Arquitectura del tiempo para aprender

Compartimos la palabra de Alejandro Castro Santander acerca del uso del tiempo y su impacto en la organización escolar.

Un 16 de marzo de 2020 se cerraron las escuelas de nuestro país, inicialmente por 14 días, pero el aislamiento preventivo obligatorio hizo que, recién iniciado el 2021, se comenzara a producir el lento y muy desafiante regreso. La incertidumbre y los temores obligaron a que todas las actividades se trasladaran a los hogares de docentes y estudiantes y que, aquellos que podían acceder a la tecnología y conectividad adecuadas consiguieran “híbridamente” continuar. En síntesis, con menos de 50 personas contagiadas por Covid-19 cerramos todo y, luego, la triste historia que conocemos con las heridas y grietas que continuamos tratando de resolver cada día.

El desafío 2020 era acerca del tiempo escolar y el cumplimiento de los 180 días de clases, a los que desde 2003 nos habíamos comprometido hacer efectivos y nunca cumplimos. Previo a la pandemia, los informes hasta 2019 mostraban que las primarias estatales argentinas estaban entre las que menos días y horas tenían, cuando se las comparaba con los países miembros de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE). El calendario argentino también estaba por debajo de los cinco países que considera el informe (México, Brasil, Colombia y Costa Rica, todos con 200 días anuales), por lo que superaban el promedio de la OCDE de 185. Sólo Chile, con 180 días, mostraba una relación de horas de clase por día de 5,8 al haber generalizado la “jornada extendida”, mientras que por nuestra jornada simple era de 4,3. Así, ante la misma cantidad de días, Chile concreta un 25% más de horas de clase.

Nos encontramos a fines del 2021 con una tregua sanitaria, donde la cuestión pasa por la evaluación-promoción y recuperación de los aprendizajes. El Ministro de Educación, Jaime Perczyk, aseguró a fines de septiembre, que “más días y más horas de clase es una de las claves para recuperar lo que pasó”, como así también para “mejorar a futuro”. Más allá de los buenos deseos del funcionario, sabemos que no es lo mismo para un estudiante asistir a la escuela y tener horas de clases, cara a cara con sus docentes, que no hacerlo.

Sin embargo, los criterios continúan muy ajustados en el eje más/menos, cuando sabemos que, en el ámbito educativo, más tiempo por sí mismo no necesariamente provoca una mejora. En diversos estudios se puede encontrar una relación entre cantidad de horas de clase y mejores resultados educativos, pero, en general, esto se observa recién a lo largo del tiempo, no en el corto plazo.

También hemos visto como países con más horas no obtienen, necesariamente, los mejores resultados en las pruebas internacionales, y esto puede deberse a que los países difieren en muchos más aspectos que en el tiempo efectivo en la escuela. Son muchas y distintas las variables que entran en juego en el aprendizaje, como el nivel socioeconómico de la familia, el nivel educativo de los padres, cómo se alimenta y descansa el estudiante, la pertenencia a la comunidad educativa, el liderazgo directivo, el clima social familiar y el desatendido clima social de la escuela, entre otros. Tampoco hay un calendario ideal, ya que existen “imprevisibles”, como los paros docentes, las contingencias climáticas, las catástrofes naturales, los duelos, las jornadas en horarios lectivos, etc.

Tiempo de calidad

El momento de estudio, sea en la escuela o en el hogar, genera mejores aprendizajes siempre y cuando sea acompañado de tiempo efectivo dedicado a la tarea por parte de los estudiantes, de un reordenamiento de los recursos didácticos y de los contenidos educativos que se enseñan y de un clima general de bienestar. En el caso del currículo y ante la necesidad de priorizar contenidos, el slogan que predica Singapur “menos es más”, se convierte hoy en un potente objetivo pedagógico. Sin embargo, mientras mejor es la calidad del proceso educativo, más efecto tendrá cada día adicional de clase.

El Consejo Federal de Educación indica (aprendimos que no puede asegurar) un piso de 190 días de clase para el 2022. Junto a la tarea que hacen las escuelas para gestionar el tiempo, es el mismo Estado el que debería orientar y dar soluciones para el cumplimiento de sus propias normas. Por ejemplo, buscar la forma de considerar en el Calendario Escolar espacios de recuperación de clases, proponer nuevas estrategias y mecanismos para que los alumnos puedan continuar aprendiendo fuera de la escuela, generar espacios de actualización para los docentes sin obstaculizar el cumplimiento de los 190 días de clase. Pero también necesitamos que las Organizaciones de la Sociedad Civil que trabajan en educación (las que incrementaron sus actividades en un 60%, pero recibieron solo un 10% de recursos para realizar su tarea en pandemia) junto a las familias, reclamen al Estado una mejor educación, donde el tiempo de calidad sea una de las variables a cuidar.

Urge un sistema educativo pertinente y flexible, donde haya calendarios previsibles y climas adecuados para enseñar y aprender.

*El autor es escritor, investigador. Psicopedagogo Institucional. Director del Observatorio de la Convivencia Escolar (UCC), Cátedra UNESCO de Juventud, Educación y Sociedad (UCB, Brasil).

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