Las heridas y las fatigas de la travesía sanmartiniana

Uspallata se convirtió en base de operaciones de la columna dirigida por el coronel Juan Las Heras. Desde allí mantenía comunicación con Soler y con San Martín, a quienes les enviaba informes sobre el estado de la fuerza militar bajo su mando.

La división al mando de Las Heras hizo de la localidad cordillerana de Uspallata un punto de apoyo crucial  para la marcha de la columna principal que debía caer sobre el valle de Putaendo, según los plazos previstos por San Martín.

Desde esa base habían llevado a cabo varias operaciones que les había permitido despejar el terreno de las incursiones de partidas realistas que pretendían frenar su avance.

Los enfrentamientos de Potrerillos, y de Picheuta no habían conseguido afectar las  expectativas de los patriotas sobre el éxito de la campaña militar.

Asimismo, el discreto número de muertos y de heridos había insuflado una cuota de confianza para nada menor sobre el estado de la fuerza militar.

De esa moderada satisfacción daría cuenta el jefe de la división, el coronel Juan Las Heras al momento de dirigir al general San Martín un conjunto de partes desde el campamento, mientras esperaba nuevas instrucciones del jefe de la Vanguardia, el brigadier Miguel Soler, para reiniciar la marcha rumbo a Polvaredas, Puente de Inca y Las Cuevas.

Todos fueron escritos al atardecer, cerca de las 7 de la tarde, luego de haber pasado revista de los recursos existentes (sobre todo víveres), y la tropa a su cargo.

En particular, los partes de aquel día, como del posterior, atestiguan con meridiana claridad la urgente necesidad de reponer medicamentos para asistir a enfermos y heridos, como también de las deserciones de tres soldados que habían sido detectadas por los sargentos de las compañías.

He aquí el parte en el que Las Heras reclama a San Martin el regular suministro de remedios de acuerdo a lo solicitado por el Cirujano Mayor del Ejército.

El mismo permite apreciar, además, el discreto número de heridos y enfermos que les exigía dejarlos en Uspallata, bajo la asistencia del subteniente Prieto (un experto conocedor del terreno) y conducirlos luego a Mendoza para que pudieran ser asistidos por el gobierno local: "Excmo. Señor : Con fecha 26 y 27, remití dos oficios al Señor Jefe de la Vanguardia, del Cirujano de mi División, abiertos y para el Cirujano Mayor del Ejército en que se hace presente la necesidad de varios medicamentos y del auxilio de sus conocimientos en beneficio de los enfermos de su cargo. Dichos oficios iban de aquí del modo para que si antes de llegar a manos de su título, se me podían proporcionar algunos remedios que se pedían diese la orden. Dicho señor, consiguiente a ello, hasta la fecha no ha tenido contestación, y en el estado de marchar y de tener que dejar 16 enfermos. De ellos son 10 heridos y 6 de otras enfermedades, habiendo de los primeros 5 de toda gravedad. Espero que VS. disponga lo que fuera de su supremo agrado. Dios guarde á VS. muchos años".

Por su parte, y según el detalle oficial confeccionado luego de la batalla de Chacabuco, el cuerpo de expertos en saberes medicinales incluyó de manera proporcional vecinos destacados, y a un puñado de frailes cuyas historias no siempre son bien conocidas.

He aquí el elenco de profesionales que cruzaron la Cordillera para asistir a los heridos y enfermos enrolados en las filas del Ejercito de los Andes: Tenientes ayudantes cirujanos: don Angel Candia, fray Antonio de San Alberto, don José Manuel Molina, don Rodrigo Sosa, don Juan Briseño, don José Gomez, don Juan Manuel Porro.

Subtenientes: fray José María De Jesus, fray Agustin de la Torres, fray Pedro del Carmen, fray Toribio Luque, don Jose Mendoza y don Jose Blas Tello.

Desertores cordilleranos

El episodio de Potrerillos también puso de relieve las fatigas de la empresa cordillerana. El enfrentamiento había exigido a las Armas de la Patria dos largas horas de combate en altura, y había dejado como saldo 11 heridos, la mayoría integrantes del N° 11, y sólo 2 granaderos.

El éxito obtenido tampoco les había permitido poder perseguir la fuerza enemiga porque las mulas acusaban signos acuciantes de fatiga, a raíz de la retirada impuesta la noche anterior.

Frente a tales condiciones, no resultaría extraño advertir que tres soldados de la Compañía de Cazadores del Batallón N° 11 habían aprovechado el descuido de sus sargentos para emprender el regreso a Mendoza por la ruta de Villavicencio.

Al respecto, el coronel Las Heras no dudó en consignar a San Martín, que las partidas ordenadas para aprehenderlos los devolverían a sus puestos por hallarse con cabalgaduras muy fatigadas que les haría imposible completar el sueño de volver a sus hogares, o evadir sus obligaciones militares.

Silueta biográfica

Miguel Estanilao Soler

Origen: nació en Buenos Aires en 1783. Funciones militares. Como muchos de su generación tuvo su debut en las armas en la reconquista y defensa de la capital virreinal frente a las tropas inglesas en 1806 y 1807. Desde temprano tuvo amplia influencia entre los regimientos de pardos libres, y libertos lo que le permitió combatir en la Banda Oriental en 1811. Lucho al lado de Artigas contra los realistas de Montevideo, y tuvo actuación destacada en la batalla de Cerrito, y en la posterior conquista de Montevideo liderada por Carlos de Alvear en 1814. Fue nombrado gobernador de la Banda Oriental, ahora a despecho de Artigas, quien lo derrotó en Guayabos en 1815.

Gesta sanmartiniana: se traslado junto con sus tropas a Mendoza, luego de contribuir a la caída de Alvear; en 1816 fue nombrado jefe de vanguardia de la división Los Patos, y tuvo un rol destacado en el triunfo de Chacabuco aunque él mismo fue objeto de controversias por las diferencias que mantuvo con O'Higgins; dicho conflicto se trasladó a Chile por lo que tuvo que solicitar el retiro, y regresar a Buenos Aires.

Función política: en 1820 fue un actor clave de la caída del gobierno central, y la conflictiva situación política que vivió la provincia de Buenos Aires. No se desembarazó de la política en toda su vida, y aunque se enroló entre los oficiales unitarios, fue nombrado por Rosas para desempeñar un cargo público que retuvo hasta 1840.

Fin: murió nueve años después en San Isidro, provincia de Buenos Aires.

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