“La llamada”, un cuento sobre la espera de un mensaje telefónico que se anhela con nostalgia

El escritor José Luis Verderico, autor de las novelas policiales sobre el inspector Ming, comparte en nuestra sección este cuento de su autoría

El cuento "La llamada" en nuestra sección Aguante la Ficción. Ilustrción: Gabriel Fernández.
El cuento "La llamada" en nuestra sección Aguante la Ficción. Ilustrción: Gabriel Fernández.

Y si llaman justo ahora que me estoy empezando a quedar dormido? Mmm... No creo. Pero, ¿viste cómo es esto? Siete, ocho, diez horas esperando, casi en una parálisis angustiante, para que  llamen cuando se les dé la gana. Como si a uno no se le fuera la vida en esto. O un pedazo de la vida que nos queda...

Me pregunto si tendrán bien el número. Creo que sí, por qué iban a tenerlo equivocado. Catorce veces llamaron sin problemas, hasta ayer ¿Justo ahora se les iba a complicar? Encima mi celular es una sucesión de dígitos repetidos que le hace la vida fácil a todo el mundo: el cuatro está dos veces, el nueve, tres y el seis, dos y al final.

Pero, bueno, cuando la mano viene torcida se tuerce hasta en la pavada más pequeña.

Mirá si justo ahora le toca llamar a alguien que nunca antes nos había llamado. Alguien con poca paciencia, que al segundo o tercer tono de llamada corte y diga a otra cosa mariposa: no atiende nadie ahí, ni el buzón de voz contestan, eh.

Me voy a sacar la duda: para mí que tengo el celular en silencio. Bueno, no: si estuviera en silencio y hubieran llamado al menos se habría prendido la luz de la pantalla y hubiera rebotado contra la pared.

O hubiera vibrado. Como un moscardón. Zzzzz. Zzzzz.Porque al celular siempre lo tuvimos en modo vibración acompañando al ringtone de sonido o al modo silencio. ¿O en algún momento en esta casa desactivamos esa opción de vibrar para ahorrar batería? ¡Ja! La batería. Estará cargando bien, pensé anoche desde el sillón de insomne. Es relativamente nueva, cinco meses, seis a lo sumo, pero mi desconfianza no es con ese accesorio sino con el cable del cargador. Por fuera se los puede ver muy armaditos pero si adentro se le zafó algún pelito de cobre el falso contacto está garantizado. Con este veo que no hay problemas: está cargando bien. Noventa y cuatro por ciento. Casi al tope. Y eso que le doy unas palizas bárbaras... Que el WhatsApp y los doce grupos a los que vivo enganchado, que Facebook, que Twitter, que Instagram, que Telegram, que la camarita de fotos, que la app para escuchar radio, que la aplicación del banco...

Y con todo eso, acá estoy, como un marciano: esperando una lla-ma-da, algo que parece haber pasado de moda. Para que me digan Hola y lo que estoy esperando saber y punto. Diez segundos, no más.

Pero sigo acá: como el coronel de García Márquez, esperando la bendita carta de jubilación con los ojos largos y agotados y las tripas retorciéndose por el hambre y la furia.

Como el olvidado Diego de Zama (mi recuerdo fraterno, don Antonio) desangrándose frente al traslado que no llega.

¿Tendrán bien mi número estos muchachos?

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