Narciso Pereyra: “Arte poética”

En una nueva columna, Marta Castellino homenajea el legado de este poeta, cuya obra no tomó plena dimensión hasta después de fallecido, en 1981.

Portada de uno de sus libros.
Portada de uno de sus libros.

Desde este encierro estoy abarcando / todas las lágrimas del mundo. / Atraviesa los muros el radar de mis ansias locas, / y nadie sabe que estoy vivo / por dentro de esta muerte”.

Narciso Pereyra. “Soledad de soledades” (1995)

Este maestro y escritor, nacido en Santa Fe en 1929, y radicado desde muy joven (1949) en Mendoza, y fallecido en nuestra provincia en 1981, “fue sobre todo un hombre preocupado por el ser humano y su avatar, de modo que su charla era un contacto permanente con todo el quehacer cultural” (cf. Los Andes, 10/09/95). Fue poeta, ensayista y novelista y sobre todo un permanente animador de tertulias de escritores. Cursó estudios en la Facultad de Filosofía y Letras y se dedicó intensamente a la docencia, aunque desarrollando paralelamente su vocación literaria.

Eduardo Gregorio recuerda, por ejemplo, las reuniones de los viernes, realizadas en el Café “Candilejas” de San Martín, lugar de residencia de ambos y evoca a Pereyra como “un destacado profesor de materias tan distintas como matemáticas, literatura o latín”, que dejó en sus alumnos “un recuerdo imborrable” (Los Andes, 24/05/95).

Sus vastos cocimientos sobre la poesía mendocina dieron lugar a la escritura de un breve e incitante artículo sobre “La subterránea vena poética mendocina” (1979), en el que afirma –entre otros conceptos- que “Mendoza es tierra de poetas. Y no puede ser de otra manera pues la pureza de su cielo, la imponencia de sus montañas y la inquietante hermosura de sus mujeres tienen necesariamente que incidir con dionisíaco entusiasmo en el apasionamiento estético de los espíritus creativos”.

Por su parte, como se afirma en un artículo firmado con las iniciales R.V., en la desaparecida revista Primera Fila, “Narciso Pereyra vivió la poesía de una manera visceral, definitiva. Su materia prima fue siempre el vasto universo de lo terrenal y lo supremo, pero siempre trabajado en el filo de esa conjunción de astros que nos marca el camino con el sello del azar”.

Su obra literaria comprende los siguientes títulos: “Cuando habla el silencio” (1976), y los póstumos “Soledad de soledades” (1995), coeditado por Ediciones Culturales de Mendoza y el Municipio de San Martín a través de su Dirección de Acción Social y Cultural, y a partir de una gestión de la esposa del poeta, Nilda Pereyra, y Narciso Pereyra, que es el primer tomo de la colección “Literatura de Mendoza del siglo XX”, editado en forma conjunta por Ediunc y Ediciones Culturales de Mendoza, en 2006.

Portada de un libro póstumo.
Portada de un libro póstumo.

Del volumen de 1995 quiero comentar el primero de los textos, un extenso poema titulado “In der Welt Sein” (“Estar en el mundo”), porque en él se resumen muchas de las características del quehacer estético de Pereyra: ante todo, el tono agónico, transido por el dolor de vivir y su carga de padecimientos; sus constantes reflexiones sobre cuestiones metafísicas; el deseo de construir una poesía dialógica a favor de la recurrencia insistente a la segunda persona verbal y el uso de apóstrofes y vocativos que tienden a promover una participación más activa del lector; la tendencia a la auto presentación y la insistencia en definir su quehacer poético…

Entonces, este poema aparece como un cañamazo en el que se van entretejiendo los diversos saberes que el poeta domina; en él confluyen distintas tradiciones de pensamientos: tanto la filosofía platónica como la tomista, pero también el existencialismo de Sartre; y un abanico de temas que hacen sobre todo al ser del hombre en el mundo: “las cosas increíbles que nos ponen / por delante los dados de la vida” (p. 13).

En tono de confesión íntima, el poeta confiesa su existencial desconcierto ante los avatares de su “Ser en el Mundo”, con un crescendo de imágenes que nos hablan de laberintos y también de “un ciclón de vorágine, / de grito en alarido / o de ascua en incendio”. Las isotopías o campos semánticos que va entretejiendo el poema proclaman un cierto escepticismo filosófico: “Sartre no me salva ni Tomás [de Aquino] me condena” (14), aludiendo así a los dos polos del pensamiento humano: la Filosofía de la Existencia y la Filosofía del Ser, respectivamente.

Si bien por momentos prevalece la idea de falta de sentido, presente a través de la adjetivación (“aleatorio”; “casual”; “acaso”…) poco a poco los versos se van impregnando de resonancias de cuño religioso, bíblico: “El-Que-Sabe”; “La Luz se hizo carne y habitó en el Misterio” (14), junto a la dimensión cósmica que impregna a todo ser humano: “Estamos hechos de sustancia sideral”; “Somos fuego estelar amanecido en la sorpresa del jazmín o del pájaro” (14), con un cierto sentido platónico de destierro en el mundo sensible.

El poeta en sus versos es un ser trashumante, despreciado: “Yo soy el gitano de las banderas / el que juega con el ácido nítrico, / el que funde campanas / el que recorre basurales suburbanos / y resucita lámparas oxidadas” (16). Se da una romántica fusión entre el paisaje y el estado de ánimo de quien vive “la ingente soledad del mundo” y busca “cicatrices muy viejas” en los troncos de los árboles, mientras lo persiguen “de cerca / los duendes, los dragones, los dinosaurios y las brujas” (17).

Con respecto a sus reflexiones sobre el arte, declara que “Existe una poesía / que me lacera desde / que jugaron mis dedos / con la dionisíaca burbuja / que se irisa en los labios / de la gran sonrisa del Mundo” (14); así el poeta que se pasa “todo el tiempo / con la vincha del Encanto ceñida / sobre mi frente sin laureles” (15). Confiesa que “En el pentagrama del hechizo / yo te escribo en clave de fe” (15) y ante el recuerdo de la amada es capaz de “escribir siete veces la Eneida en árabe”. Y la conclusión tiene todo el peso de una confesión de fe: “La poesía libera. / Hacer poesía es arrebatarle de las manos / a Prometeo la antorcha mística. / Hacer poesía es colocarse la rosa de los vientos en la osada / solapa de Almirante del ensueño” (16).

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