Furor en Netflix: ¿“Tigre blanco” es “la nueva ‘Parasite’”?

El reciente estreno de la plataforma, sobre las desigualdades en India, se ganó rápidamente esa comparación. Qué tienen en común y en qué se diferencian, a un año de que la surcoreana arrasara en los Oscar.

El protagonista de "Tigre blanco" sueña con salir de la pobreza y ser un emprendedor.
El protagonista de "Tigre blanco" sueña con salir de la pobreza y ser un emprendedor.

Hace un año atrás, el 9 de febrero de 2020, “Parasite” hacía historia en los Oscar, llevándose el mayor premio. Por primera vez en 92 ediciones, la Academia reconocía que una película surcoreana era mejor que todo lo producido en inglés.

“Estados Unidos ya está obsoleto. El hombre blanco es el pasado. El futuro es del hombre amarillo y el hombre marrón”, dice el protagonista de “Tigre blanco”, película que estrenó en Netflix a finales de enero y que ha tenido relativo éxito en la plataforma. Así como “Parasite”, de Bong Joon-ho, presentaba una épica surcoreana, ésta hace lo propio con una india: el “hombre marrón”.

Pero ese es solo el primer parecido de una serie larga. Algunos, de hecho, ya la llaman “la ‘Parasite’ de la India”. Aunque tampoco todo es tan lineal. Pasemos a analizar algunas similitudes y diferencias.

El argumento

Recordarán que “Parasite” es la historia de la desdichada familia Kim, condenada a trabajos temporales mal pagados y a vivir en un nauseabundo sótano de Seúl. Un día, gracias a la recomendación de un amigo, el hijo menor se hace pasar por un calificado estudiante universitario para dar clases de inglés a la hija de la rica familia Park, que vive en una lujosa mansión vidriada y minimalista en una zona rica de la ciudad. Con el tiempo, y gracias a turbias y desopilantes imposturas, su papá, su mamá y su hermana también consiguen hacerse un lugar como sirvientes de los Park, sin revelar sus verdaderas identidades.

“Tigre blanco”, en cambio, es la historia de una sola persona: Balram Halwai, un niño condenado a vivir en una lejana aldea de lo más profundo de India, donde su familia se ve obligada a trabajar y a vivir en un sistema casi feudal con unos “jefes” a los que le tienen que dar un tercio de lo poco que ganan partiendo carbón. Crece viendo la pobreza extrema y la injusticia, pero él tiene una inteligencia excepcional: es un ser único en su clase, le han dicho, por lo que es como un tigre blanco.

Cuando, poco más que adolescente, se proponga salir de ese lugar para volverse el chofer personal del hijo menor del jefe, iniciará otras clases de imposturas: menos engañosas que los Kim, pero igual de crueles. Por ejemplo, para “deshacerse” del chofer anterior, lo amenaza con revelar su religión musulmana al jefe, quien no simpatiza con ellos. Sin salida, decide huir.

El ascenso y la caída

En ambos casos, los pobres terminan conviviendo con los ricos. Ambos jefes son bondadosos, condescendientes y respetuosos: pero todo es solo apariencia. Las diferencias entre ambos son demasiado profundas.

Esto se nota más en “Tigre blanco”, puesto que la india es una sociedad dividida en castas, donde las personas ejercen el lugar que la tradición les asigna. Esto la película lo refleja muy bien.

En las dos también hay un punto de quiebre, que lleva el humor negro del principio del filme a un punto mucho más visceral y oscuro. La diferencia, sin embargo, está en que el ritmo de “Parasite” está muy bien manejado y la historia va transitando diferentes nudos a lo largo de la película. En “Tigre blanco”, por la propia forma en que está escrito el guion, asistimos a una evolución lineal y casi predictiva. Es decir, en algún punto menos interesante.

La producción

A diferencia de “Parasite”, en donde el argumento tenía claras bases antropológicas, “Tigre blanco” es una puesta artificial, y se nota. ¿La razón? No es una producción de la India: es estadounidense. Y el director, Ramin Bahrani, es nacido en ese país, aunque tenga ascendencia iraní.

De hecho, no sabía nada de la cultura local de la India, por lo que tuvo que contar con muchos asesores y arriesgarse a vivir en carne propia las desventuras cotidianas de Nueva Delhi.

El resultado es desparejo: se nota el empeño por darle carne al relato, aunque a veces los personajes quedan desdibujados en el estereotipo. En la estética y la “sensibilidad” de la dirección, “Tigre blanco” está mucho más cercana a Hollywood (“Slumdog Millionaire”, “Crazy Rich Asians”) que a Bollywood.

Las metáforas

Balram Halwai sabe de la importancia de incluir subtextos que enriquezcan la película. Aunque lo intenta, se queda en un plano muy superficial. Al menos comparada con “Parasite”, donde cada elección estética tiene un por qué.

Lo insólito es que, en “Tigre blanco”, algunos recursos resultan incluso calcados: los sirvientes viven en madrigueras subterráneas sin luz, el punto de quiebre narrativo se da con personajes borrachos, la lluvia sirve para llevar las pasiones al extremo, el protagonista es un chofer (una persona a la que le pagan por conducir pero cuyas decisiones no las toma él).

Pero las metáforas más importantes son las que se refieren al título de cada película. Mientras que una tiene una visión aguda y mordaz de la sociedad surcoreana, planteando cómo todo desarrollo económico es parasitario, pues pobres y ricos se necesitan entre sí para subsistir, “Tigre blanco” prefiere hacer una defensa acrítica del “self-made man”.

El “tigre blanco” no es otra cosa que eso: un niño que nace en la más absoluta pobreza y que, gracias al mérito de su inteligencia, se convierte en un emprendedor del Silicon Valley indio, gestionando... ¡una flota de taxis! Esta producción estadounidense pretende disfrazar de inclusión lo que en realidad es una burla. De hecho, la película es la capciosa respuesta de Hollywood a la afirmación de que Estados Unidos ya está obsoleto.

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