24 de marzo de 2018 - 00:00

Mariano Tenconi Blanco: “La crítica suele preferir rotular en lugar de analizar”

Como pocos, reflexiona minuciosamente sobre su materia y aquí, en este mano a mano con Cultura, deja plasmados de forma sus puntos de vista.

Mariano Tenconi Blanco (Buenos Aires, 1982) dice que el teatro en Buenos Aires es como un Aleph: un punto donde se superponen todos los puntos del universo teatral: desde el happening al costumbrismo.

En esa diversidad, este dramaturgo y director ha encontrado un lugar: una pieza en el engranaje. Trabaja desde el off y, desde esa misma independencia, ha dado forma a una poética que colegas, públicos y críticos consideran novedosa.

Lo que ya es decir mucho. Y como todo lo que es novedoso, quizás marque un norte para el resto de dramaturgos contemporáneos.

Es a causa de esa "renovación" teatral que Cultura se planteó abrir una ventana a su mundo, pero también pedirle un panorama de cómo considera que se está desarrollando la actividad teatral en Argentina. Un punto de vista más, entre tantos.

Pero antes, convendría repasar: que ha recibido premios por obras como "La fiera" (2013), "Las lágrimas" (2014) y "Futuro" (2015); que con su última obra "Todo tendría sentido si no existiera la muerte" ganó el IX Premio Germán Rozenmacher de Nueva Dramaturgia y a raíz de ella fue seleccionado para participar de un Programa Internacional de Escritura en la Universidad de Iowa; que el año pasado visitó nuestra provincia en el marco de la Fiesta Nacional del Teatro, cuando se pudo ver una producción neuquina de "Quiero decir te amo", dirigida por Juan Parodi.

-Si tuvieras que explicarle brevemente a un intruso de otro planeta cómo es el teatro de Argentina hoy, en 2018, ¿qué le dirías?

- Pequeña aclaración: quizás tenga que centrarme en el teatro de Buenos Aires, ya que es el teatro que conozco de manera más acabada. He visto obras de muchas otras ciudades en festivales, pero seguramente sea una parte menor del teatro que se hace en todo el país.

Creo que el teatro de Buenos Aires es como El Aleph. Un punto en donde se encuentran todos los puntos del universo (del universo teatral, diríamos). El teatro de texto, el costumbrismo, la performance, el happening, la nueva dramaturgia.

Debería agregar, menos felizmente, que quizás hoy, en 2018, la actividad ha perdido algo de la energía que supo tener, dadas las enormes dificultades económicas bajo las que nos toca vivir, y entonces las cosas están enrarecidas.

-Y en ese mapa, ¿dónde estás parado vos?

- Trato de indagar siempre por territorios distintos y mis obras no se parecen tanto entre sí, creo. A mí me gusta pensar a la dramaturgia como literatura de la más alta (y de la más baja), y me encanta trabajar con actores y actrices de mucho talento e imaginación. Supongo que si tuviera que resaltar algo, esas dos cosas, la dramaturgia y la actuación, me interesan mucho, aunque no en desmedro de las demás.

-Leí esta declaración tuya en una entrevista: "En tiempos en los que lo teatral es más que nada una performance, en que los actores hacen de ellos mismos, no actúan, y en escena dicen un texto que se les ocurrió la noche anterior, yo quería hacer una obra de teatro con mayúsculas". La obra era "Todo tendría sentido si no existiera la muerte". Se me ocurren dos preguntas: ¿Hay una moda de improvisar o en realidad una falta de disciplina? ¿Cómo desglosarías esa expresión: "obra de teatro con mayúsculas"?

- Me parece bien que cada quien haga el teatro que quiera, y no es asunto mío opinar sobre los modos en que cada artista produce. Supongo que la frase, que sacada de contexto y parafraseada me cuesta reconocer como propia, iba a lo siguiente: en tiempos en los que el centro de las ficciones parecería pasar por las plataformas de streaming on demand, una respuesta del teatro de Buenos Aires fue empequeñecer su formato, casi como si tratara de no molestar. En mi caso creo que el teatro sigue siendo una experiencia única, y por eso confiamos -con un grupo de artistas fantásticos- en hacer una obra de teatro extensa, intensa, con mucho texto, mucha actuación, muy “teatral”, si vale la expresión (y creo que vale). Como si la respuesta del teatro, al menos la nuestra, estuviera en el teatro mismo.

- En la era de lo conciso, has creado una dramaturgia de más de tres horas: ¿podría decirse que fue un gesto de rebeldía? ¿El medio es el mensaje?

-La extensión está relacionada con que consideré que esta obra lo necesitaba. “Todo tendría sentido si no existiera la muerte” cuenta la historia de una maestra de pueblo, a finales de los ‘80, que se entera de que tiene una enfermedad terminal y decide que quiere filmar una película pornográfica como última voluntad. Consideré que necesitaba desarrollar una obra extensa para poder generar ese nivel de intimidad que quería, ya que buscaba que la percepción del tiempo se modificara y que se creara una sensación de estar verdaderamente frente a una vida que se va.

Creo que el trabajo sobre el tiempo es una de las mayores potestades del arte en general y del teatro en particular. Y el cuerpo, el sexo, el deseo y la muerte son indisociables de una reflexión sobre el tiempo. Por eso es que la obra tiene esa extensión.

-En varias entrevistas decís que tus maestros fueron Ricardo Bartís y Alejandro Tantanian. ¿Resaltarías una enseñanza de cada uno de ellos?

-Mi maestro es Alejandro Tantanian, con quien estudié tres años y además fui asistente de dirección de muchas de sus obras. También suelo nombrar a Ricardo Bartís como alguien muy importante, ya que aprendí mucho en sus talleres de actuación y recuerdo con enorme gratitud mis años en el Sportivo. No podría decirte una cosa puntual que aprendí con ellos, ya que fueron varios años y las cosas que aprendí son muchas y siguen apareciendo cuando estoy ensayando o dando clases.

Podría contarte una cosa de cada uno, a modo de sinécdoque: cuando yo iba a lo de Bartís las clases eran de actuación, y cada vez que yo pasaba a actuar él me decía: “Cuando actuás sos un tarado, pero cuando opinás sos muy inteligente”.

Yo ya estaba sintiéndome cada vez mejor mirando que actuando, y eso (que pretendía ser una arenga para que yo actuara mejor) me sirvió para aclararme el panorama y decidirme a dirigir. Realmente aprendí mucho con Bartís.

Respecto de Tantanian, a mí me gustaba escribir pero de teatro no sabía nada. En un momento vi una obra que me voló la cabeza (“Los sensuales”) y decidí que quería estudiar con el autor de esa obra, que era Tantanian. Además de enseñarme muchas cosas, él fue quien me comunicó el amor por el teatro, y es alguien central para que yo hoy dediqué mi vida a esto.

-Te suelen presentar como un talento innovador del teatro porteño, ¿cómo te llevás con ese rótulo?

-Me da igual. La crítica, en general, suele preferir rotular, en lugar de analizar profundamente la obra de las y los artistas. Adjetivan, ponen puntajes, arman rankings, pero se produce muy poco pensamiento en torno al teatro. Ese lugar difuso que tenemos, entre el suplemento de Cultura y el de

Espectáculos, nos deja a merced de enormes equívocos. Por suerte no es todo así, y hay también gente muy interesante escribiendo y pensando el teatro, pero es la minoría.

-Se habló (y se habla mucho) de una intención hiperrealista en algunos dramaturgos actuales de renombre. Vos, en cambio, traccionás hacia un teatro "más cercano a la literatura que al cine", como has dicho en otra entrevista. ¿Qué título le pondrías vos a esa búsqueda propia?

-Creo que la dramaturgia está más cerca de la poesía que del cine, en virtud de que me interesa pensar a la escritura teatral como a la poesía, arrancándole al lenguaje su uso, “mal-usándolo”, y tomando al lenguaje por su sonido más que por su sentido. A mí particularmente me interesa escribir teatro leyendo, y siento que tengo en las novelas y en la poesía un territorio de enorme fertilidad para seguir trabajando.

-Algo que se pregunta poco por parecer obvio, pero que define a un autor mejor que cualquier otra pregunta: ¿qué es para vos el teatro?

-Un lugar asombroso en donde encontrarás las mejores cosas del mundo todas juntas de una vez y para siempre.

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