Crónicas de Di Benedetto: Cuando Disney se trasladó a la Feria Mundial de Nueva York

El 5 de setiembre de 1965, el escritor mendocino -entonces jefe de espectáculos de Los Andes- describió esa gran muestra con espacios donde convivían el pasado y el futuro.

La impactante Uniesfera salió de una de las más modernas fábricas de acero, pero fue hecha por indios de una tribu mohawk
La impactante Uniesfera salió de una de las más modernas fábricas de acero, pero fue hecha por indios de una tribu mohawk
La impactante Uniesfera salió de una de las más modernas fábricas de acero, pero fue hecha por indios de una tribu mohawk.
La impactante Uniesfera salió de una de las más modernas fábricas de acero, pero fue hecha por indios de una tribu mohawk.

La Uniesfera es el símbolo y nunca hubo representación más grande de la Tierra realizada por el hombre. Del tamaño que ve, tangible la Uniesfera el común visitante de la Feria de Nueva York, podría divisar el globo que habitamos un caminante del espacio, a diez kilómetros de altura. (Paradoja: salió de una de las más modernas fábricas de acero, pero fue hecha por indios de una tribu mohawk).

A sus pies, completando la significación de unidad de las naciones en la paz, la amistad y el progreso, se inscribe en un círculo la Fuente de los Continentes. De ella se sueltan rayos como calles y avenidas arboladas y pavimentadas, de noche atravesadas de luz fluorescente que culminan en la Fuente de los Planetas, la cual tiene forma de Luna en creciente y la rebanada que le falta es el Patio del Universo.

Un Patio de Astronautas se halla a mitad de camino, entre los jardines cuya disposición, trazado y ornamentación causan reminiscencias en que de Francia se asocian: Versailles, Champs-Elysées y Champde-Mars.

Cómo no ha de haber un Patio de los Astronautas y avenidas del Descubrimiento, de la Invención, de la Investigación, en la Feria que, si puede reconocer múltiples antecedentes (la del mismo lugar de 1939 o las de París, Bruselas, San Francisco, etc.), se ha erigido como expresión de esta humanidad de posguerra que mandó una máquina a fotografiar, de cerca, a Marte.

Teléfonos con pantalla

Y si en la Feria hay un pabellón de la Ciencia, en cuya cúpula opera un símil de aparato astronáutico, y en el contiguo Parque del Espacio se puede repasar, con las cápsulas de los cohetes a la vista, la breve historia de las incursiones en el Universo, múltiplemente los avances científicos y técnicos alimentan mucho de lo más nuevo y espectacular que la muestra ofrece. La fisión nuclear cae bajo los ojos de igual manera que el doméstico teléfono sin dial (con botones) y el teléfono colectivo (para que toda la familia intervenga al mismo tiempo) y el “picturephone” (teléfono con pantalla para ver al que habla), engarzados a la palabra Futuro con codiciables modelos de automóviles o viviendas bajo la tierra o despegadas de la tierra, aparte la escuela prevista para quienes serán niños en el año 2000.

Lo cual no impide que el pasado se acerque con la “Santa María”, aquella carabela que avisó de la existencia de otro Mundo dentro del Mundo, y ahora, en una exacta réplica, se reposa confiada al ancla en el lago Meadow, extremo sur de la Feria que concentra diversiones: Poupées de París, Carrousel Park con elementos del Coney Island Feltman, Continenetal Park, Florida Citrus Water Ski Show, museo de cera, cruceros por agua y el “jaycopter”, etc.

Villa Belga

Entre dos épocas surge, con su encanto europeo tradicional, en una perfecta reconstrucción, la Villa Belga, resguardada por altas murallas: más de cien casas, negocios característicos como de los anticuarios, una sonora y enorme calesita antigua, la venta de pescados, los artistas con sus blusones pintando en las calles empinadas, café-terraza y café-concierto, museos con reproducciones de la Escuela Flamenca y, tal cual, una iglesia gótica del siglo XV.

En sus vecindades, fuera de las murallas, hay otras campanas, en cantidad suficiente para marcar una proeza dentro del género: 610. Son las de un carillón de admirable musicalidad, que está más allá de las avenidas del Pacífico y del África.

El Continente Negro ha llevado leones y tigres, danzarines frenéticos y tamboreros ardientemente rítmicos, “brujos” como máscaras y máscaras como “brujos”, y una artesanía tan primitiva como fascinante. Los objetos de esa artesanía -porque la Feria es feria, y del mismo modo se puede adquirir finísimas telas de Oriente y realistas dibujos de artistas esquimales.

La raya azul

Desde los aeropuertos Kennedy, La Guardia y Newark, desde el helipuerto a la Feria Mundial, o en automóvil o en ómnibus desde Manhattan, o en tren o en subterráneo (“Siga la raya azul” dice una frase orientadora en las estaciones de afluencia). Pero ni la raya azul marcara en el suelo, los muros y los costados de los coches, ni vehículo alguno llevan al pabellón de la Argentina, porque la Argentina no está representada en la Feria Mundial.

Tampoco Francia, oficialmente, aunque algo se ha puesto, pobre e inauténtico, que se llama Pabellón de París.

El cowboy salva a la chica

Otro “Estado” asoma con poco acierto en la Feria: Hollywood, que tras un preludio compuesto de restos de decorados (“Cleopatra”, “Amor sin barreras”, “A la hora señalada”) en un galpón sin atmósfera adecuada propone la idea de un set donde se filma una película del Far West.

Hay cámaras, un director, una chica que angustiada se muerde la punta de los dedos en un extremo del mostrador del bar, y un “malo” y un “bueno” que se golpean y tirotean. El simulacro carece de eficacia. Humanamente, se comprende: el muchacho se pudo batir por la joven, con todo brío, dos o tres veces, pero no a razón de cuatro sesiones diarias seis veces por semana durante una cantidad de meses. Se le vuelve rutinario y hartante.

Audio-animatronic

Sin embargo, de Hollywood proceden algunos de los aportes más fascinantes que posee la Feria, o por lo menos de la dilatada e imprecisa región del cine que tal nombre entraña, pues, como queda por explicar otra nota, Hollywood no es una ciudad y lo que representa se halla disperso en múltiples puntos de Los Ángeles y aún del resto de California.

Los mentados aportes tienen la inventiva y la simpatía de Walt Disney, y el perfeccionado nervio o motor del sistema audio-animatronic, de la empresa californiana Wed.

El audio-animatronic -que con sus adelantos actuales fue aplicado por primera vez en 1963, para formar con aves, flores e ídolos de los Mares del Sur la sinfonía de color, música y movimiento del Tiki Room de Disneyland- es una creación de la electrónica a la cual vienen acoplados impulsos neumáticos, válvulas hidráulicas, cintas grabadoras, etc, a fin de lograr la animación tridimensional.

Requiere la colaboración de ingenieros, mecánicos, escultores, iluminadores, músicos, sonidistas, poetas, animadores y cabales artistas del espectáculo de un Walt Disney, en fin, que conciba y conduzca algo como el “Mágico camino del cielo”, “Grandes momentos con Mr. Lincoln”, “La Tierra del Progreso” y “Es un mundo pequeño” (niños, juguetes, flores, animales en danza y canto).

El “Mágico camino del cielo”, que los visitantes recorren en lujosos convertibles (en el pabellón de la Ford), crea la ilusión de un viaje a través de millones de años, desde la Tierra volcánica en erupción y los hombres de las cavernas luchando entre ellos o con los animales gigantescos hasta la esplendorosa -y tan posible como el pasado descripto- Ciudad del Mañana, con un intermedio de túneles donde el tiempo y el espacio se han desvanecido.

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