Nada es sagrado: Gordofobia, sufrimiento y sangre azul

En un arrebato de cholulismo tercermundista, las revistas de lifestyle argentinas le dieron sus tapas a la realeza europea. Cómo se puede volver chic el bullying y el sufrimiento familiar.

Estalló la polémica entre Argentina y Holanda. Por mucho menos se han iniciado guerras, apuntarían los historiadores. Resulta que la revista Caras recibió fuertes críticas por su indisimulada gordofobia.

Claro que, en circunstancias normales, ninguna mujer “plus size” sería tapa de una revista de este tipo, al menos que fuera miembro de la realeza. Y de igual forma, el escándalo no hubiera sido tal, si la discriminada en cuestión no hubiera sido literalmente una princesa: Amalia, hija mayor de Máxima Zorreguieta y Guillermo Alejandro de los Países Bajos.

¿Error editorial? Quizás, pero el título dejó entrever todo lo contrario a lo que quería decir la nota. Para presentar a la princesa Amalia, a sus 16 años, como un ejemplo de superación en la vida y de empoderamiento femenino, titularon: “La hija mayor de Máxima luce con orgullo su look plus size”.

Para colmo la tapa, cuando ni siquiera había llegado a los kioscos, ya había cruzado el océano y llegado a la prensa holandesa, donde ardió Troya. Rick Evers, periodista holandés especializado en “Familia Real” (así como lo leen), dijo que la televisión y las redes sociales argentinas son vergonzosas. No entera a nadie, la verdad.

Después en un tuit, bajando el tono juzgón, atenuó: “(La tapa) recibió muchas críticas. La gente la llama baja y objetable. Dicen que el titular debería ser ‘La hermosa hija mayor de Máxima’, ponen el énfasis sobre el hecho de que Amalia es una adolescente en desarrollo y tildan a la publicación de cómplice del daño psicológico provocado”.

Otro medio holandés, Nouveau, también se refirió en un artículo a la sesión fotográfica de la princesa Amalia. “Los argentinos están muy orgullosos de la reina Máxima, pero este año la sesión de fotos se transformó en un fenómeno por una razón desagradable: la alusión al cuerpo de Amalia”, explicó.

A los dos lados del charco, miles de famosos se sumaron a la reprobación: como Jorge Rial, el rey de la industria del chimento, quien acusó a la revista de “discriminación con lenguaje progre”; y “qué vergüenza esta tapa de la revista Caras. Impone parámetros de belleza y encima se la agarra con una adolescente”, apuntó en Twitter Ingrid Beck, fundadora de la revista satírica Barcelona, que bajo la impunidad del humor hizo tapas mil veces más cuestionables.

Pero Liliana Castaño, directora de Caras, se defendió así en una columna: “Quisimos mostrar el gran momento de una princesa que vive su adolescencia sin tabúes y defiende su figura de ‘mujer real’, pero no pudimos evitar la polémica. Abolir la perfección que nos esclaviza. Rescatar una historia de superación. Ese fue el objetivo de nuestra última tapa”, argumentó. Y habrá que creerle.

Que el título es polémico, no hay dudas. Que el ruido genere una pizca de reflexión y debate en torno a un tema que causa mucho sufrimiento como es el sobrepeso, en una cultura que nos bombardea con cuerpos aceitosos, ropa entallada y recetas de pan keto, es poco probable. Esta polémica está más maximizada que la propia Máxima. Y además tiene el espesor de un papel de revista.

Y por lo visto también es poco probable que la gente se percate de la verdadera polémica, el verdadero escándalo argentino, la verdadera vergüenza de lo que aspiramos a ser como sociedad, que es la fascinación ridícula, el cholulismo tercermundista por la realeza europea, ya sea británica, española, holandesa o cualquiera. Caras y Hola, las dos revistas de “lifestyle” más vendidas, miran a los nobles con insistencia. Un gesto patético que el resto de la población aplaude. A costa de tomar como noticia chic el sufrimiento mismo.

Hola, en completa sintonía con Caras, también le dedica su última tapa a la sangre azul, pero esta vez británica. Ensoñación pura parece que fue el casamiento de Beatriz de York y su novio, un conde italiano, en medio de las acusaciones de violencia sexual que atrapan a su padre, el príncipe Andrés, por ser cómplice de Jeffrey Epstein (el truculento documental, si aún no lo vieron, está disponible en Netflix). Una vida reducida a un insulso vestido blanco: ¿eso le gusta leer a los argentinos?

Lo más curioso es que esta fascinación se da en un país que tiene ya una gran conciencia sobre los ñoquis en el Estado. A ver: los holandeses destinan unos 60 millones de euros al año para mantener los lujos, las propiedades y los sirvientes de los Orange, más una cifra no especificada para su custodia y otras medidas de seguridad. Querido lector, sinceramente, ¿usted pagaría con sus impuestos a una reina Máxima?

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