“Legado”, de La Charo: la Negra Sosa tiene su homenaje más progresista

El productor mendocino Daniel Martín podría llevarse el Gardel como mejor productor del año pasado por este disco, que es una auténtica joya de la fusión. Un álbum que, en lugar de calcar el pasado, lo arropa con un lenguaje completamente contemporáneo.

Charo Bogarín, conocida artísticamente como La Charo.
Charo Bogarín, conocida artísticamente como La Charo.

El 15 de marzo del año pasado, murió Fabián Matus, el hijo de Mercedes Sosa. No alcanzó a darle a su mamá, a diez años de su muerte, el recuerdo que él quería. Sin embargo, ya estaba apuntando a ese 4 de octubre, y uno de los homenajes que había pensado era un disco en el que Charo Bogarín, conocida artísticamente como La Charo, le cantara a la Negra. Nunca pudieron compartir un escenario, pero gracias a los artilugios digitales ahora era posible.

Ese proyecto siguió su curso y se plasmó en “Legado” (disponible en plataformas digitales), un disco que refiere lo siguiente: el mejor legado no es el que vuelve a cantar la ascendencia, sino el que la continúa.

Estos diez temas lo hacen, puesto que revitaliza parte del cancionero de la Negra con una gran variedad de sonidos acústicos, enchufados y digitales. Todo llevado a un lenguaje 3.0. La electrónica, género que La Charo cultivó con espesuras selváticas en Tonolec, aquí imprime todos sus colores, gracias al impecable trabajo que se hizo en el estudio.

Por este disco, Juan Blas Caballero y el mendocino Daniel Martín podrían llevarse en pocos días más el Gardel a Mejor Productor del año pasado. Y el premio, si se diera, sería muy merecido, por cómo lograron balancear todos los sonidos con la voz arrolladora de la Charo, que clama siempre total protagonismo por su solidez expresiva y técnica (la forma en que maneja el falsete derrite cualquier oído).

Aunque la relectura sea decididamente contemporánea, no hay sensación de traición. Aunque los límites se desdibujen y los más puristas puedan dar un alarido de espanto, se percibe respeto y profesionalismo. Así han reinterpretado joyas latinoamericanas, como “Razón de vivir”, de Víctor Heredia, y “Celador de sueños”, del dúo Orozco-Barrientos.

Es un disco muy climático, con profusión de sonidos, desde instrumentos autóctonos, pasando por arreglos para cuerdas, a una percusión tupida y bajos que prueban rítmicas realmente osadas. Algunas veces, la propia voz de la Negra hace su aparición lejana, para sumarse a un dúo cuasi-espectral con La Charo. El resultado pone piel de gallina.

Cada uno con un enfoque musical distinto, dado también por la impronta de cada invitado, transcurrimos por “La colina de la vida” (de León Gieco, con Chancha Vía Circuito), por “Caja de música” (de Pedro Aznar, sobre letra de Borges), por “La maza” (de Silvio Rodríguez) y “Soy pan, soy paz soy más” (de Piero), entre otras.

“Volver a los 17” y “Gracias a la vida” eran las dos prueba de fuego del disco, por la importancia que siempre tuvieron en el repertorio de la Negra. El resultado es más feliz en el primer caso que en el segundo. Mientras que en la primera los versos de Violeta Parra se enriquecen con arreglos delicados y muy ingeniosos, como un canon espectral en el último estribillo, en el segundo la canción palidece por un clima demasiado tristón y cavernoso para una canción que en definitiva es la expresión más cabal de felicidad y simplicidad. Con esta canción termina el homenaje, lo que es probablemente el único punto flaco de este gran disco.

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