimen que lideró Mao Tse-tung y del Partido Comunista Chino (PCCh) para agradecer las promesas de inversiones y la incorporación de Argentina en la Ruta de la Seda. Ningún gobernante de los países europeos que la integran hicieron actos de genuflexión ideológica. Tampoco la mayoría de los gobernantes latinoamericanos cuyos países se incorporaron al proyecto chino, hizo apologías que implican complicidades con masacres, persecuciones ideológicas y modelos económicos que, con comunismo o con capitalismo, implicaron sobreexplotación laboral sin derechos sindicales.

Eso hizo Fernández. Para colmo lanzó sus elogios en el Gran Salón del Pueblo, o sea a sólo metros del lugar donde una criminal represión contra protestas estudiantiles dejó miles de muertos en 1989.

Al presidente se le ocurrió decir “compartimos una misma filosofía” con el PCCh justo en el edificio que está junto a la Plaza de Tiananmén. ¿Cuál filosofía? ¿La del fanatismo maoísta que lanzó esa brutal cacería de brujas que fue la “revolución cultural” y que impuso delirantes experimentos socioeconómicos causando millones de muertes por hambrunas? ¿O la visión pragmática que impuso Deng Xiaoping, denunciando los calamitosos resultados de la ingeniería social comunista?

El reformista Zhao Xijang batallaba contra el dogmático Li Peng. Deng mostraba preferir la mirada de Zhao. Aún así, cuando el capitalismo de mano de obra barata empezó a generar protestas juveniles, dejó que Li Peng enviara el ejército con tanques a Tiananmén. Y el PCCh se encargó de imponer silencio sobre aquella masacre, ocultando el número de muertos y desaparecidos, que se calculan en miles.

El elogio de Alberto abarcó esas páginas sangrientas y otros delirios ideológicos que causaron desastres, como la aniquilación de los gorriones que ordenó Mao generando plagas de langostas que devastaron sembradíos causando hambrunas, y las millones de muertes por inanición que provocó el llamado Gran Salto Adelante que intentó una industrialización veloz. Mao y su partido ayudaron al Jemer Rouge a imponer en Camboya un régimen delirante que perpetró un genocidio en los años ‘70.

Incorporarse a la Ruta de la Seda es la buena noticia. En la milenaria historia china, grandes saltos económicos estuvieron relacionados a la Ruta de la Seda. La impulsó la dinastía Han, en la era pre-cristiana, y la relanzó en el siglo VII D.C. la dinastía Tang. En la primera, sobre la cultura gravitaba el confucianismo, mientras que en su reedición crecía la influencia del budismo.

En la versión siglo XXI gravita una confusa mezcla de marxismo con nacionalismo y supremacismo de la etnia Han sobre manchúes, uigures, tibetanos y demás pueblos originarios con culturas avasalladas. Posiblemente lo que motivó las sobreactuaciones del presidente no fue sólo la seducción del poder que irradian Putin y Xi. También querer compensar haber desoído a Cristina en la negociación con el FMI.

Hacer la gira fue acertado. En un mundo multipolar, la lógica son las relaciones múltiples, no la monogamia. Lo desacertado fue la incontinencia verbal de Alberto que lo hizo hablarse encima.

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