Néstor Rodríguez Luzuriaga: la tradición que pervive

Marta Castellino se refiere, en esta columna, a un gran valor literario mendocino, oriundo de Monte Comán. En su último libro, “En el último repecho”, se advierte su apego a su tierra y su gente.

Néstor Rodríguez tiene en sus manos su último libro. Foto: Facebook.
Néstor Rodríguez tiene en sus manos su último libro. Foto: Facebook.

“Despertó Antú, sus dedos sabios / Acarician la piel de la montaña. / El coirón lo saluda reverente / Y el cantar de algún huilque toca diana. / El choique erguido carretea / Mostrando en el malal sus bellas plumas / Y el cultrún de tierra golpetea […].”

Néstor Rodríguez Luzuriaga. “En el último repecho”.

En la República Argentina, el 10 de noviembre se conmemora el “Día de la Tradición”, en recuerdo del nacimiento de José Hernández, el genial autor de Martín Fierro (1872-1879), exponente de una de las creaciones más características (si no la más original) de nuestras letras: la poesía gauchesca.

Acorde con el propósito de contribuir al proceso identitario nacional, y en la misma línea, surge a fines del siglo XIX en el campo cultural argentino la literatura denominada “nativista”, cuyos máximos exponentes son, entre otros, Joaquín V. González y Ricardo Rojas. Esta literatura, por oposición a tendencias extranjerizantes o cosmopolitas, postula una creación que tome como fuente de inspiración la realidad cercana al poeta: el territorio y el paisaje circundante junto con sus personajes típicos.

Heredera de este posicionamiento estético fue, ya en la década del 20 y en nuestras letras mendocinas, esa decidida “voluntad de región”, de que habla Arturo Roig (1966) y que dio de sí nombres tan destacados como el de Alfredo Bufano o Juan Draghi Lucero. Pero estas tendencias pueden considerarse tanto como un fenómeno histórico, con fecha de surgimiento y declinación, como una constante de apego a la tierra, que atraviesa nuestra historia literaria, soterrada por momentos, plenamente vigente en otros.

En ocasión de realizarse, entre el 4 y el 6 de noviembre pasados, la feria del Libro en San Rafael, Mendoza, tuve oportunidad de reunirme con amigos escritores del departamento sureño, y de dialogar acerca de estos temas; uno de ellos, Néstor Rodríguez Luzuriaga, puso en mis manos su reciente libro: “En el último repecho”, que de algún modo da pie a estas reflexiones.

Néstor nació en Monte Comán en 1940. Realizó estudios primarios en la escuela “Martín Palero” y los secundarios, en el Colegio “Don Bosco”, de la ciudad de Mendoza, y en la Escuela Normal Mixta de San Rafael, de donde egresó con el título de Maestro Normal Nacional en 1958. En Monte Comán desarrolló prácticamente toda su carrera docente; fue uno de los fundadores de la escuela secundaria “Mayor Jorge Osvaldo García” y se jubiló como Director de la Escuela “José Villanueva” de la ciudad de San Rafael. Desde entonces, se dedicó plenamente a la creación literaria.

Ha publicado los siguientes libros: “Viviendo” (poemas); “Por el camino”, y el ya mencionado; en todos ellos se advierte su apego por la tierra y sus respeto por la gente que la habita, junto con su interioridad, sus vivencias y recuerdos. Integró el “Colectivo Literario Tres Voces”, animador de la vida cultural sanrafaelina.

“En el último repecho”, su obra más reciente, está compuesto por dos secciones: la primera, titulada “Poesías, y la otra, “Cuentos, relatos y reflexiones”. Me referiré brevemente a los poemas.

En sus versos, sin atarse a una métrica rigurosa ni a una rima constante, late una cadencia cercana a la oralidad, con regusto de tradición, y que se condice con la temática que despliegan las composiciones; en ellas, la voz lírica aspira a establecer un diálogo con el lector, pero también con los humildes destinatarios de su canto, cuyas virtudes se exaltan.

El poema asume así la forma la forma del panegírico, por ejemplo “A los maestros rurales”: elogio o loa de aquellos abnegados docentes de campo que “sin ruidos, sin alharacas” desempeñan su noble tarea recorriendo los senderos comarcanos, o enseñando en edificios precarios y alejados. También uno de los humildes juglares lugareños que celebra las hazañas del crédito local (rebautizado “Baroleto”) entre los efluvios del vino pagado por un ocasional auditorio; una de tantas historias tristes que conmueven al poeta: “Fuiste el niño de la calle, / el que cantó Tejada / y llegaste a ser hombre / de limosna en limosna / y de canción en vino” (p. 14), hasta que una noche aciaga “El frío se fue subiendo, / se te metió en los huesos” y “Los viejos tamarindos / liberaron la muerte” (16).

En una similar cuerda de tono social discurre el poema “Vergüenza”, cuyo paratexto alumbra el contexto de escritura: “Inspirado en una escultura metálica de un pordiosero en el encuentro de artistas de los Reyunos, organizado por la Universidad Tecnológica Nacional”.

Son, repito, historias sencillas, referidas –como reza el título de un poema- en sordina, casi “Calladamente”, en pocas palabras…: “De joven se sintió chúcaro, / ya de hombre redomón / y hoy que lo aprietan los años / se da cuenta: tan solo es un mancarrón” (p. 20).

También se incluyen homenajes a otros poetas, que permiten mostrar la inserción de lo universal (la herencia poética bien aprendida y asimilada) en lo regional; así, las composiciones tituladas “Al eterno Federico”, cuya sangre “regó la tierra / sedienta de Andalucía” (p. 17), o a Borges: “Al más lustre de los ciegos”, cuyo mundo crepuscular es evocado a través de hermosas imágenes en una tarde que muere lentamente “con la suavidad de una pluma en el aire” o “la tersura de la seda cuando cae” (p. 19).

Por otra parte, el tono personal, íntimo, aflora en composiciones como “La primera puñalada es la que duele”; “Confesión”; “Los cinco marinos”, dedicado a los nietos, o “Me marcharé”, que refiere amores juveniles no correspondidos… poemas todos que expresan sentimientos atribuibles a un yo lírico que se examina quizás desde ese “último repecho” que da título al volumen.

El tono regional, no desmentido en ningún poema, se explaya en la pintura de ciertos íconos del paisaje mendocino: el agua que “feliz canta en el surco” y el otoño, en cuyo transcurso “la uva muere para ser vino”; o la “desnudez suplicante” de “Los árboles de julio”, hermoso poema descriptivo que da cuenta de una profunda y amorosa captación del paisaje natal. La vivencia de la tierra incluye también el recuerdo de sus poseedores originarios, esos puelches y pehuenches evocados por ejemplo en el poema “Sol de justicia”, citado como epígrafe.

El registro lingüístico, en consonancia con la temática desplegada, no vacila en acoger términos coloquiales, regionalismos y también voces procedentes de las lenguas habladas por los pobladores originarios de la zona, en una acertada y expresiva síntesis que incluye también el hallazgo poético original. Todo ello da cuenta de que tradición y originalidad, regionalismo y universalismo son coordenadas que siguen animando la voz poética de nuestros creadores.

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