Armas de distracción masiva

Los argentinos seguimos creyendo y queriendo creer cada día. Pero eso no significa que seamos tontos. Porque vemos, meditamos y sabemos, cada vez que con frases grandilocuentes nos mienten en la cara.

Imagen ilustrativa / Archivo.
Imagen ilustrativa / Archivo.

Los argentinos creemos porque queremos creer. Porque sin importar el credo, somos hombres y mujeres de fe.

Incluso sabiendo cuando nos mienten con soltura, elegimos seguir creyendo porque en el fondo sabemos que, sin importar que la persona que esté a cargo de un gobierno sea del partido de nuestros amores o no, el destino de todos es común. Y si a esa persona le va bien, por obligada decantación, a todos nos deberá ir bien.

Por eso seguimos creyendo y queriendo creer cada día. Pero eso no significa que seamos tontos.

Los argentinos vemos, meditamos y sabemos, cada vez que con frases grandilocuentes nos mienten en la cara.

Soportamos durante meses de encierro que nos retaran con tono paternalista, acusándonos de ser las causantes de todos los males pandémicos, que no dejaban de propagarse debido a nuestra presunta irresponsabilidad.

Hasta que un día dijimos basta y salimos a las calles, una, dos y hasta 10 veces, para decirle a nuestros gobernantes que era evidente que su estrategia no daba resultado mientras nos asfixiaban económicamente a todos, cerraban miles de pymes y perdíamos puestos de trabajo cada minuto.

Entonces ya no fuimos “la gente” a la que debía cuidarse, sino apenas unos inadaptados que “perdieron elecciones”.

Tras cartón, las negociaciones con el FMI decretaron ajustes encubiertos disfrazados de aumentos paupérrimos a los mismos jubilados que decían proteger, recortes de la asistencia social en medio de la peor crisis de los últimos dos siglos y una inflación galopante, montada a lomos de un dólar indomable, dejando a la mitad de los argentinos debajo de la línea de la pobreza.

Entonces surgió la receta mágica que curaría todos los males, se vacunaría a todo el mundo en Diciembre. Algo extraño ya que ni siquiera en Rusia, de donde se importaría la vacuna, tendrían posibilidad de hacer lo propio con sus ciudadanos. Entonces… ¿nos estaban tomando el pelo o sólo ganando algo de tiempo?

Igual elegimos creer. Aun sabiendo que era (otra) mentira, decidimos poner nuestra mejor buena voluntad. Al fin y al cabo, ¿no sería beneficioso para todos que esa fábula se convirtiera en realidad?

Pero claro, una vez más, no somos tontos, sólo ejercitamos la paciencia y cuando ese mito se derrumbó rápidamente ante la evidencia científica del resto del mundo, milagrosamente volvió a surgir el proyecto sobre el aborto legal.

Diestros prestidigitadores en el arte de la distracción masiva, sacaron esa carta de la manga en el peor momento del año, en medio de un agotamiento sin fin del sistema de salud, cuando todo el mundo piensa en qué nuevos malabares deberemos hacer para llegar a fin de mes, vuelve a ponerse sobre el tapete un tema que merece uno de los debates más profundos y serios de las últimas décadas. ¿Era el momento?

Y cuando el combustible ya se había agotado, el destino nos dio el golpe más duro a todos los argentinos quitándonos al más grande futbolista de todos los tiempos, y al mismo tiempo le dio a este gobierno la posibilidad de hacer algo bien al menos una vez… para que otra vez lo arruinaran.

Convocaron a decenas de miles de personas para ser parte del funeral más importante de la década, en un espacio cerrado y con poca capacidad, durante apenas 10 horas. El descontrol estaba garantizado y eso fue lo que mostramos al resto del mundo. Eso y al presidente de la Nación tomándose selfies con decenas de partidarios que lo vitoreaban del otro lado de un alambrado, sin distancia social, tapa bocas o cualquier otra medida de prevención. Porque la pandemia también puede darse de baja por decreto, o al menos eso nos dieron a entender.

Claro que no pasó lo mismo con Solange, que murió sola en Córdoba sin que su papá pudiera llegar a acompañarla en sus últimos momentos y con tantos otros ejemplos en todo el país.

Y otra vez queremos tener fe, creer en que algo pueden hacer bien, aunque cada vez la creencia se agota más rápido y la paciencia dura menos.

Creemos porque queremos, no porque nos lo impongan. Creemos hasta que no creemos más, porque tenemos memoria y no hay soga que se estire eternamente.

Lo escribieron Mario Schajris y Leo Sujatovich, lo cantaba la eterna Mercedes Sosa; “Quien se equivoca y no aprende, vuelve a estar equivocado”.

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