Análisis del #17A en Mendoza: la calle de los hartos

Miles de mendocinos salieron ayer a las calles. ¿Qué los hizo salir? ¿Qué los llevó a protestar?.

¿Qué sacó a la calle a esa mujer? Vestía sencillamente, tendría unos 60 años y golpeaba rítmicamente una cacerola con un palo que parecía cortado de una escoba. El barbijo le cubría el rostro y sostenía sus lentes de lectura sobre la cabeza. Luego de dos horas, la marcha ya casi terminaba y quedaba un cuarto o menos de la gente que había una hora antes. Pero ella seguía ahí, parada sobre el cordón de la vereda de la avenida San Martín, a unos treinta metros de Garibaldi. No gritaba, no gesticulaba, sólo golpeaba rítmicamente la cacerola. A su lado no había nadie, nadie la acompañaba.

¿Qué la hizo salir? ¿Qué la llevó a protestar este 17 de agosto? ¿Qué reclamos tiene para hacerle al Gobierno? Acaso haya que hurgar un poco más y no se trate sólo de esta coyuntura (aunque sí) sino de un perpetuo deja vú. Estaba sola (y eso era impactante). “La marcha de los contagios”, traducían los medios alineados con el Gobierno nacional. “La marcha del hartazgo”, decían los denominados “independientes”, hegemónicos, según la versión oficialista. La palabra hartazgo se me había cruzado mientras observaba durante varios minutos lo que sucedía en el centro de Mendoza.

No veía militantes, ni banderas partidarias. No había cánticos organizados, nadie cantaba, en realidad. No se respetaba la distancia social, apenas si una menos que prudencial, entre bocinazos y banderas argentinas. Muchas banderas. Parecía más una movilización personal o, acaso, familiar que una movida política. Aunque sí. Era obvio que quienes habían salido a la calle en la capital provincial, lo mismo que en el resto de las ciudades del país, le reclamaban al gobierno nacional. ¿Eran opositores? En ese aspecto la lectura es un poco menos precisa y aventurada. ¿Habrán salido a la calle también personas que votaron a Alberto Fernández y se sienten defraudadas a escasos meses del inicio de su gestión? Sin respuesta.

En Twitter circulaba un chiste que ya alguien había usado: “En el Obelisco tirás un manojo de bananas al aire y ninguna toca al piso” tuiteaba un perfil que cosechaba obvias adhesiones. Gorilas, en fin, por si hace falta traducirlo. No alcanzaba para explicar lo sucedido. Los carteles que se veían podrían explicar algo: “Basta de impunidad”, “CuarEterna”, “No a la reforma judicial”, “InfectaDura”, “Ramón nos traicionaste”. Tampoco alcanza.

Daba la impresión de que lo que se paseó por las calles de la Argentina fueron la frustración y la bronca. Quizás acicateada por la cuarentena más larga del mundo, es cierto. Quizás eso haya encendido la mecha de un montón de gente cansada, hastiada, harta de un país empantanado, que cada vez que parece moverse se hunde un poco más. Desde los '70 a la fecha sucede eso. Los datos sociales no me dejan mentir: la pobreza creció a razón de 7% anual desde entonces. Vamos a terminar este año rondando 50% de la población bajo la linea de pobreza. Demasiado doloroso.

“¿Cuál será la cordillera que deberemos cruzar ahora?” se preguntaba el historiador Daniel Balmaceda para resignificar el 17 de agosto sin tergiversar el contexto histórico. Tal vez esa mujer sola que golpeaba su cacerola a metros del Km 0 mendocino, sin gritar, sin hablar siquiera, sin saberlo, exigía eso: cruzar la cordillera del pasado y perfilar un país más sensato, previsible, normal, que progrese y donde se pueda progresar.

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