Isidorito Boudou, un ladrón de medio pelo

Hoy Amado debe estar celebrando su primera reunión de gabinete tras las rejas. Están casi todos, y parece que los que faltan irán estando.

Isidorito Boudou, un ladrón de medio pelo
Isidorito Boudou, un ladrón de medio pelo

Cuando alguna vez, desde estas mismas páginas, comparamos la figura de Amado Boudou con la de Isidoro Cañones es porque verificamos con exactitud  científica que en la decadente Argentina actual, la realidad imita a la ficción de cuando aún sabíamos burlarnos de nosotros mismos, de nuestros vicios y defectos, sin imaginar en aquellos viejos tiempos que nuestros principales representantes políticos podían convertirse en émulos perfectos de lo peor de nosotros mismos, de lo que las historietas criticaban con tanto humor y lucidez.

El tío de Isidoro, el coronel Cañones, y su ahijado, el cacique Patoruzú, ante cada agachada, travesura, picardía, delación o traición de su sobrino o padrino, le endilgaban algunas de las siguientes palabras, casi todas sacadas del lunfardo o de la picaresca hispánica, que definían tan bien a Isidoro como definen tan bien a Amado Boudou. Con lo que es posible demostrar que este personaje hoy “en gayola” (cárcel en lunfardo) es la reencarnación perfecta de la creación historietística. Aclaramos que todas las palabras que siguen fueron extraídas de las historietas de Patoruzú e Isidoro, de inmenso apogeo popular en los años en que Boudou iniciaba sus andanzas y correrías en la noche de Mar del Plata, en sus tradicionales “boites” (boliches, establecimiento donde puede escucharse música, bailar o tomar bebidas alcohólicas) con la intención de llevarse el mundo por delante, cosa que logró, hasta que ahora, por esas compensaciones del destino, el mundo se lo acaba de llevar puesto a él.

Rogamos al apreciado lector de Los Andes corregirnos sin ningún resquemor si algunos de estos epítetos no grafica correcta y acabadamente la personalidad del reciente “engayolado” (encarcelado) vicepresidente:

“Botarate” (que tiene poco juicio y obra precipitadamente y sin reflexión. Que es dado a malgastar el dinero. Que vive del “sablazo” o del “pechazo”, vale decir del pedido de dinero que se hace con la intención de no devolverlo).

“Cachafaz” (pícaro, sinvergüenza).

“Mequetrefe” (persona considerada insignificante en lo físico o lo moral).

“Cachivache” (de escasa utilidad, al que se concede poco valor, arrinconado por inútil)

“Pura bambolla” (pomposidad fingida o falsa apariencia, cosa fofa, de poco valor, fanfarronería, charlatanería).

“Tirifilo” es un “petimetre” y “petimetre” es una persona que suele, fastidiosamente, vestir excesivamente elegante y darse aires, aspirando a que lo vean como un aristócrata. En la picaresca hispánica se traduce como “pisaverde”, que significa hombre presumido que no conoce más ocupación que la de acicalarse, perfumarse y andar vagando todo el día en busca de galanteos.

“Esbirro” (hombre que, a cambio de dinero, realiza las acciones violentas o amenazas que se le ordenan).

“Petitero” (hombre joven que, en las décadas de 1950 y 1960, vestía a la moda, pertenecía a una familia distinguida y hacía ostentación de ello).

“Badulaque” (individuo que es irreflexivo y abobado, persona de poca inteligencia, que es informal y poco juicioso).

“Tarambana” (persona alocada, informal y de poco juicio).

De todos esos adjetivos es merecedor quien fuera vicepresidente de la Nación de los argentinos, por formar parte de esa “caterva” (grupo grande de personas que se consideran despreciables o de poca importancia) elegida por un matrimonio que supo detentar el poder cuasi absoluto de la República, para encargarlos de ejecutar las tareas delictivas menores: allí reportaban los secretarios privados, los jardineros, los choferes, la más variada gama de testaferritos y Amado Boudou, a quien la principal misión que el poder político le encargó, fue la de “afanar” (robar con habilidad objetos pequeños) apenas una imprenta compuesta por varias máquinas de imprimir billetes. Tarea para las que convocó a sus amigos de fechorías juveniles, a unos ladrones de medio pelo de considerable insignificancia.

Precisamente por ser como es, tres o cuatro días antes de caer “en cana” (preso), Amado algo debe haber intuido porque se dedicó a dar su particular interpretación de lo que había pasado con Ciccone. Palabras más, palabras menos, dijo que si hay alguien que nada tenía que ver en la tramoya era él. Que el verdadero dueño era el legendario banquero Raúl Moneta. Que el que se la cedió fue el entonces titular de la AFIP Ricardo Echegaray y que el testaferro que puso el nombre es un tal Alejandro Vandenbroele, su inquilino, al cual ni siquiera conoce.

Él, con esta suma de delaciones, se declaraba enteramente inocente. ¿Yo? argentino, nada que ver con nada, la culpa la tuvieron los otros. ¿Yo? argentino hasta la muerte. Hoy Amado debe estar celebrando su primera reunión de gabinete tras las rejas. Están casi todos, y parece que los que faltan irán estando.

Tenemos algo para ofrecerte

Con tu suscripción navegás sin límites, accedés a contenidos exclusivos y mucho más. ¡También podés sumar Los Andes Pass para ahorrar en cientos de comercios!

VER PROMOS DE SUSCRIPCIÓN

COMPARTIR NOTA