La obra literaria de Miguel Ángel Guzzante

En esta nota de Cuestión de Palabras se analiza a fondo la obra de este importante escritor mendocino.

Miguel Ángel Guzzante (1942- 2009), médico cardiólogo nacido en Mendoza; egresado de la Universidad Nacional de Cuyo en 1967, se dedicó, entre otras exigencias de su profesión, a la docencia universitaria, desde la Cátedra de Cínica Médica en la UNCuyo.

Tiene además una destacada trayectoria como novelista, capaz de moverse con igual soltura en diversas modalidades narrativas: policial, ciencia-ficción, etc. siempre con una innegable dosis de humor irónico e inventiva creadora.

Fue además un auténtico promotor de la cultura mendocina: se desempeñó como Vicepresidente y Presidente de la Sade, Seccional Mendoza, entre 1992 y 1996 y ese mismo año fundó el Grupo Literario “Aconcagua”.

Publicó ocho novelas: Once viudas, (1978), Faja de Honor de la SADE 1980; El jubilado (1979), Tercer Premio Bienal Municipal; La única posibilidad (1985), Mención especial de ADEA; Residencia del sueño (1990); Vendimia roja (1994); El tembladeral (2008), Un brillo en la montaña (2016, póstuma); y Pedro Marciano (2009), en colaboración con Franca Lo Bue.

Una breve reseña de cada uno de estos textos de su autoría individual dará una idea de la versatilidad de su imaginación: Once viudas es una novela de suspenso que analiza desde un ángulo psicológico la ocurrencia de una serie de imprevistos “accidentes fatales” en un edificio de doce pisos. Allí viven distintas personas con sus familias que se ven enfrentadas, sorpresivamente a un drama insoslayable ante el cual cada una de ellas reaccionará de modo diferente. Como señala Juan Jorge Molinelli en la contratapa, “El mensaje que quiere llevar el autor es que el ser humano a pesar de la importancia que tiene y la supremacía que ha alcanzado frente a la naturaleza, es sacudido muchas veces por hechos fortuitos o casuales”.

Con El jubilado Guzzante tienta un cauce que será fecundo para su escritura: la novela policial, presentando a un extraño anciano retirado de sus actividades y a un joven policía mendocino que emula la capacidad deductiva de Sherlock Holmes, pero actuando en un escenario que será familiar a los mendocinos y que a todos los hará sentirse transportados a una moderna y pujante ciudad. Es que Miguel A. Guzzante –médico como Sir Arthur Conan Doyle- coloca a sus personajes en ambientes gratos. No son los lugares sórdidos del crimen que han pintado otros autores, ni tampoco el ambiente opresivo que caracteriza al policial negro. Sus personajes tampoco son los asesinos seriales desalmados de este tipo de relatos. Por el contrario, el autor crea a una típica familia provinciana que protegerá al desmemoriado jubilado y ayudará al policía investigador y agregará situaciones en sucesión ágil y cambiante, pero sin caer en el exceso de “máxima tensión”, muy común en la narrativa de este género.

Acerca de La única posibilidad, Luis Cruz Martínez destaca las mismas características de este tratamiento de lo policial por parte de nuestro autor, al afirmar lo siguiente: “es un digno trabajo compuesto con seres cotidianos. Nada de detectives y de acequias llenas de sangre. No, Guzzante no es un ‘duro’. Busca [...] personas más que personajes. Y luego los estaciona en determinada situación, hasta visualizar el camino que tomarán, según [...] las reglas del juego”. En otras palabras, devuelve a la literatura policial su carácter de entretenimiento pero sin perder profundidad.

También en esa misma línea, pero potenciando el artificio a favor de lo original que resulta la situación presentada, se inscribe Residencia del sueño, cuya trama da cuenta de la irrupción de malvivientes en una clínica dedicada al tratamiento de enfermedades psicológicas. Las acciones que se desencadenarán, además del suspenso propio de todo policial que se precie, presentarán todas notas tragicómicas, en un verdadero alarde de imaginación.

Vendimia roja tiene también escenas de antología, como por ejemplo la fuga de los animales del zoológico provincial justo cuando se desarrolla nuestra fiesta máxima. Igualmente en esta novela la creación de personajes, trazados con maestría, es uno de los principales logros, mientras la creciente soltura narrativa del autor va desplegando una trama ágil, entretenida y a la vez profunda en su radiografía de los usos y costumbres provinciales.

El tembladeral nos ofrece una incitante invitación a reflexionar acerca de la literatura: sus relaciones con la vida cotidiana, su capacidad para crear “mundos” autónomos, para recrear permanente algunos tópicos y motivos que hacen al ser humano universal... En esta novela, los nombres resultan doblemente referenciales porque aluden a una realidad moral perfectamente adscribible a nuestro entorno. No nos sorprenden, entonces, los nombres de las calles, plazas y paseos de la inefable “Solandia”: avenida “Burocracia”; carril “Ofensa”; parque “Asado feliz”, barrio “Riqueza en negro”... La intención satírica, entonces, se hace evidente: la novela es “tanto un ensayo de crítica social como un estudio psicológico del habitante de este país”. Como bien manifiesta Carlos Guzzo, “El particular humor de Guzzante es irónico, a veces patético y en ocasiones algo cruel” pero verdaderamente no podemos reprochar al novelista su ácida mirada, porque esta se ejerce con esa suerte de “humorismo angélico”, gracias al cual -afirmaba Leopoldo Marechal- “también la sátira puede ser una forma de la caridad, si se dirige a los humanos con la sonrisa que tal vez los ángeles esbozan ante la locura de los hombres”.

Finalmente, Un brillo en la montaña nos ofrece una recreación que en cierto modo es costumbrista, por cuanto evoca toda una forma de vida que tiene su epicentro en la serrana localidad de Cacheuta y que se perpetúa en el cumplimiento de ciertos ritos y prácticas sociales. Pero además incursiona por otras modalidades genéricas: contiene un enigma policial con todos los atributos del género, incluyendo una original recreación del “motivo del cuarto cerrado”, que en este caso es el lujoso hotel, aislado por su ubicación señera en medio de la montaña; no faltan tampoco los detectives y toda laya de pícaros y delincuentes, de profesión u ocasionales. Y, por cierto, la búsqueda del proverbial tesoro.

A modo de síntesis podemos decir que cada novela de Guzzante atrapa a los lectores al presentar personajes que son en sí excepcionales, pero no por una superioridad de sus características físicas y morales, sino porque aparecen como ligeramente desenfocados, alterados en sus proporciones, como vistos a través de una lente cóncava que distorsiona y destaca ciertas cualidades, aquellas que los constituyen casi en una caricatura de sí mismos. Personajes nítidos, memorables, que provocan tanto la sonrisa como la conmiseración, quizá tanto la simpatía como el reproche, pero nunca la indiferencia. De más está señalar que en este desfile de comparsa están representados los distintos “actores sociales” contra los que se dirige la aguda mirada del novelista.

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