“Los llanos” de Federico Falco: la crónica tristísima de un duelo

La primera novela del escritor cordobés fue finalista del Premio Herralde 2020.

Una fotografía que ilustra la soledad del campo. / Foto: Gentileza de Federico Falco.
Una fotografía que ilustra la soledad del campo. / Foto: Gentileza de Federico Falco.

La pregunta parece ser: ¿Cómo pasar un duelo? Mientras algunos personajes lo hacen autodestruyéndose, destruyendo al otro o con soluciones lacrimógenas y a veces insoportables, el protagonista de Los llanos”, novela de Federico Falco recientemente reconocida como finalista del Premio Herralde de Novela 2020, intenta hacerlo de la forma más simple: volviéndose nadie.

Parece borgeano, pero no tanto: Falco enuncia desde otros resortes narrativos, más cercanos a la incertidumbre, la extrañeza y la sorpresa cotidiana de Hebe Uhart, por poner un ejemplo. La historia es simple, de hecho. Después de que su novio lo abandona, Fede (el de la novela, no el real) se va a vivir al campo a cultivar una huerta. Piensa que así va a poder cicatrizar su vida de antes y empezar una nueva.

“Los llanos” es una novela triste, tristísima, porque logra expresar un estado de ánimo más allá de las acciones, y justamente por eso abunda en descripciones y poesías. A veces, toma el pulso y la libertad de la crónica. La crónica de un duelo, acaso: el paso del tiempo, la búsqueda de sentido en lo cotidiano, la sensación de sentirse sin salida, ahogándose de recuerdos que intenta (muchas veces vanamente) explicar.

Publicada por Anagrama, se puede conseguir en las librerías por $950.
Publicada por Anagrama, se puede conseguir en las librerías por $950.

Falco parte desde la ilusión de una autoficción para acicatear el morbo del lector actual, acostumbrado a que saborear las intimidades más íntimas de sus escritores. Aunque en realidad, usa la primera persona como mero artilugio narrativo: una técnica vieja, que en el auge de las autoficciones se redefine.

Mientras avanza el año, el protagonista de “Los llanos” empieza a sanar un poco, sabiéndose parte de un ciclo: ve a su huerta crecer, morir y crecer; recuerda a sus padres, a sus abuelos; reconoce a sus vecinos y a sus historias. La naturaleza en su expresión más filosófica; la naturaleza, que es madre y madrastra en su querer, a decir de Leopardi, es lo que impone el ritmo en este relato. En definitiva, nosotros somos la naturaleza y a su vez la naturaleza nos excede a nosotros. En ese infinito ida y vuelta, ¿qué dolor se justifica realmente?

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