Leila Guerriero: “La crónica ya no es una rara avis”

La periodista acaba de reeditar “Frutos extraños” (Alfaguara), una antología de crónicas y perfiles publicada originalmente en 2009. Habla del ejercicio del periodismo durante la pandemia y la actualidad de un género con cada vez más lectores.

Escribo como si boxeara”, dijo Leila Guerriero durante una conferencia que dio en 2017. “Hay una rabia infinita dentro de mí, una violencia infinita dentro de mí, una nostalgia infinita dentro de mí, una furia infinita dentro de mí, un arrebato ciego dentro de mí. Porque siempre, siempre, siempre, escribo como si boxeara. O, mejor, ¿por qué, siempre, siempre, siempre, escribo como si boxeara?”.

El intento de respuesta es “Mi diablo”, un texto que después se publicó y que interesará a sus lectores y a todos los que quieran saber cómo Guerriero, la implacable cronista de “Opus Gelber” y de los luminosos perfiles de “Plano americano”, forjó su voz literaria. Un itinerario poblado de lecturas, de películas, de colegas y de toda fuente de inspiración. Su caja de herramientas, lo llama.

“Mi diablo” sirve además como prólogo en la reciente reedición de “Frutos extraños”, una antología publicada originalmente en 2009 por Alfaguara que ahora vuelve a las librerías con algunos cambios. Por ejemplo, la incorporación de los perfiles de Palito Ortega, Fito Páez, María Luján Rey y Gustavo Grobocopatel.

Pero hay más. Los tiempos dilatados de la pandemia hicieron que también coincidiera con la reedición de su primer libro (“Los suicidas del fin del mundo”, Tusquets, de 2005) y con una nueva crónica: “La otra guerra. Una historia del cementerio argentino en las islas Malvinas” (Anagrama). A estas novedades se suma “Teoría de la gravedad” (Libros del Asteroide), una recopilación de sus columnas semanales en el diario El País de España que se hizo en 2019.

-La primera sorpresa de esta reedición ampliada de “Frutos extraños” es el texto “Mi diablo”, donde hacés una autorreflexión sobre tu escritura. ¿Qué tan difícil fue armar esa narrativa propia, a la vez íntima y poblada de muchas de tus pasiones?

-Bueno, yo no lo llamaría pasiones. Es un texto acerca de mi caja de herramientas, de mis influencias, de qué fue lo que hizo que yo me pusiera a escribir. Y es un texto que al final no ofrece una respuesta clara. Digo, está claro en el texto que el camino hacia el encuentro con una voz propia está repleto de distintas cosas. A veces de obstáculos, de la formación de un carácter, de encontrar también una manera de estar en el mundo... Influyen el cine, la música, el teatro, los encuentros con otros... No lo recuerdo como algo difícil: lo recuerdo como algo no voy a decir placentero, pero que escribí en un estado muy, hmm (piensa un poco, busca la palabra justa)... “goloso”, sí, de intentos de excavar en la memoria y pulsar disparadores que fueran llevándome de una cosa a la otra. Y a mí me gustan esas tareas de arqueología con la propia memoria. Siento que son momentos en los que intento conectarme mucho con ese pasado, más y menos lejano. Entonces no me resultó difícil, fue un trabajo de memoria y de hilado. Sobre todo, lo que tenía en claro era lo que quería decir: el camino de esas influencias.

-Imagino que para preparar este libro inevitablemente tuviste que volver a leer el del 2009 y habrás tenido nuevas emociones acercándote a esos relatos. ¿Cómo es tu relación con tus crónicas del pasado?

-La verdad es que no me releo, pero por supuesto cuando la editora del libro, Pilar Reyes, me sugirió agregar algunos textos para actualizarnos volví a mirar “Frutos Extraños”. No lo leí, solo miré los títulos, porque con varias de las crónicas que están allí yo trabajo mucho en talleres. Entonces, tenía muy claro el libro en la cabeza. Pero rara vez releo libros completos míos: ahora lo hice con “Suicidas del fin del mundo”, pero porque tuve que dar un taller sobre eso. Pero volviendo a la pregunta, cuando uno hace una antología sabe que no todos los textos que uno escribe son “antologables”. Entonces, cuando uno hace ese ejercicio de memoria y sentido común escoge de ese corpus crónicas que uno entiende que podrían ser más trascendentes. Entonces, en general con esas crónicas es de mucho respeto por mí misma: me respeto mucho cuando me releo, quizás porque no me releo tanto. A veces leo algunos textos y me digo que eso parece que lo hubiera escrito dentro de 20 años. Quiero decir que eso que escribí hace diez años siento que podría escribirlo también más adelante. Me reconozco en esa voz. En ese sentido, no tengo sorpresas ingratas. Después, si tuviera que leer algunas crónicas que no me resultaron tan trascendentes de años pasados, seguro encontraría, y sé que hay cosas que no me gustan. Y por algo esas crónicas no están en antologías. Pero hoy no siento necesidad de retocar o de renegar de alguna. Jamás retoco porque me parece que hay que hacer un trabajo de movilizar una cosa muy grande para volver a escribir algo que uno ya escribió.

Leila Guerriero en su estudio. Crédito: Gentileza de diario Clarín.
Leila Guerriero en su estudio. Crédito: Gentileza de diario Clarín.

-La pandemia impuso cuarentenas, distanciamientos, y obviamente la imposibilidad de viajar, de hacer entrevistas en persona y quizás incluso de generar situaciones de cercanía y confianza. ¿Cómo has vivido este tiempo y estas restricciones que afectan tu trabajo?

-Yo tengo mucho registro de todo lo que pasó. Creo que por un lado tuve la suerte, como algunos, de mantener mi trabajo; por otra parte mi trabajo se vio muy alterado, porque como decís no podíamos ir a ver a la gente, todo tenía que ser por Zoom. El tipo de trabajo que yo hago además es de mucha presencialidad, de mucho seguir al otro, de entrevistarlo pero también de verlo vivir. Y todo eso se vio afectado. Yo puse algunas cosas en pausa, obviamente. Hubiera sido muy caprichoso, muy torpe pretender hacer el gran perfil de alguien en esa situación de pandemia, cuando no se podía ni siquiera cambiar de barrio. Por supuesto, seguí escribiendo mucho pero me concentré en otra clase de cosas. Creo que hubo días de mucha angustia. Escucho a otros colegas, quienes dicen que para ellos fue un momento estupendo porque como viven de escribir se quedaron encerrados en sus casas. A mí eso no me pasó. Yo necesito salir al mundo, ver el mundo, hablar con gente, que me pasen cosas, viajar, caminar, conocer, participar de la conversación literaria. Y siento que eso estuvo bastante cortado en todo este tiempo. Y si bien sí se afectaron las cosas que decís, creo que lo que más se afectó fue ese repliegue que hubo de los motores generadores de ideas, de entusiasmo, de conversación... Creo que fue un tiempo muy angustiante, y lo es todavía, aunque muchísimo más aliviado, por supuesto. Y muy oscuro también. A mí no me resultó estimulante para mi trabajo, más allá de que estoy muy conforme con muchas de las cosas que hice durante la pandemia.

-La crónica no es para nada nueva, pero da la sensación de que en la última década está siendo más demandada por la gente y viviendo un auge editorial. ¿A qué atribuís ese creciente interés por el género?

-Cuando yo empecé a trabajar, a principios de los años ‘90, la palabra crónica no aparecía más que asociada a la idea de crónica roja. Bien entrados en este siglo, la palabra crónica se ha instalado. Creo que es una palabra que usamos los periodistas, pero que el lector no utiliza demasiado ni tiene bien identificado qué es. Pero sí me parece interesante que se haya colocado en un espacio de conversación entre periodistas. Y me parece interesante también que se lo cuestione y se lo piense. No sé si ese auge editorial que mencionás es tal: sí es verdad que, si pienso en el primer libro que publiqué en 2005, la situación editorial era muy otra. Creo que en este país los libros de crónica que se publicaban, o que estaban vigentes (pero que costaba mucho encontrarlos) eran “Larga distancia” de Martín Caparrós, “Lugar común la muerte” de Tomás Eloy Martínez y por supuesto “Operación Masacre” de Rodolfo Walsh, que es un enorme hito. Pero no había mucho interés por esta clase de no ficción. Me parece que no hay un gran auge, pero sí un pequeño auge de nicho. Hay lectores: las editoriales descubrieron que hay lectores. Y con el hecho de que haya lectores tienen que ver muchas cosas: el surgimiento de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano, hoy Fundación Gabo, con todo el entramado de talleres, de encuentros; el encuentro físico de muchos periodistas de distintos países en distintas ciudades de América Latina; colocar en talleres a referentes latinoamericanos como Caparrós, Juan Villoro, Alma Guillermoprieto... Ya la crónica no es una rara avis. Está allí: todas las editoriales tienen un sello destinado a eso, y aparecieron también premios. Creo que también con esta difusión muchos periodistas de generaciones jóvenes miraron hacia ese género y dijeron que querían hacer eso: hacer textos que exigen mucho trabajo de investigación y mucho trabajo con la prosa. Al haber más, todo eso empieza a buscar un espacio de publicación y las posibilidades de crear una plataforma online facilitaron algunas cosas también. En fin, creo que es un fenómeno con diversos afluentes.

-De todas las crónicas de “Frutos extraños”, que te llevaron a encontrarte con personajes tan diversos, ¿de cuál guardás los mejores recuerdos o cuál disfrutaste más escribir?

-Bueno, me cuesta trabajo contestar, porque no tengo esa relación con mi trabajo. Pensar eso es como coleccionar figuritas, y yo no sé, no tengo esa relación. Podría decirte que por varios motivos hay una crónica especial: “El rastro en los huesos”, sobre el Equipo Argentino de Antropología Forense. Lo que pasó con esa crónica es que me llevó a ganar un premio muy prestigioso de la por entonces Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano. Tuvo mucho eco y me dejó en mi vida personal unas personas muy entrañables, de las cuales soy amiga, que son integrantes de ese equipo. Diría que ese texto es muy potente. Si tuviera esa manera de ver mi trabajo, esa crónica marca sin dudas un momento importante. Y en cuanto a disfrutar de escribir, voy a decir algo que siempre digo, y que lo dijo una escritora de la que siempre me olvido el nombre: lo bueno no es escribir, sino haber escrito.

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