Su obra era entonces dramática. A la memoria viene el recuerdo de las clases que dictaba Ricardo Tudela sobre Historia del Arte o la figura de Luis Rosas, José Giménez, Manuel Gil y Spartaco Romano. Cada recorte, cada foto, descansa en una de las decenas de carpetas foliadas que ocupan su estantería clasificada por nombre, año y hasta temas. Cuando la charla evoca una imagen, José sale disparado del sillón en busca del rescate de un recuerdo a veces obstruido por el tiempo. “Mi lado flaco está en la memoria y en los oídos, no por nada tengo 90 años, ¿no?”, dice otra vez sonriente.
En 1959 pintó junto a Luis Quesada y Mario Vicente los murales del hall de entrada de la Casa de Gobierno, a los que le siguieron otros trabajos de tamaña importancia, como los tres pisos de la Galería Tonsa, ideados para el pueblo como artistas del pueblo.
“Mis obras han partido siempre de una necesidad”, explica el hombre distinguido en 2002 por el Congreso de la Nación con el “Premio a los Notables Argentinos”. Para José, la vida, el arte y la belleza conducen a la verdad. Será por eso que desde hace años abandonó las escenas crudas y eligió darle vida a un sinfín de imágenes cotidianas que traspasan su alegría del lienzo y descubren la luz en lo cotidiano. Ahora son las mujeres desnudas, los poetas y sus versos, los adanes y las evas, los niños, los padres y los hijos, el reposo a pecho abierto y el instante preciso en que la existencia alimenta su sabor más dulce para este artista multipremiado e ineludible en la historia del arte de la provincia.
-¿Qué recuerda de su infancia?
-Que siempre me gustó la pintura, desde la escuela primaria. El primer premio lo recibí cuando iba a segundo grado. Recuerdo que la maestra de la Escuela Sarmiento, a donde yo iba, nos invitó a participar de un concurso intercolegial. Se ve que tenía una habilidad especial porque me mandó al encuentro en la Biblioteca San Martín, que funcionaba en la calle Rivadavia casi esquina 9 de Julio.
Ese día nos sentaron a todos en un mesón largo, nos leyeron un cuento y nos dieron los materiales para ilustrar la historia; así fue como recibí ese premio que de alguna manera me dejó marcado. Pasaron algunos años hasta que comencé un taller de dibujo que Vicente Lahir Estrella daba al aire libre en el parque. Desde las 9 de la mañana recogía en su tranvía a los chicos que participaban del encuentro y lo hacía gratis, por supuesto, en un trayecto que iba desde Godoy Cruz hasta Las Heras. Él me tomó mucha simpatía al igual que otros pintores mayores, como Juan Scalco o Rafael Montemayor, así me hice amigo de artistas más grandes y esos fueron, digamos, los comienzos.
-¿Tuvo otros trabajos antes de dedicarse al arte?
-Claro, tuve que trabajar para ganarme la vida y es por eso que tardé en terminar la carrera. Durante un tiempo vendí cosas en la calle, luego pasé por una agencia de publicidad, donde hacía dibujos, y también fui diagramador del diario Los Andes. Una vez recibido empecé a participar de los salones, al tiempo que era profesor de Dibujo en la escuela primaria Edmundo De Amicis, donde me jubilé. Fui un tiempito profesor de la Academia Provincial de Bellas Artes, pero no alcancé a dar muchas clases porque la dictadura me separó del cargo. Después de esas experiencias me las arreglé con mi trabajo y no busqué más empleo afuera.
-¿Qué le dio ese intercambio con los niños?
-Mire, hay tantas cosas que se pueden decir sobre eso. (José estira los brazos y trae a sus manos el libro que compila parte de su obra Los hijos y los padres, se calza los anteojos, fija la vista en la contratapa y lee: “¿Para qué el arte? Si no es para llenar el espacio vacío de una necesidad, que reclama y se nutre de amor a la vida, a la belleza y la verdad, con la consiguiente coherencia y armonía de la mente y el corazón). Naturalmente he tenido gusto y vocación por el dibujo, además de que siempre me gustaron los niños, un poco porque uno puede transmitir entusiasmo, alegría y ganas de conocer con gusto, con satisfacción y sin mortificaciones.
-¿Cuáles son los temas de su obra?
-En modo especial, la figura humana, pero sobre todo, el ser humano.
-¿Por qué?
-Uno llega a la vida para ser y crecer y uno puede ser y crecer en la medida en que armonice su vida con la vida. Lo más importante que uno tiene es la vida. La belleza, la vida y la verdad, esas tres cositas, son más que suficientes para sentirme cómodo haciendo lo que hago. Ser y crecer como una plantita, en armonía con lo que uno piensa, cree y siente. Yo he vivido distintas influencias del mundo a lo largo de mi vida. Después de la Primera Guerra, el arte a nivel internacional tuvo una época con predominio de la pintura abstracta y luego, poco a poco, se revalorizó el arte clásico, el arte figurativo.
El arte moderno en un momento determinado se olvidó del ser humano como ser esencial de la existencia. Yo, por cierto, he conocido la abstracción, pero de lejos. He sido muy figurativo, nunca me desprendí de la presencia del ser humano: me importó en lo positivo, en lo bello, en lo amable, en lo sensible, en lo grato, en lo humilde. No hice del arte un modo de reflejar poder sino de reflejar lo bello. El fondo y la figura en mis trabajos forman parte de una misma unidad bidimensional, fuera del modelado clásico y realizada con distintos planos.
-¿Qué recuerda de cuando hacía murales?
-Eso fue en el año cincuenta y pico. Éramos cuatro mosqueteros los que andábamos siempre juntos: Mario Vicente, Luis Quesada, Marcelo Santángelo y yo, los cuatro nacimos en el año ’23, lamentablemente sólo quedamos Quesada y yo. Nos queríamos mucho… Por ejemplo, con Vicente y Quesada hicimos los murales de cemento que están en el hall de entrada de la Casa de Gobierno. Después hice dos murales de chapa batida cuando se inauguró la Universidad Nacional de Cuyo en la Facultad de Medicina.
-¿Sigue pintando?
-Sigo pintando. Lo hago con el mismo gusto, por ahí no tengo la misma energía, pero no es que no la desee. Yo vivo al lado así que venir al taller me cuesta poquito. Primero hago bocetos, que no son realizados ni de forma automática ni por obligación sino cuando tengo ganas. Como estoy viejito me voy 5 o 6 cuadras más allá a comprar el diario todos los días, no sólo para saber qué está pasando sino para mover las piernas.
-¿Qué guarda en aquella carpeta?
-Recuerdos. Acá, más que cuadros son momentos de la existencia. Fíjese, ahí estoy con Carlos Alonso y Roberto Rosas en su taller. Acá estoy con Rosas y Scacco. Esta es una de las últimas fotos que me he sacado, salgo con Pablo Chiavazza, curador de la muestra. Esta es en la Escuela Luis Quesada con Luis, Liliana Lorenzo, Luis Ricardo Casnati, los hijos de Quesada y de fondo se ven los murales que están en la escuela. Esta carpeta la hice hace poco. Mire, esta es del año ‘54, este es Carlos Castagnino y este es Juan Scalco. En esta este se murió, este no está, ninguno está vivo menos yo.
Todos estos (señala una foto), excepto yo, se fueron. Por eso guardo esta carpeta, para recordar a las personas con las que he pasado una parte de la vida. Esta es una de las últimas manifestaciones políticas, si se quiere, de las que participé. Fue cuando casi nos quitan la casa matriz del Banco de Mendoza.
Después dije “basta”. Ahora puedo estar de acuerdo en lo que hacen otros pintores y en cómo defienden la tarea cultural de la provincia pero no voy a hacer parte organizadora de la cosa. Hasta esta foto he sido militante de lo que consideraba justo. Siempre hay algo para defender pero a esta altura del partido la poca energía que me queda quiero ocuparla en lo mío y no es por indiferencia, pero el tiempo que me queda no es tan abundante.