Apasionadas confesiones de una dama en apuros

En su defensa contra los alegatos de los fiscales, Cristina se mostró más auténticamente Cristina que nunca, tanto por lo que dijo, por cómo lo dijo y por lo que insinuó.

Cristina saludando desde el Senado luego de su defensa mediática
Cristina saludando desde el Senado luego de su defensa mediática

Apasionada, exagerada, exasperada, nerviosa, vibrante. Todo eso fue Cristina Fernández de Kirchner en su defensa mediática de esta semana contra los alegatos de los fiscales Luciani y Mola. Nunca antes dejó traslucir con tan supina claridad su verdadero pensamiento. Su inconsciente apareció en toda su magnitud a través de sus gestos, sus indirectas, sus alusiones, sus momentos de bronca exaltada o de furia ya no más contenida.

He aquí, entonces, un intento de traducir lo que de verdad piensa Cristina. O quizá, de cómo interiormente se justifica a sí misma cuando la Justicia le muestra todo lo que hizo.

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Yo no soy culpable, la culpa es de los otros, en particular de Macri que ya antes de ser presidente mandó un empresario amigo suyo “de la vida” a corromper o infiltrar (lo mismo da) nuestros gobiernos con el taimado de José López, cuyos mensajes en su celular secuestrado por la justicia indican que era un empleado de ellos y no mío. Sus bolsos con millones de dólares, por los que me tocó lagrimear de indignación en el programa de Novaresio, no eran kirchneristas, eran macristas. La única culpa que yo puedo haber tenido es la de haber sido una tonta crédula, que suponía que todos son como yo y por eso no me daba cuenta de que Macri estaba detrás de toda la corrupción del país, incluso antes de su presidencia.

No obstante, si aún así de algo pretendieran acusarme, deberían acusar todavía más a mi marido que hizo cosas peores de las que me acusan a mí.

Y también deberían acusar a todo el peronismo que estuvo siempre conmigo. Y no traten de justificar a los que no estuvieron o se fueron porque ahora están o volvieron casi todos, inclusive los que me acusaron de exactamente lo mismo que me acusa el canalla del fiscal macrista. Me refiero particularmente a Alberto Fernández, Sergio Massa y ahora hasta Gabriel Rubinstein. Que no sólo volvieron, sino que también pidieron perdón por haberme acusado antes de algo. Se arrepintieron, y se arrepintieron porque quisieron, no porque yo los haya apretado como apretaron los jueces macristas a los empresarios que declararon en contra mía o a ese contador infiel como Manzanares que se volvió místico y loco o a Fariña, ese pendejo de mierda que inventó Lanata y cuya palabra no vale nada.

O sea, me están juzgando sin tener nada en contra mía y si tienen algo es lo mismo que hicieron y hacen todos, que es lo mismo que no lo haya hecho nadie. Por lo tanto, soy inocente, o no culpable, o cuando menos no más culpable que todos los demás.

Señores, como dice Miguel Ángel Pichetto, cuando se habla de mí, estamos hablando de política, no de cosas judiciables. Porque los jueces conmigo están haciendo política, no justicia. Y no me vengan con eso de que a todos los jueces y fiscales los nombró el peronismo porque desde 1983 nunca dejamos de ser mayoría en el Senado. Lo que pasa es que aunque los hayamos nombrado nosotros, al igual que López, casi todos se dieron vuelta. Los nombramos nosotros, pero los tipos se hicieron macristas.

Por lo tanto, frente a esa evidencia, la única forma de que haya justicia en esta Argentina destrozada por el macrismo, es que todos reconozcan que la justicia no existe si no es política.

O política malvada como la de los que practican el lawfare donde los jueces responden a intereses ocultos de las fuerzas concentradas. O política popular que tendremos el día que democraticemos la justicia y los jueces sean votados por el pueblo en las mismas boletas de los partidos, donde van el resto de los candidatos electivos. Allí entonces sí responderán al poder de las mayorías y no como hoy que son meros empleados del establishment.

Lo reitero porque es crucial entenderlo, la justicia siempre es política, lo único que la diferencia es si representa al pueblo al ser elegido los jueces y fiscales por dicho pueblo o si representan a las minorías concentradas al ser elegidos como lo son ahora, aunque el Senado sea peronista, porque a casi todos los terminan comprando.

Por lo tanto, no existe justicia neutral, como no existe periodismo neutral. Nada es neutral, todo tiene que ver con todo, vale decir todo responde a unos o a otros.

Por eso la división de poderes es una antigüedad perimida, Hoy no se trata de “dividir” sino de “reunir” en un solo haz todo el poder, que es lo que yo vengo intentando desde los tiempos de Néstor. O el poder es popular o el poder es antipopular. No hay nada al medio. Y quiero serles más franca aun: si el poder es popular todo vale, incluso sacarle al poder antipopular lo que se le pueda sacar, del modo en que se lo pueda sacar. Eso no es robo, es política, Política popular.

Mis enemigos, no nos engañemos, por más republicanos que se digan (palabra inútil si las hay) en esto piensan igual que yo, pero se dicen “objetivos” porque no pueden decir que lo único que hacen es sacarle todo lo que pueden al poder popular. Ellos hacen política con el periodismo o la justicia adictos, pero los disfrazan de imparciales porque sus intereses no son buenos. Nosotros hacemos lo mismo que ellos con nuestros jueces y periodistas, pero para el bien. O sea, al ser sus intereses nefastos, ellos cuando se quedan con algo ajeno están robando, pero cuando lo hacemos nosotros, no robamos sino que “expropiamos”, le sacamos a los ricos y se lo damos a los pobres. O más bien, le devolvemos a los pobres lo que les robaron los ricos. Y se los devolvemos a los pobres administrando nosotros esos bienes recuperados, ya que somos los auténticos representantes de los pobres.

Las ciencias sociales más avanzadas avalan estas afirmaciones mías. El buen Horacio (Verbitsky) citó en unas de sus notas un documento de CIFRA y FLACSO donde los probos cientistas sociales afirman, a partir de sus investigaciones que “durante los gobiernos nacionales y populares (los primeros de Perón y el kirchnerismo, especialmente los de Cristina) la conducción estuvo en manos de los trabajadores”. Finalizando con que los trabajadores fueron representados en esos gobiernos por los “que Antonio Gramsci llamó los intelectuales orgánicos de las respectivas clases”.

Más claro imposible. Yo, Cristina, soy la cabeza de los intelectuales orgánicos que representan al pueblo.

Por lo tanto, además de ser la historia, yo soy el pueblo.

Por eso no se me puede juzgar desde la justicia oligárquica lo que hice desde la justicia popular.

Por eso nosotros, los kirchneristas, no nos avergonzamos cuando nos muestran lo que hicimos. Hicimos lo que debíamos en una sociedad en que las cosas se hacen así o no se hacen. La cuestión es para qué o para quién se hacen. Y el pueblo no tiene ninguna duda que todo lo hacemos para él, porque nosotros somos el Pueblo.

* El autor es sociólogo y periodista. clarosa@losandes.com.ar

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