Osvaldo Andreoli: “Alfredo Alcón era un hombre apasionado que buscaba la perfección”

“Alfredo Alcón, el actor de la utopía”, es un libro imprescindible que repasa algunos hitos de la carrera del actor como también momentos tan simples pero sublimes

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Osvaldo Andreoli es crítico cultural, poeta, teatrista, pero sobre todo periodista. Este es uno de los motivos principales que dieron origen al libro “Alfredo Alcón, el actor de la utopía (artista en su tiempo)”, cuyas páginas están atravesadas por una minuciosa recopilación de frases, ideas y conversaciones que Alcón tuvo con periodistas de distintos medios, pero también en su paso por las salas de teatro, cine y televisión. Un ensayo poético asentado en los pilares de una exhaustiva investigación, que renuevan en la memoria la figura y la voz del actor.

Alcón sigue siendo considerado, con toda justicia, el primer gran actor que dieron estas tierras. Obtuvo cuatro Premios Cóndor de Plata, el Premio a la Trayectoria, seis Martín Fierro, dos Quinquela Martín, el Premio al Mejor Actor del Festival Internacional de Cine de Cartagena, dos María Guerrero, el García Lorca (España), el ACE de Oro y el Estrella de Mar de Oro. El Gran Premio de Honor de la Fundación Konex y el Premio a la Figura Latinoamericana, entre otros, fue declarado Ciudadano Ilustre de la Ciudad de Buenos Aires en 2002.

Dicho así, es solo una enumeración frívola. Alcón recibía en forma de estatuillas la devolución tangible de la profunda emoción que producía en el público.

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Nació un 3 de marzo de 1930 y se fue el 11 de abril de 2014, a los 84 años. Entre medio, dejó en las audiencias la memoria de su maestría, a través de personajes tan disímiles como variados. Y Osvaldo Andreoli los recorrió a todos en este libro.

“Era un hombre apasionado que buscaba permanentemente la perfección. Siempre intentó en su trayectoria alcanzar metas que indudablemente escapan a un espíritu idealista. La personalidad de Alfredo Alcón es uno de los aspecto que más me atrapó”, comienza diciendo el escritor en la entrevista con Los Andes.

“Para llegar a ciertos personajes, que forman parte del acervo de la humanidad, como Hamlet, que es el arquetipo del teatro, que es un personaje que nunca termina de ser conocido, que puede realizarse de maneras tan diversas, y que mantiene su núcleo contradictorio, Alfredo tenía esa ambición o ese ideal de alcanzar esas metas que escapan, porque nunca se alcanza una cima”.

A lo largo del libro, se describe mediante frases sueltas una tendencia muy marcada, casi obsesiva del actor, a la perfección. En sus páginas refiere cómo Alcón, haciendo temporada de teatro, repasaba a diario, al llegar para la función, el texto completo antes de subir a escena. “Era su manera de concentrarse, de estar imbuido en lo que permite lograr algo nuevo aunque sea conocido, en su movimiento interno. Yo tuve la experiencia directa de conocer este aspecto de repaso permanente, cuando vino a grabar un disco de poemas. Él comenzó a recitar, y para nosotros ya estaba: se avino de manera cordial a grabar. Pero después de la primera vez, dijo ‘no’ y repitió la grabación de cada poema dos veces más hasta que logró lo que buscaba”, recuerda.

La tapa del libro tiene una foto del actor sobre un espejo
La tapa del libro tiene una foto del actor sobre un espejo

Alcón se refería, y se repite insistente esta idea en las páginas de Andreoli, a las grandes obras de teatro como “ejercicios de humillación”, a lo que el autor explica como un concepto ligado a la inaccesibilidad a la obra. “Ese sentimiento está ligado al sentirse más pequeño en relación a esos personajes de los creadores que han quedado con perennidad. Pero digamos que este aspecto de Alfredo, que también tenía sus contradicciones, tiene que ver con la incertidumbre que nos embarga y que forma parte de la condición humana: nada es definitivo, absoluto o sagrado completamente, sino que está haciéndose. Y estos aspectos tienen que ver con lo psicológico pero también con una postura y una ética frente al concepto del teatro y que ha mantenido precisamente por la continuidad de su conducta”.

En este sentido Andreoli destaca la figura de Alcón como un referente para las nuevas generaciones: “se convirtió en un ejemplar de idealismo, estoicismo, algo tan necesario para permanecer frente a los avatares de los actores”. Subyace también en el libro una suerte de descripción no lineal en relación a la capacidad del actor para encarnar desde Hamlet, el personaje de Shakespeare para teatro, hasta un malandrín de poca monta para una tira de Polka, en televisión (memorable interpretación en “Vulnerables”). “Él tuvo hitos que han quedado en la memoria del espectador. Por ejemplo ‘Israfel’, de Abelardo Castillo, obra que él eligió, como en todas, y que fue un éxito extraordinario, en la década del ‘60, sobre todo en la última escena que era un delirium tremens del poeta Edgar Allan Poe. En el cine no eligió los papeles, sino que fueron propuestos”, enfatiza.

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Andreoli hace referencia a la condición sine qua non del teatro, que es la presencialidad y cómo esto era explotado por Alfredo Alcón en toda su magnitud. “El contacto con el público, la empatía, la presencia y lo que decía tenía una significación y un sentido emotivo pero había también una organicidad en su conducta teatral. Esa entrega conjuntamente emocional, intelectual y sobre todo corporal, era una aspecto que él brindaba jugándose en todas las funciones”.

Tal era la autoridad de Alcón en escena, que una situación -que a cualquier otro actor le podría haber costado la vida- era admitida hasta por los más inverosímiles espectadores: “En 1981, en plena dictadura, Hamlet decía ‘En este país se puede sonreir siendo un canalla’. En cada función había murmullos, algo que el actor lo percibía permanentemente, en ese ida y vuelta con el público”, concluye.

Acerca del autor

El autor del libro, Osvaldo Andreoli
El autor del libro, Osvaldo Andreoli

Fue colaborador de Página 12, La Razón, Tiempo Argentino, El Gran Otro y numerosas publicaciones gráficas. Como especialista musical y teatral , creó y condujo programas culturales en Radio Nacional Clásica y Radio Municipal, Radio Cultura y Amadeus Cultura Musical. Es directivo de ACMA, Asociación de Críticos Musicales de la Argentina.

Egresó de la carrera de Régie del Instituto Superior de Arte del Teatro Colón. Se formó en actuación, ópera y puesta en escena con maestros como Raúl Serrano, Francisco Javier, Margarita Wallman, Peter Brook y Pola Suárez Urtubey, entre otros. Cursó la carrera de Filosofía en Filosofía y Letras (UBA), tomó clases de cinematografía con José Martínez Suárez, y de dibujo e historieta con Alberto Breccia.

Dirigió La isla desierta de Roberto Arlt en el Centro Cultural San Martín; Cumbia Morena Cumbia de Mauricio Kartún, Filomena Marturano, de Eduardo De Filippo, con Cipe Lincovsky y Alberto de Mendoza, entre otras. Además realizó diferentes puestas de óperas, entre las que se cuentan adaptaciones de Lulú de Alban Berg y Madame Butterfly de Puccini en la Sala 9 de julio del Teatro Colón, o Falstaff de Verdi en el Teatro Presidente Alvear. Es autor de cuatro poemarios, en las colecciones de poesía La Rosa Blindada y Todos bailan, editadas por José Luis Mangieri.

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