Se cumplen 30 años de la hazaña de Argentina ante Brasil en Italia 90

Este triunfo en Italia 90 está entre los 10 triunfos más importantes de la historia de la Selección Argentina.
Este triunfo en Italia 90 está entre los 10 triunfos más importantes de la historia de la Selección Argentina.

El partido jugado hace 30 años en el Stadio delle Alpi de Turín consta entre los más destacados de la Selección argentina en la historia de los Mundiales, incluso mucho más allá de que el gol de Claudio Paul Caniggia haya representado la clasificación a los cuartos de final, al derrotar por 1 a 0 a Brasil.

Pulsan, tres décadas después, un póker de razones de singular vigor que sobrepasan la sola dimensión de un partido con la Copa del Mundo en juego.

Por saber: amén del valor en sí mismo de eliminar del Mundial al encumbrado vecino de siempre, la épica maradoniana en una expresión mayúscula, la suprema confirmación de que Caniggia era un crack, el imperio de la Diosa Fortuna vestida de albiceleste y el tragicómico episodio que a grandes trazos se etiquetó como “El bidón de Bilardo”.

Argentina era el campeón defensor, pero había perdido con Camerún, había sido favorecido por los árbitros con Unión Soviética y sufrido con Rumania y en cambio Brasil llegaba como amplio favorito tras ganar sus partidos con Suecia, Costa Rica y Escocia y ostentar un plantel rico, variado y lozano.

Durante un mínimo de 60 minutos se plasmó una abismal superioridad de Brasil, que incluyó tres tiros en los palos, tapadas de Sergio Goycochea y pelotas que pasaron rozando los palos.

Desde Tegucigalpa, donde dirige el plantel del club hondureño Olimpia, Pedro Troglio admitió que la Selección tuvo “suerte” y recreó la célebre anécdota de la única indicación que formuló Bilardo en el entretiempo: “cuando llegamos al vestuario, no habló, y cuando salimos para el túnel nos dijo que, por favor, lo único que nos pedía era que no se la pasáramos a los de amarillo”.

Troglio también fue protagonista de la novela del bidón del que Branco bebió agua con sedantes, puesto que a el mismo Ricardo Rocha -que terminó su carrera en Newell’s- había cometido una fuerte infracción que forzó la interrupción del juego y el agrupamiento de jugadores.

“De eso prefiero no hablar, son temas del grupo. Nunca tendría que haber salido alguien a decir algo. Si algunos hablaron, allá ellos”, se excusó Troglio.

Sin embargo, la minuciosa reconstrucción periodística que se hizo en diversas ocasiones, deja poco margen para las dudas.

Bilardo estaba muy preocupado por las constantes subidas de los laterales brasileños (Jorginho y Branco), en declaraciones a la revista El Gráfico había advertido que “algo voy a inventar” y en las imágenes de la televisación del Mundial se registra con claridad cómo Branco se acerca y Ricardo Giusti le da de tomar de un bidón verde.

También fueron contrastables los reproches de Branco al árbitro francés Joel Quiniou y los movimientos descoordinados que en dichos posteriores el futbolista atribuyó a “esa agua contaminada con la que empecé a sentirme mareado”, aunque ahora declinó una mirada retrospectiva de lo que en aquellos años calificó como “una trampa”.

Silas, en cambio, dejó entrever que da crédito a los dichos de su compañero Branco “él decía que no se sentía bien, pero estábamos muy metidos en el juego” y al tiempo sostuvo que en todo caso “no definió nada, creo que Argentina ganó porque tenía que ganar, era el gran clásico sudamericano y estando Diego en la cancha cualquier cosa que podía pasar. Con una jugada de genio dejó a Caniggia con (Cláudio) Taffarel, nos ganaron bien y nos eliminaron”.

En realidad, sólo dos protagonistas del suceso lo dieron 100 x 100 veraz: el propio Branco y Maradona, quien cierta vez en los estudios de TyC Sports, en un programa conducido por Alejandro Fantino, entre risas detalló que “alguien picó un Rohypnol y Branco se la tomó toda” y de forma tácita señaló al masajista Miguel Di Lorenzo, apodado “Galíndez”, como al portador del bidón de marras: “Los brasileños lo querían matar”, dijo entonces.

Desde luego que Bilardo jamás aceptó haber pergeñado la maniobra y tampoco ningún otro futbolista argentino de los que el 24 de junio de 1990 formaron parte del célebre partido, aun cuando ante las cámaras Jorge Burruchaga habló de “agua bendita” y Oscar Ruggeri exclamó “¡No podés tomar agua del visitante. Sos muy pelotudo!”.

El único gol del partido se consumó a diez minutos de final gracias a un arrebato de inspiración de quien había desoído el consejo del doctor Raúl Madero, prácticamente le arrebató la aguja, la clavó en su lesionado tobillo hecho “un melón” y se auto infiltró, porque “era jugarnos la vida”.

Maradona tomó contacto con la pelota en el medio campo, dejó en el camino a uno de sus más entrañables compañeros en el Napoli (“Alemao, un señor”), eludió el trancazo del áspero Dunga y “cuando se me fue larga y se me vino una marea amarilla, vi un rayo que había pasado y desde el suelo se la crucé”.

El rayo era el pelilargo muchacho nacido en Henderson, de 23 años cumplidos ese enero, extremo derecho del Atalanta de Bérgamo, que enfrentó a Taffarel con una solvencia y un desenfado propios de crack.

En el atardecer de hace 30 años, de norte a sur en el territorio argentino quedó muy claro, por si alguna duda había, que entre otras cosas el fútbol también puede ser fuente de felicidad.

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