Esos 10,6 segundos sin aliento

El 22 de junio de 1986, Diego Armando Maradona escribió la página más inolvidable de la historia del fútbol mundial: eludió a medio equipo inglés para el 2-1 que nos depositó en las semifinales de aquel torneo que luego ganaríamos.

Diego sale a gritar el gol más inolvidable de los mundiales. Detrás, Fenwick aparece derrotado.
Diego sale a gritar el gol más inolvidable de los mundiales. Detrás, Fenwick aparece derrotado.

Barrilete cósmico, empujado por una brisa mexicana, te has vuelto una maravilla más allá de la maravilla que ya eras. Por acá siguen hablando de tu talento sin igual, de tus mil y una gambetas, donde extendías la pluma de tu zurda para hacer una o irreverente. Diego. Gol. Boca. Selección.

“De Fiorito a Paternal”, reza la canción y de inmediato la nostalgia se clava en ese barrio inolvidable, con un tango de fondo que se mezcla con los rulos de tu cabecita, recorriendo Boyacá y Juan Agustín García como un gorrión presidiario de un viento loco, hasta llegar más allá de los límites del límite. Como tu vida. Como la nuestra. Porque seamos sinceros, antes de vos, ¿Quién podía pensar en gambetear a tantos? Uno, dos, cinco… O dicho de otra manera: Beardsley, Reid, Butcher, Fenwick y Shilton.

Fueron 10.6 segundos de aliento contenido; 53 metros abrazado a mi viejo, que empezaba a llorar. Ese Mundial de 1986 nos puso a discutir lo relativo del tiempo. Porque estar varios segundos sin respirar bajo el agua es una cosa, pero mirándote esquivar patadas y camisetas blancas, casi como una danza o un ritual pagano, es otra bien distinta. Fue la primera lección de la infancia: lo importante no es el tiempo, sino como lo utilizamos.

¿Vos te acordás de aquella tarde?

“Ahí la tiene Maradona, lo marcan dos; pisa la pelota Maradona, arranca por la derecha el genio del fútbol mundial… Deja el tendal y va a tocar para Burruchaga... ¡Siempre Maradona! ¡Genio! ¡Genio! ¡Genio! Ta-ta-ta-ta-ta-ta-ta-ta...”.

A las 16.09 de aquel 22 de junio de 1986, Diego Armando Maradona culminó su obra cumbre ante los ingleses. (AP)
A las 16.09 de aquel 22 de junio de 1986, Diego Armando Maradona culminó su obra cumbre ante los ingleses. (AP)

Ya pasaron 35 años y aún me veo gritando “dale, Diegooo”, estirando la o, como presagiando lo que vendría; cada vez más cerca del Telefunken mientras vos volabas hacia a la eternidad del gol inolvidable.

Ese día, en el preciso momento en que vos eludías a Shilton, Argentina se movió. Te juro. Eran las 16.09 y empezó como un rumor que iba creciendo; como una ola que arrasaba. Fue un estruendo que se elevó cuando te vimos correr con el puño en alto, hacia la revolución. Fue impresionante. Hasta dicen que un vecino, que llevaba 10 horas muerto, abrió los ojos para ver que estaba pasando. Imaginate. No, no estoy exagerando. Fue como si los mayores tuvieran algo dentro y por fin lo podían dejar escapar.

Si hasta hoy, en homenaje a lo que hiciste aquella tarde de 1986, la AFA celebra por primera vez el Día del Futbolista, tras haber cambiado hace un tiempo la fecha original del 14 de mayo, que evocaba otro gol legendario: el de Ernesto Grillo también ante el seleccionado británico en 1953.

¿Podés creer? Justo hoy, que se cumplen 6 meses y 26 días sin vos y muchos seguimos esperando que aparezcas con alguna ocurrencia, para reírnos como cuando nos sentábamos en el cordón de la calle en las noches de verano, con los pibes, a discutir sobre goles y amores.

Te juro que te pediría que volvieras a ser ese pajarito que se reflejaba en el charco de aquella calle embarrada, pero siento que ya te pedimos demasiado.

“Barrilete cósmico… ¿de qué planeta viniste? ¡Para dejar en el camino a tanto inglés! ¡Para que el país sea un puño apretado, gritando por Argentina!… Argentina 2 – Inglaterra 0… Diegol, Diegol, Diego Armando Maradona… Gracias Dios, por el fútbol, por Maradona, por estas lágrimas, por este Argentina 2 – Inglaterra 0”.

La gente te extraña, Diego. Casi tanto como extrañan la infancia, la casa de los abuelos, los baldíos y las esquinas sin relojes. Extrañan que alguien salga a gambetear las estrellas de la noche, a bailar una cumbia y a escandalizar a los escandalizados de siempre. Que se yo; será porque nos hiciste felices cuando otros no pudieron. Tenías algo mágico, Diego.

¿Qué por qué te cuento todo esto ahora? Porque justo a mi hijo Joaquín le da por andar todo el día con la pelota como cómplice, repitiendo a cada rato “ahí la tiene Maradona, lo marcan dos…”.

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