Jorge Enrique Ramponi y la poesía mendocina

Marta Castellino retoma la figura del poeta mendocino, a quien dedicó la columna del 23 de octubre. Su madurez y su obra cumbre, “Piedra infinita”.

Poeta mendocino, autor de Piedra infinita.
Poeta mendocino, autor de Piedra infinita.

“Piedra es piedra: / aleación de soledad, espacio y tiempo / […] Geometría en rigor, sola en su límite, / ceñida cantidad, estricto espacio, / asignatura ciega, pieza hermética, / contrita y sin piedad, armada en temple, cuadrada en su sostén, compacto término, / duro numen del número, / sin pórtico al sueño ni a la lágrima”.

Jorge Enrique Ramponi. “Piedra infinita”

En la nota anterior destacamos la profunda significación de Jorge Enrique Ramponi en el desarrollo de la poesía mendocina contemporánea, fundamentalmente a través de su obra cumbre, “Piedra infinita”. Con ese texto, una primera estación está cumplida a través de esa somera aproximación a la ubicación de Ramponi en el contexto estético cultural en que desarrolló su vida y su obra creadora y el esbozo de su semblanza o retrato espiritual.

Ahora cabría preguntarse por la posición de la obra ramponiana en el contexto de la lírica mendocina, y aquí con más propiedad habría que hablar de la poesía argentina y aun hispanoamericana, porque parte de su producción poética, concretamente “Piedra infinita”, tuvo una proyección continental, en tanto ecos de esta obra resuenan, por ejemplo, en “Alturas de Macchu Picchu” de Pablo Neruda, bien que –como señala Videla de Rivero- “el talante poético tan diferente del chileno transforma notablemente las connotaciones de la piedra” (1998) .

En este sentido, y hablando de las líneas de sentido que traza la poesía mendocina en su devenir histórico, podría hablarse del “simbolismo telúrico ancestral” para ubicar a Ramponi. Y esta característica puede hacerse extensiva a su obra toda, ya que desde sus primeros libros opera esa espiritualización del paisaje mendocino.

Gloria Videla habla de tres etapas en la producción poética de Ramponi: una primera, inicial, de tono y estilo posmodernista, a la que corresponde su libro “Preludios líricos” (1928). La segunda es de transición, experimentación y afianzamiento progresivo del lenguaje propio; en ella distingue dos momentos: uno representado por los fragmentos éditos de “Pulso del clima” (1932) y “Colores del júbilo” (1933); el segundo, por los fragmentos de “Corazón terrestre” y “Maroma de tránsito y espuma” que aparecieron publicados en el primer número de la revista Oeste (1935). Su tercera y última etapa corresponde a sus dos obras de madurez: “Piedra infinita” (1942) y “Los límites y el caos” (1972).

“Colores del júbilo”, por ejemplo, es de alguna manera la trasmutación lírica de sus vivencias de infancia, de esa infancia de la que siempre eligió no hablar, pero que con seguridad tuvo un sello agreste, ya que su padre era agricultor. Fabiana Varela caracteriza este libro destacando “la voluntad de experimentación, especialmente de la más variada gama de recursos [...] un tono lúdico y travieso [...] la superposición de ‘claras influencias ultraístas, neopopularistas –particularmente lorquianas- y neogongoristas, junto a las peculiaridades personales’” (1994).

A partir del título, que incluye uno de los esdrújulos –“júbilo”- caros a Ramponi y a otros poetas de la época, por influencia gongorina, el poemario se abre a una vitalidad desbordante: “Trompo de cinco colores / en la orgía del instinto / alucinado de júbilo / el trompo de los sentidos”, el poemario se divide en las siguientes secciones: “Romances”; “Romancillos”; “Vítores” y “Estampas”.

Por otra parte, es un libro que presenta cierta heterogeneidad tanto en el estilo y en los temas, ya que Ramponi ensaya diversos metros, incluso el verso libre y se detiene en la elaboración de atrayentes imágenes vanguardistas. Precisamente la riqueza de la predicación metafórica es la característica que destaca Víctor Gustavo Zonana y que da unidad al volumen (1999-2000).

Y llegamos así a la cima del arte poético de Ramponi: “Piedra infinita”, libro a propósito del cual dijo Jules Supervielle: desde el mito de Sísifo, desde Prometeo, la piedra no había vuelto a cobrar en literatura tan profunda dimensión metafísica. Esta obra de madurez, concebida como un “poema” de desarrollo unitario, confirma y profundiza los rasgos más caracterizadores de su desarrollo poético; se configura temáticamente en torno a la poetización de la piedra, manifestación constitutiva del paisaje andino y presencia dominante de su entorno geográfico.

Como destaca Luis Benítez, se trata de un “extenso poema en la tradición latinoamericana del poema-río, donde nuestro autor amalgama la contemplación de la inmensa cordillera andina y su polifonía simbólica, con la interpelación que suscita acerca de la misma condición humana, tanto en su faceta material como metafísica” (2020).

Por su parte, Adolfo de Nordenflycht en “Canto / Piedra: lectura de ‘Piedra Infinita’ de Jorge Enrique Ramponi”- destaca que el poeta “se aparta totalmente del pintoresquismo costumbrista, del retrato de alguna experiencia concreta del paisaje cordillerano [...] Por el contrario, abstrayéndose de las apariencias previsibles, se adentra en la intimidad del elemento para articular un imaginario de su revés: el otro lado del paisaje [...]” (1994).

En lo estrictamente poético, Ramponi se nos aparece como un auténtico poeta casi obsesionado por la perfección formal, tal como lo evoca el poeta y crítico chileno Adolfo de Nordenflycht: “El principio que sustenta el quehacer poético de Jorge Enrique Ramponi […] puede sintetizarse en la necesidad de trabajar el poema desde dentro; esto es, dejándose llevar por el arrebato poético que tiene la capacidad de suspendernos tanto en las palabras como en la vida; rapto, cuya experiencia –debida a su propia naturaleza- se presenta por breves y raros instantes que fundan el trabajo obsesionado del poeta, que lo perfecciona, corrigiendo meticulosa e incansablemente, hasta alcanzar un texto en que nada parece quedar bajo el dominio del azar [...] (1994).

Así, el verso florece en imágenes sorprendentes, como las que definen a la piedra como “un terror que fue dolor remoto, / cicatriz milenaria toda costra de piedra. /dimensión sideral de la muerte, / muerte inmortal, cadáver solo eterno” que dan cabal expresión a la idea medular del poema: la perennidad de la piedra, contrapuesta a la finitud humana en perpetua confrontación: “la piedra cosa al hombre, / lo asedian sus espectros, / por el reverso de la sangre suelta sus meteoros fríos, / en campos de vigilia fulge su heráldica siniestra”, con figurando un libro enigmático pero de una belleza incomparable.

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