Museo Fader: continente y contenido - Por Socorro Cubillos

Museo Fader: continente y contenido - Por Socorro Cubillos
Museo Fader: continente y contenido - Por Socorro Cubillos

Algo de historia

El Museo Provincial de Bellas Artes Emiliano Guiñazú - Casa de Fader debe su nombre a quien fuera el dueño de la antigua casona, quien la adquirió en 1889 como residencia de verano.

Guiñazú y su esposa hicieron decorar los muros interiores de la casa con pinturas de motivos florales y guardas de suaves colores.

Más adelante, en 1905-06,  Fernando Fader fue contratado para intervenir las paredes de la galería frontal, las de una sala interior con piscina y un pequeño dintel.

Nacieron así los murales Escena campestre, Paseo a caballo, Las garzas, Paseo en bote y uno sin título.

En varias ocasiones, Fader pintó sobre las pinturas decorativas que cubrían las paredes. En ese tiempo conoció a quien sería su esposa, Adela Guiñazú Araujo, hija de los dueños de casa.

El Museo Provincial de Bellas Artes de Mendoza, por otra parte, había sido fundado en 1927 sin sede propia. En 1945, la casa de los Guiñazú fue donada a la provincia para tal fin.

El encargado de adaptarla a las necesidades de un museo fue el artista Julio Suárez Marzal.

Para resguardar los murales de la galería (hoy hall de entrada), se construyó una fachada de cierre y se colocaron telas de arpillera cubriendo todas las pinturas decorativas que no pertenecían a Fernando Fader.

Además de otros arreglos que tendían a una mayor funcionalidad del espacio, se diseñaron jardines para exhibir las esculturas, según un concepto de museo-parque que comprende paredes de hojas verdes (cercos) de alturas regulares.

El Museo abrió al público en 1951.

El hoy

Para referirme a la restauración, consolidación, puesta en valor, remodelación (todos esos términos se han utilizado en este caso) de nuestro museo, creo necesario hacer la diferencia entre lo que museológicamente es el continente y lo que es el contenido.

Aunque ambos deben trabajar de la mano y en el mismo sentido, el primer aspecto (continente) de la institución se refiere al edificio, a la arquitectura y su entorno. Esto incluye la idoneidad de ese espacio para alojar determinados contenidos museográficos.

El segundo (contenido), en cambio, involucra los objetivos, es decir, la misión del museo, en vista de la cual se definen su programación (exposiciones y actividades asociadas) y sus líneas de trabajo en la conservación y difusión del patrimonio que alberga.

Salvataje

El edificio patrimonial acaba de ser recuperado luego de varios años en que estuvo cerrado por riesgo de derrumbe y otros problemas estructurales.

A lo largo de cuatro años de trabajo, se repararon cimientos, pisos, techos y muros que, tras años sin mantenimiento ni cuidado,  fueron finalmente salvados.

Todas las pinturas murales patrimoniales -de diferente valor- han sido restauradas por un equipo comandado por Cristina Sonego y Valentina Ruggiero, ambas formadas en Conservación y Restauración de Bienes Patrimoniales, en Italia, en el Instituto que en 1938 creara Cesare Brandi, quien fue además su director durante veinte años. Este afamado italiano sentó las bases de la teoría de la restauración que fue el inicio de las Cartas del Restauro, donde se establecen criterios ampliamente reconocidos de intervención al patrimonio histórico.

Las restauradoras quisieron “llevar las paredes a su genuinidad…”, es decir, a algo así como su autenticidad, su origen. Se hicieron preguntas: ¿De qué época? ¿La que vivieron los Guiñazú? ¿La que vivió y pintó Fader? ¿La época en que se inauguró el Museo? ¿El momento en que se retiraron las telas de arpillera? ¿O cuando, años atrás, se restauraron (y repintaron) los murales de Fader?

Todas estas instancias hubo que considerar, y el criterio adoptado fue devolver a las paredes -dentro de lo posible- la genuinidad de los años en que allí vivió y pintó Fernando Fader.

El visitante desconoce cuántas capas de pintura se encontraron cubriendo las decoraciones; cuánto de lo original apareció y se rescató; cuánto se completó en base a fotos de la época o con calcos del testigo original; cuánta pintura se superpuso a la mano de Fader y se pudo retirar o no; dónde termina la decoración original y comienza la reconstrucción cromática para dar unidad estética al lugar.

El ojo desentrenado no tiene cómo conocer estas cosas, y hasta ahora el Museo no ofrece una explicación que permita al público apreciar los trabajos realizados: ni una fotografía del antes, el durante y el después; ni un texto esclarecedor; ni una proyección que nos enseñe a valorar los cambios; ni una conferencia didáctica a cargo de las restauradoras.

Todo lo que se ha hecho está debidamente documentado y tiene su justificación teórica y científica. Podemos o no estar de acuerdo con el criterio adoptado en algún caso, pero obedece al conocimiento de especialistas serias, y sería bueno conocerlo.

En cuanto a las grandes letras blancas que informan “Museo Fader”, colocadas en el espacio frontal, obstaculizan gravemente la imponente fachada y, si se quiere ser consistente con la voluntad de cuidado patrimonial emprendida, deberían ser retiradas.

El acervo

Aquí todavía hay mucho por hacer. Se percibe que aún no hay quien sea responsable de un guion museológico para luego contar con un guion museográfico. Los cuadros expuestos sobre paneles móviles    -ya no hay paredes que puedan utilizarse para tal fin- no han sido intervenidos y lucen oscuros (posiblemente sucios). Hay en enorme contraste entre estos y el nuevo, bello edificio que los contiene.

Supongo que pronto se darán los pasos que todavía hacen falta: concursar la Dirección, nombrar personal idóneo, colocar panelería didáctica, concretar la ampliación del edificio…

Estamos esperando y seguiremos esperando.

Porque vale la pena.

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