Ambigüedad perversa y juego golpista en Brasil

Es obvio que Bolsonaro intenta generar un levantamiento militar para destruir el proceso electoral que perdió.

Jair Bolsonaro rompió el silencio tras las elecciones de Brasil pero no reconoció la derrota. Foto: EFE
Jair Bolsonaro rompió el silencio tras las elecciones de Brasil pero no reconoció la derrota. Foto: EFE

Sobre los escombros del Imperio otomano, Kemal Atatürk creó la república turca en la que, por encima de los poderes del Estado de Derecho, se situaban los militares. Si el ejército consideraba que un presidente era inadecuado para los parámetros ideológicos y culturales del ataturkismo, tenía la potestad de sacarlo. En 1960, los militares derrocaron y ejecutaron el primer ministro y varios altos funcionarios. En 1971 derrocaron a Suleiman Demirel y en las siguientes décadas hubo tres asonadas más.

Ese modelo contrario a la democracia liberal porque coloca al ejército por sobre los poderes de la república y le otorga el derecho a dar golpes de Estado, es el que ha propuesto durante toda su vida política Jair Bolsonaro. Por eso, presidiendo un Estado de Derecho, exhortó varias veces a los militares a intervenir contra el Poder Legislativo y contra el Poder Judicial. Y al perder la elección contra Lula, primero llamó personalmente a los teléfonos de los cuarteles y después envió a multitudes de seguidores a, literalmente, golpear la puerta de los cuarteles.

Lo primero se deduce del largo e inquietante silencio que guardó tras quedar sentenciada su derrota en el escrutinio. Y lo segundo, ocurrió a la vista del mundo entero.

Su gabinete tiene casi tantos militares como los del régimen que inauguró el general Castelo Branco y concluyó el general Joao Figueredo. Sin embargo, los generales no aceptaron sus exhortaciones golpistas. Tampoco estarían aceptando ahora lo que el presidente les está proponiendo de manera explícita y pública, a través de las multitudes exaltadas que bloquean los cuarteles. Es obvio que Bolsonaro intenta generar un levantamiento militar para destruir el proceso electoral que perdió.

Lo que el mismo domingo a la noche debió hacer por responsabilidad institucional y porque no había ninguna denuncia ni duda sobre la transparencia de la votación y del escrutinio, el presidente brasileño demoró casi dos días en hacerlo: aparecer ante cámaras y micrófonos para reconocer el resultado.

Bajo presión de sus propios funcionarios, empezando por el vicepresidente Hamilton Mourao, rompió el silencio, pero lo hizo con perversa ambigüedad. En lugar de reconocer el resultado, leyó una breve y oscura declaración sin admisión explícita del resultado ni llamado a sus seguidores a aceptarlo.

Bolsonaro empezó felicitando a “los 50 millones de ciudadanos que me votaron” y, a renglón seguido, justificó las protestas que incluían cientos de piquetes cortando rutas, al decir que eran la consecuencia entendible de la indignación causada por “el injusto proceso electoral”.

Las frases que utilizó descalifican el proceso electoral, por lo tanto no sólo justifican las protestas sino que además las promueve al considerarlas reacciones justificadas.

Aunque haya pedido a los manifestantes que desbloqueen rutas y no rompan nada porque “eso es lo que hace la izquierda”, la perversa ambigüedad de Bolsonaro incita a la rebelión masiva para impedir que se ejecute la consecuencia del resultado en las urnas: el traspaso del poder a Lula da Silva.

Si la intención del presidente no fuese causar un caos en el marco del cual se produzca la intervención militar, no habrían pasado casi 46 horas entre el final del escrutinio y la irresponsable y oscura declaración del presidente-candidato derrotado. Ese prolongado silencio tensó la situación. Cada hora que pasaba sin que apareciera, aumentaba la tensión en las bases exacerbadas del oficialismo.

Igual que en las oportunidades en las que públicamente Bolsonaro exhortó al ejército a intervenir contra el Congreso y contra los jueces supremos, en los dos días de silencio que siguieron al domingo electoral no hubo militares dispuestos a aceptar el juego golpista del presidente.

Esas horas de mutismo demostraron también que muchos altos miembros de su gobierno y de su coalición política se opusieron a la conspiración golpista del mandatario. Por eso el militar que ocupa la vicepresidencia salió a reconocer el resultado y, a renglón seguido, se comunicó con el vicepresidente electo Geraldo Alckmin para acordar la transición.

El goteo de legisladores y funcionarios oficialistas que aparecían reconociendo el resultado mientras su jefe guardaba un amenazante silencio, demuestra que el espacio político oficialista tampoco quiso sumarse al plan golpista. Esos pronunciamientos públicos lo que hacían era presionar a Bolsonaro para que acepte el resultado.

Bajo presión de sus propios funcionarios y legisladores tuvo que hacer lo que no quería: pronunciarse públicamente sobre el acto electoral del domingo. Pero para dejar abierta una posibilidad de patear el tablero, leyó la declaración ambigua y oscura, milimétricamente calculada para no desactivar, sino incentivar, las protestas y movilizaciones pidiendo intervención militar.

Su gobierno reconocía la transición, mientras Jair Bolsonaro disparaba el puñado de frases oscuras y confusas. El blanco de esos misiles verbales era el traspaso del poder al ganador.

* El autor es politólogo y periodista.

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