Los 100 días que cambiaron la escuela

Compartimos la palabra de Graciela Bertancud, presidenta de la la Fundación Tomás Alva Edison, acerca del impacto de la pandemia en la dinámica escolar y familiar producido por la pandemia del COVID-19.

Más de 100 días con los edificios escolares impecables pero vacíos, sin ese movimiento que les da vida, razón de ser. Sin poder ser testigos y partícipes de los encuentros que allí se producen y permiten el desarrollo de las personas en múltiples dimensiones. Encuentros por demás necesarios para el desarrollo de habilidades, como la empatía, la solidaridad, la comunicación, el trabajo en equipo y también, para aprender a conocer nuestras emociones como la alegría y, por qué no, el enojo. En fin, en esos edificios se enmarcan esos mágicos encuentros y se aprende, por ejemplo, Lengua o Matemática, pero hoy queda demostrado que aprendemos mucho más que eso: aprendemos a vivir con otros, a desarrollar ciudadanía y a sentar las bases del futuro de nuestro país y de nuestra querida Mendoza.

La irrupción de lo inesperado

Este año ha sido muy particular en lo que concierne a la dinámica de las escuelas. El 18 de marzo, debido a la pandemia de COVID-19, se decidió iniciar una etapa de confinamiento social y, por lo tanto, la suspensión de clases presenciales en todo el territorio nacional, situación que nos tomó por sorpresa y creímos que sería por poco tiempo. Ya transitamos más de cuatro meses y, seguro, serán algunos más. Luego de este tiempo recorrido, miro aquel 18 de marzo y recuerdo que en ese momento me invadió un cúmulo de sentimientos, incertidumbre, preocupación, desesperación y, al mismo tiempo, esperanza, pues se presentaba como una oportunidad para seguir desplegando la innovación y la creatividad.

El sistema educativo comenzó a transitar distintos momentos y situaciones que involucraban a todos sus actores: supervisores conteniendo a los equipos directivos y directivos buscando estrategias para llegar a los equipos docentes, a estudiantes y a las familias. La red de WhatsApp, vista como una amenaza latente por las instituciones porque era utilizada por las familias como canal donde circulaban críticas y cuestionamientos a docentes y escuelas pasó a convertirse en la herramienta “salvadora” del sistema educativo. En muchos casos, los equipos de gestión escolar montaron, en menos de 72 horas, toda su escuela en esta red y eso permitió, al menos, estar comunicados y comenzar a realizar acuerdos.

Para que la magia vivida en los edificios escolares pudiera replicarse en este contexto, se necesitó de tres actores clave que permitieron garantizar la continuidad educativa: los equipos de gestión escolar, los planteles docentes y las familias. A través del sostenido esfuerzo y del conocimiento de la comunidad educativa donde se desempeñan, los equipos de gestión pueden enorgullecerse del trabajo realizado y los resultados obtenidos. Hoy, al finalizar el primer cuatrimestre del año, celebran los logros, celebran que pudieron y que fue posible ofrecer y sostener propuestas de enseñanza-aprendizaje para estudiantes y familias y, también, que fueron capaces de adaptarse a los cambios y lograr un equilibrio.

En cuanto a los segundos actores, los planteles docentes no escatimaron esfuerzo ni horas de trabajo. Esa vocación que los caracteriza los impulsó a aprender, de un día para otro, un lenguaje nuevo, el tecnológico, asociado a los procesos de enseñanza-aprendizaje, y es una verdadera hazaña. Sabemos que existen excepciones, como para todo en esta vida, pero quiero detenerme en quienes lo están logrando que, en definitiva, son la mayoría.

Educacion a distancia por la pandemia de coronavirus. Sandra con sus dos hijas estudiando. Foto: Andres D'Elia
Educacion a distancia por la pandemia de coronavirus. Sandra con sus dos hijas estudiando. Foto: Andres D'Elia

Las “escuelas WhatsApp” y las “escuelas Zoom”

Esta semana participé de la charla con Claudia Romero, doctora en Educación. Ella comentó algo que me impactó en relación a una investigación que lleva adelante. Calificó las escuelas en dos categorías: las “escuelas WhatsApp” y las “escuelas Zoom”. Como todos sabemos, esta pandemia evidenció, aún más, las desigualdades e inequidad y, por eso, esta diferenciación tiene que ver, directamente, con la posibilidad de acceso y conectividad y se marca, con ello, una clara diferencia.

No es lo mismo participar de una videoclase donde existe una oportunidad de interacción, aunque sea mínima, que por WhatsApp y depender de un dispositivo que, en muchos casos, se utiliza como herramienta de trabajo y limita su disposición a aquellos momentos en los que las familias pueden disponer de los teléfonos para estudiar, siempre y cuando tengan la posibilidad de cargar algo de crédito para obtener datos. La contrapartida a las “escuelas WhatsApp” son las “escuelas Zoom”, aquellas cuyos docentes y alumnado tienen garantizada una conectividad para encontrarse de forma diaria y tener sus consultas.

Creo que esta categorización ayuda a comprender los modelos educativos asociados con oportunidades de acceso pero no determina la calidad de la propuesta, ya que eso depende de las estrategias y decisiones didácticas de cada docente en función de las características de su alumnado y de la comunidad educativa en la que participa. He visto docentes enviar clases por WhatsApp con una diversidad de propuestas donde asumen su rol con un gran compromiso y también he visto, en el “modelo Zoom”, el envío de documentos con ejercicios descontextualizados para que sean resueltos como se pueda. He visto docentes desafiando el currículo y el sistema transformando la metodología, las propuestas curriculares y la formación de habilidades y esos encuentros devienen en resultados excelentes, pero también he visto docentes a los que el “modelo Zoom” no les modificó nada y persisten con clases muy expositivas, con poca interacción. La conclusión es la misma, siempre, y es que la tecnología es, tan solo, una herramienta. El impacto que genere en la educación va a depender del cómo y para qué se la use.

Graciela Bertancud.
Graciela Bertancud.

Los “nuevos educadores”

El tercer eslabón clave son las familias o “nuevos educadores”. Aquí también existe una gran diversidad. Hay progenitores que se asumen, se sienten y se creen docentes, aún cuando su formación de base sea otra. Están quienes no entienden mucho qué sucede porque carecen de posibilidades concretas para ayudar y miran cómo sus hijos adquieren autonomía en este proceso y hay otros que someten a los niños a muchas horas al día frente a las tareas enviadas por el colegio, sumadas a las que generan ellos, con el fin de que no pierdan el año. Hay otro grupo al que no le interesa el tema escolar y se resiste a realizar las tareas y, finalmente, los que intentan hacer lo que pueden entre las obligaciones del trabajo, el mantenimiento de los hogares y las tareas escolares.

Con este último actor clave, se ha dado un fenómeno muy significativo. Aún en las familias más despreocupadas se ha puesto en valor el rol docente y el de la escuela en la comunidad y entienden que la participación de la familia es importante y necesaria. Las familias han hecho un esfuerzo inmenso y lo vienen haciendo muy bien.

Es importante entender que esto les llegó sin preparación previa y, acostumbradas a una dedicación de no más de media hora diaria para la realización de tareas extraescolares, hoy, esa proporción se ha quintuplicado. Esto equivale a las horas en la que sus hijos asistían a la escuela donde el estudiantado aprendía, se relacionaba, jugaba con sus pares y, hoy, se debe encarar esa tarea de una manera más solitaria y en otro contexto. Por eso es muy importante lograr un equilibrio entre las tareas escolares, la recreación y la vida familiar.

Lo que vendrá

La educación tiene que ser una preocupación de la sociedad y tiene que estar presente como derecho prioritario en las agendas de los gobiernos. Hoy, si una familia no cuenta con los servicios esenciales como agua, redes cloacales, energía eléctrica, sabemos que está en riesgo. A eso, hoy se suma la conectividad y el acceso a dispositivos tecnológicos para no estar en riesgo educativo.

Hoy, más que nunca, la conectividad y el acceso a internet deben ser considerados un derecho universal y es allí donde los gobiernos tienen mucha responsabilidad a la hora de favorecer la articulación de las alianzas entre los sectores público, privado, ONGs y sociedad civil para alcanzar ese objetivo.

La brecha tecnológica es una realidad y es necesario desarrollar proyectos de inclusión tecnológica como una política pública sostenida en el tiempo. De lo contrario, corremos el riesgo de no poder formar a niñas, niños y jóvenes para asumir los trabajos del presente y del futuro. Debemos involucrarnos y trabajar en pos de la construcción de una sociedad más equitativa, justa e inclusiva.

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