Productores de punta: ajo gourmet pensado para Europa y EEUU

El fideicomiso fue creado en 2011 con el objetivo de desarrollar productos de calidad para otros mercados fuera de Brasil.

La empresa ya tiene cuatro certificaciones de calidad para poder exportar. / Foto: Los Andes
La empresa ya tiene cuatro certificaciones de calidad para poder exportar. / Foto: Los Andes

Fabián Fusari respetó siempre la premisa de que, si uno trabaja para una empresa, debe reservar un tiempo para un proyecto propio. Como proviene de una familia de agricultores, empezó de a poco a trazar ese camino. Cuando, en un viaje a Holanda en 2003, tuvo la posibilidad de ver el producto de calidad que tenían las cajas de ajo proveniente de China que llegaban a Europa, entendió que había que seguir esa línea.

Hoy, Fusari confiesa que, como su familia se dedicaba a la agricultura, él mismo se veía como productor en un futuro, pero que jamás se hubiera imaginado como exportador. Sin embargo, cuando se recibió de ingeniero agrónomo y trabajó para distintas industrias, conoció de certificaciones de calidad y visualizó que los productores primarios están acostumbrados a que la mercadería, una vez que atraviesa la tranquera, deja de ser su problema.

En cambio, con el tiempo, fue entendiendo que el productor no está separado de lo que sucede en el empaque, en la industria, ni tampoco de lo que llega a la góndola del supermercado. De ahí que, en sus casi 23 años de trabajo como ingeniero, ha intentado que los agricultores comprendan que tienen producir pensando en que debe llegar al consumidor un producto de excelencia.

El fideicomiso Santa Rita, que hoy integra con otras tres familias, nació en 2011, cuando Fusari reconoció esa calidad en uno de los productores con los que trabajaba. Le propuso que enviaran un contenedor de ajos a Francia, sin saber si lo iban a cobrar, pero con la convicción de que, por tratarse de un producto de excelencia, trabajado muy bien en el galpón de empaque, resultaba casi imposible que no lo cobraran.

Efectivamente, recibieron el dinero y un nuevo pedido. De las 7 hectáreas con las que empezaron en San Carlos, una década atrás, han llegado a unas 150 hectáreas, en distintas propiedades que van desde El Barreal (San Juan), pasando por El Borbollón (Las Heras), Tres Porteñas (San Martín), Ugarteche y Agrelo (Luján), Tunuyán y San Carlos, para terminar con algunos lotes de semillas y producciones puntuales en Malargüe.

Fusari explica que, en Mendoza, es importante diversificar las zonas, para resguardarse del daño del granizo, principalmente.

Aunque esta elección de localizaciones también responde a que las distintas variedades tienen requerimientos diversos y, por ejemplo, a los ajos castaños y colorados les gustan más las temperaturas más frías de los departamentos del sur.

El fideicomiso produce cuatro variedades de ajo: blanco, que se envía al hemisferio norte; algo de morado, para clientes de Australia y Europa; el castaño –también conocido como ruso o polaco-, que es requerido por el mercado francés, como también por el alemán y el español, y ahora están intentando imponer en Estados Unidos; y el colorado, rojo o de guarda, que exportan a Europa y Estados Unidos.

Fabián Fusari comenta que sólo venden un poco a Brasil, el principal importador del ajo mendocino (compra entre 85 y 90% del total que se exporta), porque veían que había muchos grandes competidores en ese mercado y que las posibilidades de ellos de competir, con una producción acotada, eran reducidas.

Pese a eso, con el tiempo fueron creciendo, con la ayuda de sus clientes, que un año les pedían dos contenedores y, al siguiente, tres o cuatro. Pero los productores asociados decidieron que toda la mercadería que exportaran debía ser propia.

El ingeniero agrónomo detalla que hay quienes, cuando no pueden responder a la demanda del exterior, compran ajo y eso a veces les juega en contra de la calidad. Como Santa Rita exporta a mercados muy exigentes, prefirieron asegurarse de que los envíos tuvieran ciertos estándares y por eso no compran producto de terceros.

Para cumplir con ese estándar de calidad, el fideicomiso cuenta con la experiencia de los productores y un equipo técnico integrado por tres ingenieros agrónomos, al que se suma el conocimiento de los profesionales que trabajan en las certificaciones de calidad. Además, han trabajado junto con el INTA, que aportó los resultados de sus ensayos, para lograr un ajo noble, que tiene capacidad de guarda, buenas catáfilas y carece de manchas externas. También resultan claves, detalla Fusari: un buen suelo, una semilla sana y respetar las fechas de siembra.

La empresa ha obtenido cuatro certificaciones. La primera, casi cuando comenzaron, fue la de buenas prácticas agrícolas (Good Agricultural Practices, GAP). Luego destinaron una parte del proyecto a la producción orgánica, que también certificaron.

Más adelante, como entienden que el resultado depende en gran medida de cómo se trabaja en el campo y en el galpón de empaque, decidieron premiar a quienes contribuían al éxito del proyecto; así, a quienes alcanzan los requerimientos de calidad se les paga 15% por encima de lo que establecen los convenios colectivos de trabajo.

“Logramos que la gente se interesara por hacer un buen trabajo, porque se sienten reconocidos. De esta manera, tanto en el empaque como en el campo, somos como una familia”, planteó Fusari.

Añadió que la cuarta certificación, vinculada a la Global GAP, fue la Grasp, que tiene que ver con la salud, seguridad y capacitaciones para el trabajador. Aunque con esta última no logran un diferencial de precio en el exterior, sí les permite, además de cuidar a su propia gente, posicionarse de otro modo en mercados que eligen empresas que se preocupan por su personal.

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