Marcelo Gandolfo: “Voy a formar atletas para que la Selección Argentina se nutra de mendocinos”

El exatleta, a corazón abierto. Trabaja en el área de salud, donde está expuesto a la pandemia de coronavirus y cuenta que lo hace con pasión. La historia de este personaje que compitió en dos Olimpíadas y que se recibió de kinesiólogo para "ayudar a su hermano Diego".

El mendocino Marcelo Gandolfo es el único pesista mendocino en haber concurrido a los Juegos Olímpicos / José Gutiérrez
El mendocino Marcelo Gandolfo es el único pesista mendocino en haber concurrido a los Juegos Olímpicos / José Gutiérrez

En 1992, en las Olimpíadas de Barcelona, con apenas 19 años, Marcelo Gandolfo se convirtió en el primer pesista mendocino en participar de una competencia como esa. Luego compitió en los JJJ.OO de Atlanta 1996, ingresando en la historia deportiva de la provincia por convertirse en el levantador más importante de nuestro medio. Sin embargo, la promesa había surgido antes: a los 18 años ya era considerado uno de los 10 juveniles más rápidos del mundo. Desde entonces, su recorrido fue amplio: 4 mundiales (2 juveniles y 2 mayores Grupo A); además de sumar un bronce en los Juegos Panamericanos de Mar del Plata (1995) y un 5º lugar en Winnipeg (1999). Un talento natural que supo explotar sus condiciones y sus ganas de ir más allá.

“Me acuerdo que muchos me decían: ¡‘quedaste 24′! Sí, pero entre 200 pesistas. Es un camino duro llegar a los Juegos Olímpicos. No es fácil, principalmente porque el deporte de alto rendimiento no es salud; pero te brinda grandes momentos”, contó sobre su debut en Barcelona ’92, del cual se cumplen 28 años.

La historia de Marcelo tiene aristas e historias que exigen ser contadas: como su clasificación a Sidney 2000, aunque luego la desecharía porque optó por una beca para estudiar kinesiología. Su carrera no tuvo el recorrido que muchos imaginaron: a los 27 dijo basta y se alejó de la actividad. Sin embargo, entre sus grandes recuerdos figuran los 10 años vividos en el Cenard, donde terminó la secundaria de noche. “No me gustaba estudiar; mi vieja me volvía loco para que finalizara la escuela”, recuerda.

A partir de su enorme talento para levantar 137 kilos en arranque y 172 en envión, recorrió el mundo y formó parte de la mítica generación olímpica que dirigió Horacio Anselmi, donde también se destacaban Gustavo Majauskas, Darío Lecman, Gabriel Lemme, Mauricio Rodríguez y José Barros. Hoy, sus días transcurren como personal de salud, en un tiempo que jamás imaginó: “Soy kinesiólogo y trabajo con adultos mayores; gente que está postrada. Si bien estoy expuesto al coronavirus, laburo en salud, le pongo el pecho y sigo adelante”, le cuenta Pato a Los Andes.

El hecho de haber estudiado determinada profesión no es una simple casualidad ni un capricho del destino: su hermano Diego necesita atención especial y él decidió su manera de colaboar. “Diego es mi amor incondicional”, dice, emocionado. Habla con la misma devoción de su mamá, “Pichona”, y se muestra orgulloso cuando se refiere a su hermana y su papá Julio, quien también fue pesista. Es más, la historia de esta pasión familiar se remonta a una generación de antaño: su abuelo José fue el pionero en la halterofilia en Mendoza.

Por eso, aunque su profesión le insume muchas horas, a principios de año, Marcelo alquiló un viejo taller en Dorrego, donde entrena a chicos de diversas edades. “Es una cueva para pesistas”, dice y vuelve a reír. “Tiene todo lo que me gusta. Cuento con un equipo y eso es lo más importante. No le cobro un peso a los atletas y como seremos de austeros que ni nombre tenemos”, cuenta y explota en una carcajada. En la actualidad, ese lugar no está abierto al público.

Volver a empezar bajo la mística “anselmiana”. “He alquilado un viejo taller mecánico, le estoy haciendo refacciones y allí entreno pesistas. Tengo un equipazo, es un rejunte de gente linda que se ha sumado, algunos los formé yo y otros no. He conseguido tener el ambiente de entrenamiento y con eso ya está para mí, es bastante. Tengo un ambiente de equipo de entrenamiento y creo muchísimo en eso y los resultados van a empezar a venir con el tiempo”, cuenta. Y agrega: “No me puedo comparar con Horacio Anselmi, pero si digo con énfasis que tengo un equipazo y vamos detrás de que Mendoza tenga algo bueno para representar, aunque es un trabajo de hormigas. Pero sí tiene la mística que me trasmitió Anselmi y mi experiencia volcarla en los chicos. Conozco el camino, desde un campeonato Olímpico a un campeonato provincial. Lo haré hasta donde me dé la capacidad y voy a formar atletas para que la Selección Argentina se nutra de mendocinos”.

Su equipo. “Tengo 16 atletas, 8 chicas y 8 pibes de todas las categorías. Hay una chica -Brisa Peña- de 15 años, que es puro talento, hace 152 kg de sentadillas de a dos. Empezó con su tío José y me la trajo para que entrene con nosotros, algo que también me lo pidieron desde la Federación Argentina. También estoy en dos gimnasio, donde hay gente talentosa, son crofiteros, aunque la mayoría se viene a las pesas. La idea es promocionar el deporte de las pesas”, cerró quien además compitió en la Copa de Plata en Gales y en la de Los Dragones (Báltico), donde solamente lo hacen los mejores.

Mundiales y pasaporte de doping. “Mi primer mundial fue a los 18 años, en Alemania, en juveniles de Grupo A. Allí van los 10 mejores del mundo. Después fui a Bulgaria, Finlandia y Australia, pero ya en mayores. En total fui a cuatro mundiales. En todas las competencias me hicieron doping, tengo un pasaporte de doping limpio. Para ir a Barcelona dí las marcas en un Sudamericano Juvenil en Santa Fe, ¡Pero tuvo que bajar 10 kilos, fue una locura!. Me ca… de hambre. Tenía que dar 250 kilos olímpicos, hice 112,5 en arranque y 137,5 en envión. Además hice seis récords sudamericanos en ese momento”.

El sufrimiento de Barcelona. “Fui a los Juegos con 19 años y el otro día nos acordábamos con un amigo, el “Sordo” Pugliese, que desfilamos en los dos Juegos (Barcelona y Atlanta). No los disfruté mucho. En Barcelona era tanta la deshidratación que me puse a llorar y le decía a Horacio: ‘No quiero estar en los Juegos Olímpicos, me quiero ir a mi casa. Estaba en la cama y él me levantaba, me ponía arriba de los hombros y me llevaba al sauna’ y me decía: " yo soy tu voluntad ahora”. Claro, él era un gordo que comía y yo no me podía ni parar. Mi piel estaba transparente. Fuimos al pesaje y se me doblaron las rodillas dos veces y él me sostenía. Clavé la balanza en 60. Me había preparado unas sales, me las tomé y quedé así gordito como me vez ahora (carcajas). A las dos horas estaba compitiendo”.

El bronce panamericano. “Desde el ’92 al 1995, a los Juegos Panamericanos (Mar del Plata), me había puesto canchero para bajar de peso y lo hacía perfectamente. El objetivo era el oro y desfiábamos al cubano Buey Aranda, que era buenísimo. Yo tenía muy buen arranque e iba por el oro. Pero después del pesaje, Anselmi dijo ‘no nos vamos a hidratar con sales, el médico nos va a poner suero que es mejor’. Así fue. Se equivocó cuando me pinchó y le dije el médico: ‘Me duele mucho el brazo’. Me respondió: ‘Es la sensación’ y de repente veo que se me hizo una pelota en el brazo. No me había puesto el suero en la vena sino que me infiltró en el músculo. No podía moverlo y tenía que competir. Así que fuimos por el bronce; levantaba 132kilos y solamente pude levantar 122. Un bajón, se equivocó el médico. Y Majauska, que nunca me ganó un arranque, se quedó con la medalla de plata con 125kg”.

Gandolfo es hoy kinesiólogo y trabaja con ancianos en su recuperación.
Gandolfo es hoy kinesiólogo y trabaja con ancianos en su recuperación.

Las pesas fortalecen. “Tuve muy buena experiencia de trabajar en el Club del Parque con jugadores de rugby, donde entrené a Carlos Lizarraga, Eusebio Guiñazú, Juan Pablo Orlandi, Matías Viazzo y al Colorado García, en el seleccionado de Italia. Ese pibe era un animal. el que más levanta en pesas. Eso le ayudó a esa cabeza a romper lo que tenía que romper. Más allá de levantar kilos, las pesas te aportan seguridad, firmeza. Eso aportan netamente y hay jugadores que han invertido su personalidad a partir de eso, lo han sentido y mostrado en la cancha. Me gustaría algún día trabajar con un boxeador, pero de verdad, porque hay una parte que no está bien entrenada en los mendocinos y si bien son técnicos, no son potentes. Lo que pasa es que muchos piensan que las pesas les van aumentar la masa muscular y no es así. El pesista no es un patovica, no es un culturista. Con todo lo que levanta un pesista tendría que ser un ‘mono’ y no lo es. El envión o arranque no se puede hacer con un boxeador, pero lo podés potenciar de diez mil maneras. Las pesas aportan a tal punto que te mejora la cabeza. No tienen que pegar una piña sino un latigazo”.

El alto rendimiento no es salud: “La pesa es un deporte que duele, entrenas y al otro día parece que te hubiese agarrado Gumersindo (Carrasco) y te hubiese cag... a trompadas (risas), porque te duele todo. Es una realidad. Viste el boxeador como tiene la cara una semana después de una pelea cuando lo fajaron?. Bueno en el pesista es acumulativo si te dolía el lunes el viernes te va a doler mucho más. No es natural que cargues todo ese peso en tu cuerpo. El deporte de alto de rendimiento está lejos de ser salud y es todo un tema. No tengo problemas no soy operado de columnas ni tengo hernias. Gracias a Dios tenía muy buena técnica y eso me favoreció y fui operado de la rodilla, pero me lesioné jugando al futbol”.

“Pero es extraordinario el deporte, vale la pena y te tenés que sacrificar si querés estar en un Olímpico y pasar por esas situaciones. Te quita muchos momentos y después te lo retribuye con grandes satisfacciones, pero una vez que no lo hacés más tenés que tener donde afirmarte y, el estudio tiene que ir de la mano del deporte, porque darle todo al deporte y después no saber para dónde agarrar es complicado”.

La gran falta, el cigarrillo: “Sentí que le falté al deporte cuando empecé a fumar. Es que un día me dije voy a fumar, porque esto me quita tantas cosas, me aleja de mi familia y todo el tiempo entrenando y me dije: tengo que hacer algo normal, que hace la gente en la calle: fumar”.

“Estaba todo el tiempo con lo mismo, entrenando y compitiendo contra todo y todos. Allá no tenía quien me representase, por eso cuando tenía que ir a un viaje; no iba a competir, iba a matar al porteño en un torneo, tenía que ganar o ganar”.

LO PRIMERO ES LA FAMILIA

“Tengo un hermano de 38 años que es discapacitado, tiene parálisis celebral. Es un fenómeno, de otro planeta, y siempre estoy con él, lo baño, lo levanto en la mañana, lo acuesto... Te lo juro, esa gente especial todo te lo devuelve con un abrazo, con un beso. Mi hermano es extraordinario. Un fuera de serie. Siempre digo que estudié kinesiología por él. Mi hermana Cecilia es odolontóloga y nos damos una mano con él, porque mis viejos están grandes. Mi mamá se llama Luz Gregoria, pero todos le dicen Pichona, es un espectáculo. Mi viejo, un tipo excepcional. Me casé con Marta Lázaro, una patinadora con la que nos conocimos en el Cenard. Tenemos dos hijos; Julia de 15 y Juan Ignacio de 11”.

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