En el Día del Niño: seis historias del vino, producto de inspiración y legado

Manuel González Bals y sus hijas paseando en sus viñedos.
Manuel González Bals y sus hijas paseando en sus viñedos.

En el Día del Niño, relatos acerca de esta bebida y de cosechas dedicados a los más chicos de las familias bodegueras.

El vino brinda esa posibilidad de hacer todo posible. El vino nos lleva por intrincados caminos técnicos hasta su copa final. Pero hay uno, que tiene que ver con la fecha de hoy, que aparece como muy desconectado de la realidad: unir al vino con los niños.

No es para nada loco. En la historia de este producto hubo padres (enólogos, bodegueros o bien, productores de uva) que quisieron hacer un vino dedicado a sus hijos o con las características personales de éstos.

Así, hay vinos reposados o que inquietan el paladar; también, aquellos lánguidos pero no menos impactantes a los sentidos; y vinos con personalidad bien definida. El hijo reflejado en lo que siempre el hacedor quiso ofrecer al mundo. Y, seguramente, de allí el nombre, o aquella botella con características especiales o hecha a medida.

La historia del doctor Madaiah Revana es representativa. Sus vinos no indican que exista alguna alusión a sus hijos en el producto o en la etiqueta, pero sí, en sus espacios vitivinícolas.

Matías Morcos, en su viñedo.
Matías Morcos, en su viñedo.

La cardiología es su profesión pero su pasión es el vino, algo que, reiteradamente, ha declarado en varias entrevistas. Esa pasión empezó a concretarse cuando en 1997 adquiere en Valle de Napa (California), su primera bodega, a la que llama Revana, como su apellido. Luego, en 2005 compra Alexana, en el Valle de Willamette (Oregon). Es aquí, cuando claramente se evidencia esa inspiración hacia el hijo para denominar o crear algo. Madaiah tiene dos hijos, Alexandra y Arun. El nombre de la bodega fusiona el nombre de su hija mujer con su apellido. En cambio, Corazón del Sol, el nombre de la bodega argentina que posee en Tunuyán desde 2008, es en clara alusión a su profesión y a su hijo varón, ya que su nombre en hindi significa Sol.

Tal vez, es en las bodegas de tradición familiar donde se refleja con más fuerza esa idea de dedicar y asignar a un hijo o a un nieto un determinado vino, etiqueta o cosecha, ya sea por inspiración o simplemente como muestra de afecto y con la intención de que perdure en el tiempo.

“En la bodega siempre hubo vinos pensando en la generación siguiente”, comenta Eduardo López, integrante de la cuarta generación de Bodegas López. En la actualidad, toda la quinta generación de la familia posee 500 botellas de Chateau Montchenot que corresponden al año del nacimiento de cada uno, con la idea de que sean bebidas en sus casamientos.

“Mi papá hizo lo mismo con cada hijo. A mí me tocó un Chateau Vieux y esas botellas las descorché cuando me casé. Es el mismo vino que sale al mercado. No se trata de partidas especiales ni tiene una etiqueta distinta. Sólo se apartan 500 botellas de la cosecha en cuestión. Hoy la Estiba Nietos, que inició mi padre y su hermana Marta, cuenta con 28 lotes para cada integrante”, detalla López.

Con la línea Generación, de la familia Arizu, elaborada en su bodega Viña Alicia, ocurre algo similar; pero, en este caso, sí son vinos inspirados en cada uno de los nietos de Alberto y Alicia Arizu.

“La línea está compuesta por vinos que mi papá quiso hacerle a sus 12 nietos. El de los varones sale con la etiqueta Tirso, y el de las mujeres, con Agatha. Lo interesante es que cada vino está elaborado con variedades poco tradicionales, como monastrell, garnacha, picolit, y mencía, entre otras”, cuenta Rodrigo Arizu, al frente de la bodega familiar en Luján de Cuyo.

Estibas de Bodega López
Estibas de Bodega López

En 2019, luego de que nacieran los dos últimos nietos (son mellizos e hijos de Rodrigo) anunciaron esta línea que cuenta entre 150 y 300 botellas cada uno por cosecha. La primera cosecha de cada uno que, obviamente, coincide con el año de nacimiento de cada uno, está guardada para la familia y las siguientes añadas se comercializan exclusivamente en la bodega.

“Tardamos algunos años en completar la línea. Mi papá armó cada ejemplar según la personalidad de cada nieto. Algunos son varietales, otros blends. Microviníficábamos, luego probábamos y él decidía qué se hacía con ese vino. No decía cuál era su idea, pero iba imaginando el tipo de producto para cada nieto. En cada contraetiqueta figura una pequeña historia de ese vino y la inicial del nombre de cada uno de los chicos”, finaliza Arizu.

Un legado para los hijos

Entre la generación de enólogos jóvenes mendocinos, que están dando sus primeros pasos como padres, Manuel González Bals es uno de los que, inspirados en sus hijas, ideó su proyecto Edaphos Wines, en 2010.

Teresita Barrio y Cristian Moor están por lanzar el vino en honor a su primera hija: Initium Josefina.
Teresita Barrio y Cristian Moor están por lanzar el vino en honor a su primera hija: Initium Josefina.

“Edaphos significa suelo en griego. La etiqueta simboliza una raíz en un suelo. Más allá del concepto técnico, que alude a que cada vino toma el carácter del suelo de donde proviene, tengo un concepto y filosofía más trascendental: el mismo legado que yo recibí es el que quiero entregar a mis hijas”, comenta el winemaker y agrega: “Hicimos juntos la pisada de la uva y molienda de la primera cosecha y fue emocionante. Me moviliza el legado que estoy dejándoles en cuanto al concepto del trabajo de la tierra, de cultura, de mis abuelos. Es un concepto poco convencional de un proyecto no tan apunado al negocio, sino a una filosofía y una enseñanza. Yo utilizo Edaphos para transmitir una filosofía de legado cultural y familiar de esta bebida que considero extraordinaria”, asegura.

Por su parte, el matrimonio conformado por los enólogos Cristian Moor y Teresita Barrio está por lanzar su nueva creación: Initium Josefina 2016, un blend de Malbec y Cabernet Franc en honor a su primera hija, que nació el mismo año de esa cosecha.

“Cada varietal es nuestro preferido y nos identifica. Por eso, este blend es nuestro hijo y representa a Josefina”, cuenta Cristian. Este vino, con 94 puntos Atkin, estuvo 18 meses en barricas y saldrá a la venta en setiembre, en una caja realizada con las duelas de las barricas en las que estuvo el vino, y está destinado a todas aquellas personas que conocen este proyecto familiar.

Inspiración en los propios recuerdos

Matías Morcos, enólogo de la bodega familiar en el Este mendocino, se animó a un proyecto personal, vinculado a sus raíces, a sus recuerdos de infancia en los viñedos, a una vuelta a su pasado.

“Estudié mucho sobre uvas criollas y a partir de una finca familiar centenaria, que estuvimos a punto de tirar, decidí emprender esta vuelta al pasado. Por eso, la etiqueta de mis vinos alude a mi infancia entre las viñas, y respeta mis raíces, la pelota, la camiseta de San Martín…”, comenta Matías cuando describe los cuatro vinos elaborados con este concepto: Bonarda Blanco, Bonarda Tinto, Criolla Chica y Moscatel Rosado.

Con esta línea, el enólogo -que fue calificado como Revelación en 2019, por Patricio Tapia-, apunta a elaborar un producto que sea competitivo internacionalmente y a agradar y homenajear a padres, abuelos y niños. Vinos fáciles de tomar pero con complejidad.

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