Cuestión de palabra: Elena y Fausto Burgos, una unión fecunda

En esta nueva columna literaria, Marta Castellino recupera la memoria de la esposa del poeta. Juntos se radicaron en San Rafael, enseñaron y se dedicaron a la investigación y divulgación de la cultura incaica.

Elena y Jorge Burgos en un recuerdo de su visita al zoológico de La Plata.
Elena y Jorge Burgos en un recuerdo de su visita al zoológico de La Plata.

“Desde que me casé, creo que / todas las rubias inteligentes y / buenas mozas son unas santas. / Mi mujer es una santa, digo esto, /porque, teniendo las tijeras, /no me cortó las alas... / Prefirió dejarme volar [...]”.

Fausto Burgos

En un panorama de los aportes realizados por las mujeres a la cultura de Mendoza, encontramos un caso particularmente interesante en María Elena Catullo de Burgos (1894 - 1957), oriunda de La Plata, donde conoció al escritor tucumano Fausto Burgos, posteriormente afincado en San Rafael, Mendoza, con quien se casó y a quien acompañó a lo largo de muchos años de matrimonio y fructífera colaboración.

Hablar de la una, pues, implica referirse –siquiera brevemente- al otro. Burgos había nacido en 1888 en Tucumán; cursó estudios primarios en Salta; frecuentó las aulas de la Escuela Regional de Catamarca, donde obtuvo su título de maestro y continuó estudios universitarios en La Plata; allí fue discípulo de Ricardo Rojas, tal como se pone de manifiesto en varias cartas dirigidas por el tucumano al “maestro” conservadas en la Casa Museo “Ricardo Rojas”, misivas que hemos utilizado en parte como fuente.

En 1916 el matrimonio Burgos se trasladó a San Rafael, convocado por la creación de la Escuela Normal que abría sus puertas por entonces y que brindaba una excelente oportunidad de trabajo; en ella, Fausto se desempeñó como profesor de varias asignaturas y compartió el claustro docente con Alfredo Bufano, con quien fue cimentando una gran amistad a lo largo de los años, a pesar de las diferencias de temperamento entre ambos.

Otra faceta importante de la personalidad de Fausto Burgos es su naturaleza de viajero incansable, que lo llevó a recorrer no solo nuestro país sino también la América andina, Europa y Asia, en busca de inspiración. En estos viajes, incansable y abnegada, lo acompañó su esposa, a la que llamaba cariñosamente “mi Ñata”, y a la que menciona en reiteradas ocasiones. Por ejemplo en un artículo publicado en La Paz (1930), que contiene un diálogo del autor argentino con quien firma la nota (“Pancho Villa”), abunda en elogios que dan cuenta de la generosidad con que Elena acompañó a su marido y colaboró en el desarrollo de su obra literaria: “Mire. El matrimonio es cosa grave, eh. ¡Y para un artista, che! Fíjese que es grave, y en mi temperamento, más grave aún. Pues, tuve gran fortuna, amigo. Mi señora es mi mejor amigo. Con esto le he dicho todo. […] Yo no sé escribir en máquina. Ella traslada y corrige todos los manuscritos míos. Andamos de acá para allá. Ha estado en el Chaco argentino, en las sierras a más de cinco mil metros. Allí donde he tenido necesidad o deseo de ir para abrevarme en las puras fuentes de la naturaleza y la vida, me ha acompañado siempre con su alto espíritu”.

Esta colaboración tuvo que ver también con el redescubrimiento que ambos emprendieron de la raíz hispano indígena de nuestra nacionalidad, fundamentalmente a través de la artesanía del tejido en telar, como el mismo Bufano reconoce en su retrato de Burgos: “Burgos es en nuestro país una especie de restaurador del tejido incásico y criollo. Él y su esposa doña María Elena Catullo, eximia tejedora, vienen desde hace largos años luchando con verdadero amor y desvelo por la difusión de este primitivo arte nuestro. Los tejidos aborígenes no tienen secretos para ellos. Lo mismo salen de sus telares las filigranas de vicuña que la esplendorosa decoración de los Incas; lo mismo tejen una manta catamarqueña o riojana, que un poncho de los dominios de Arauco. Han hecho más: han dignificado, enaltecido y ampliado este humilde menester del telar hasta hacerle cobrar verdadera jerarquía artística” (Bufano, 1935).

María Elena Catullo de Burgos, una mujer importante de nuestra cultura.
María Elena Catullo de Burgos, una mujer importante de nuestra cultura.

Esta tarea de rescate comenzó en 1916, cuando el Ministro de Instrucción Pública, Antonio Sagarna, encomendó a Burgos el estudio de los tejidos precolombinos. Fausto y Elena se fueron entonces a Bolivia y Perú y luego publicaron el resultado de su labor en un libro titulado “Tejidos Incaicos y Criollos” (1927), con preciosas ilustraciones y muestras de tejidos. Esta actividad se inscribe dentro de un proceso de recuperación del arte indígena que acaece en América Latina en general, y asimismo en Argentina, en pos de un “ideario nacional”.

También por iniciativa de Sagarna, los Burgos extendieron su labor de rescate patrimonial a la Escuela Normal de San Rafael, a través de la implantación de telares. Según consta en un documento oficial que recuerda los noventa años del establecimiento educativo, a partir de 1917 María Elena es nombrada para atender los cursos de manualidades y abre un taller de tejidos donde se reivindican y difunden las costumbres artesanales nativas. Las prendas confeccionadas eran vendidas y con el dinero obtenido se reabastecían de materias primas para seguir trabajando. Esta actividad fue copiada después por otras escuelas.

El matrimonio instaló asimismo en su casa un telar criollo, tal como atestigua la correspondencia entre Burgos y Rojas; así, el 25 de octubre de 1925 Burgos promete: “A principios de octubre empezaremos a urdir la alfombra que le llevaremos de regalo; tendrá una hermosa guarda incaica en rojo, blanco y negro”. Promesa reiterada el 8 de febrero de 1929, desde Pomán: “Cuente con la alfombra estilo incaico para su escritorio; la tejeremos en nuestro telar criollo, de palos de algarrobo, con mi esposa”. Y también en un texto donde destaca los méritos de Elena en la confección de estos tejidos criollos, el 20 de julio de 1929: “En la exposición de tejidos que organizó […] la Liga Patriótica, mi Ñata obtuvo el primer premio con varias mantas de alpaca y seda (diseños de estilo incaico). En el mes entrante empezaremos a tejer para ustedes; tejeremos como siempre, en nuestro rústico telar de 4 palos y a pala y a peine (cuatro horas por la tarde, después, paseo en nuestro viejo automóvil)”.

Finalmente, y para completar la semblanza de Elena, debemos detenernos en una carta que le fue dirigida por Aurelia de García, esposa del indigenista peruano José Uriel García suplicándole abogue por su marido, detenido a la sazón en su país por cuestiones políticas. Además de considerar la amistad con Elena como “la mejor de mi vida”, Aurelia le expone detalladamente su padecimiento, como a quien es capaz de comprenderla. Es indudable que, por su sensibilidad de mujer, la considera la mejor abogada ante su esposo y la intelectualidad argentina que compartía similares ideales americanistas. Este hecho nos permite constatar, de paso, la existencia de redes culturales que conformaban un entramado que se fue gestando en las primeras décadas del siglo XX en el sur de América, en la región andina.

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